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Cinefórum CCLXXXI: «Camarada Drakulich»

En los años 70 y 80 no solo comenzó a removerse el telón de acero que otrora ensombreciese parte de Europa, si no que se fue perfilando definitivamente eso que David Remartínez define como vampiro pop: un chupasangres que, espoleado por la maleabilidad de su propia naturaleza mitológica y de la cultura pop, ha ido dejando de lado su espíritu vil para incorporar las contradicciones, los miedos y los sueños propios de los seres humanos. Estas dos circunstancias (el comunismo soviético y el vampiro como icono pop) aparentemente poco convergentes (en realidad mucho más de lo que pareciera), se dan la mano en Camarada Drakulich (Márk Bodzár, 2019), sátira que presenta la enésima reencarnación metafórica de un no-muerto, esta vez como lienzo sobre el que revisitar el pasado soviético de Hungría. País, por cierto, donde se llevó por primera vez a la gran pantalla una película ligeramente inspirada en la obra de Bram Stoker.

La cinta nos retrotrae a la década de los setenta cuando el camarada Fábián, héroe húngaro de la revolución cubana, vuelve a casa después de veinte años para participar en una campaña de recogida de sangre para Vietnam. La cuestión es que lo hace como representante de la delegación estadounidense de la Cruz Roja y, además, tiene el mismo aspecto que cuando se fue. No solo eso: actúa de forma extraña y hasta conduce un Mustang rojo fuego. Y puede que parecer décadas más joven sea tolerable, pero que se comporte como una estrella del rock es demasiado; así que la policía secreta decide vigilarlo de cerca y le encarga la tarea a dos policías que son pareja. Problema: el misterio que se esconde bajo el magnetismo de Fabián pronto desestabilizará su relación.

Camarada Drakulich es una comedia más negra en su planteamiento que en su ejecución, salvo que en el siglo XXI sigamos pensando que chistes sexuales sobre la sodomía o la eyaculación precoz son la quinta esencia de la trasgresión humorística. De hecho, funciona mejor como retrato en clave satírica de la gris y asfixiante Hungría de la época; lástima que los espectadores foráneos tengamos cierto lost in traslation cultural que nos prive de algunos matices presumiblemente disfrutables, o que directamente Márk Bodzár nos tome por más perezosos de lo que somos y especifique la metáfora vampírica del comunismo con una trama en la que el primer ministro húngaro, János Kádár, debe encontrar el secreto de la inmortalidad de Fábián para que un achacoso Leonid Brézhnev se eternice en el poder. Y esta no es la única metáfora facilona. La inconcreción de la trama y del tono tampoco ayudan.

Pese a que alcanzó cierto reconocimiento en el circuito fantástico (ganó el premio a mejor guion en Sitges), la sensación final que produce es la de una película indefinida y menos graciosa de lo que nos gustaría. Y si bien es lo suficientemente liviana, como sugiere su propuesta, es inevitable la sensación de decepcionante déjà vu. Porque a este vampiro ya lo hemos visto muchas veces y casi siempre ataviado con mejores atuendos.

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