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The Haunting of Hill House. Rollazo fantasmal

«En lo alto la luna llena brillaba y, cuando se internaron en el mausoleo, sintieron un escalofrío que les congeló todo el cuerpo». Juanito, que escucha en vilo la historia de su buen amigo Rutiger, arde en deseos de saber más y pregunta con un hilo de voz: «¿Era un fantasma…?». Cuestión a la que Rutiger responde con voz sepulcral: «No, algo mucho peor. Un flashback».

Y así podríamos resumir la serie de Netflix, The Haunting of Hill House, escrita, dirigida y producida por Mike Flanagan. Existe un subgénero de casas encantadas dentro del cine de terror, en el cual la historia se desarrolla en torno a una mansión o caserón habitado por fantasmas, que en muchos casos actúa más como un personaje o villano que como un escenario. Buenos ejemplos son The Old Dark House (1932), House on Haunted Hill (1959), The Haunting (1963) o la cachonda House (1986). Todas estas películas tienen en común una ambientación poderosa, palpable y muy clara. La niebla, las lápidas, los lamentos, las telarañas, los árboles decrépitos… Y en la cima de todo esto las casas abandonadas al final de la calle, en las que los niños entran para probar que son los más valientes, y cuyas puertas se cierran tras ellos y los atrapan para siempre en sus viejas entrañas de madera. Sin duda The Haunting of Hill House juega a los malabares con el atrezo a la perfección y respeta las bases, pero a pesar de esto no consigue dar miedo.

Por una parte, si ya hemos gozado de posesiones, bestias marinas, monstruos del armario y fantasmas vengativos, estamos algo inmunizados ante el terror, pero aun así podemos sentir inquietud y angustia cuando la historia emana estos sentimientos; al menos los reconocemos cuando la escena produce estas emociones en los personajes. Y aquí es donde The Haunting of Hill House falla pues, a pesar de que las historias son terribles, nos las cuenta de una manera tan desprovista de emoción que anula el horror. Emplea muchos trucos de las historias de fantasmas que el cine y otros medios llevan usando en los últimos años, pero un tanto mal implementados. La mujer con el pelo largo como tentáculos y la cara desencajada, las apariciones con ojos blancos como huevos duros, los mensajes secretos, el acceso al más allá, el fantasma con el cuerpo inusitadamente alargado, la habitación prohibida… Nada de esto es novedoso, pero eso no importa; la clave es el uso que se hace de ello. Es cierto que hay cierta tendencia en la serie a utilizar estos elementos de forma tópica y poco original, pero lo que realmente arruina el proceso son las reacciones de los personajes. Frías, desubicadas, postergadas y provistas de un vacío existencial que parece ajeno a la misma vida.

«No me han llamado para esta temporada, pero tranquilos que en la próxima salgo fijo»

Dentro de la lista de personajes de The Haunting of Hill House tenemos por una parte a los progenitores: Olivia Crain, una madre obsesionada con ser madre, una cosa rarísima en la lista de personajes femeninos de ficción, que se vuelve tarumba; Hugh Crain, un padre muy padre que protege a su familia de todo mal a riesgo de su propia vida. Y a los cinco hermanos: Shirley Crain, una mujer controladora y obsesionada con la perfección; Theodora Crain, una tía muy echada palante que no tiene ningún tipo de filtro y es sensible a los fenómenos paranormales; Steven Crain, un Iker Jiménez de la vida; Luke Crain, un yonki que no parece un yonki; y por último Nell Crain, una niña buena amenazada por pesadillas espectrales. Los más interesantes de esta troupe son Theodora y Hugh. En el primer caso se trata de un personaje que hereda un rol adjudicado normalmente al protagonista masculino: es pendenciera, tiene una mujer en cada puerto y juega con las personas para satisfacer sus necesidades. Vamos, que es bastante gilipollas pero a la vez molona, si es que eso es posible. Hugh Crain, en cambio, tiene un papel totalmente de padre, sin grandes aspiraciones al respecto, y debido a la interpretación se acaba convirtiendo en un personaje creíble y humano. El resto del elenco es salvable, pero el automatismo de las interpretaciones y la calidad de los actores hace que en ocasiones parezcan sacados de un videojuego tipo Silent Hill.

Donald, mucho mejor actor que cualquiera de The Haunting of Hill House

El mayor problema a señalar sería el personaje de Luke, que dista bastante del yonki del parque al que intenta emular y se acerca más a un chaval sanote que anuncia calzoncillos. Entre la elección del actor y que parece que el guionista no tiene mucha idea de lo que es un consumidor de drogas, o ni siquiera de qué droga consume entre porros, setas y heroína… tenemos una amalgama de lo que algunos anuncios antidroga se piensan que es un drogadicto y lo que el mundo globalizado de Zara, Starbucks y Anatomía de Grey nos vende continuamente como modelo estándar de cualquier cosa.

Así tenía que haber sido Luke:

Y no así:

Aun así, Luke no es la fuente de todos nuestros males, sino los cojonazos que tienen todos los personajes para ignorar todo lo que ocurre a su alrededor. Puede que necesiten que Vigo el Carpato les pique a la puerta para hablarles de las maravillas de su señor Gozer el Gozeriano, no sé. Sabemos que una de las reglas de las pelis de terror es que los protagonistas suelen ser escépticos y rechazar lo sobrenatural, además de su manía de dividir el grupo para meterse en sitios oscuros; pero que después de cinco capítulos, por lo menos, y de muchos años de por medio en los que los fantasmas se pasean por nuestra casa como en Bitelchus; de años de convivencia con una hermana que siempre lleva guantes para no activar una especie de psicometría que le da visiones cuando toca a alguien o algo, que sigamos racionalizando la posible existencia de espíritus es cansino y cómico a partes iguales.

«Mr. Satan, ¿qué piensa sobre los eventos paranormales en la mansión Hill?» «¡Es un truco!»

Ni siquiera hay una reacción ante los entes que intentan matarlos y volverlos locos. Solo hacia el final, y tras escuchar la advertencia de uno de los Dudley que integran todo el personal de servicio de la casa (y que por cierto no se quedan en la casa de noche porque saben lo que pasa, pero prefieren ser unos cabrones y no impedir que los Crain se queden a vivir allí desde un principio), deciden actuar mínimamente. Nunca buscan información sobre la historia de la familia que vivía allí antes, no toman medidas para asegurar su vida y lo justifican todo de una manera pedagógica y paternalista que da bastante rabia. Es como si la madre de Regan en El exorcista nunca hubiera llamado al padre Karras porque piensa que lo que le pasa a su hija es que ha pillado algo de fresco.

«Papá, ya te dije que había fantasmas en la casa» «Calla, niña»

Y es que a esta familia, del Opus y con unas consignas liberales/burguesas, parece importarle una mierda lo que le pase a cada uno de sus hijos; de todas maneras, les quedan otros cuatro. Como son unos malditos especuladores que compran casas ruinosas para reformarlas de forma barata y pedir un precio increíblemente superior al que les costó, que se jodan. Incluso cuando los niños son adultos siguen sudándosela las apariciones y esas mierdas, aunque les escupan en el ojo.

Todo lo anterior contribuye a que el castillo de naipes se desmorone. Pero lo que de verdad hace daño a la producción es el formato seriado, además de la duración. Y es que, para alargar una historia que merece dos horas (a lo sumo) se inventan todo tipo de recursos. Algunos ya han sido mencionados, como la incredulidad de los personajes, que en una película hubiese durado la primera media hora. Pero de lo que más abusa, y por lo que curiosamente ha sido más alabada, es de los putos flashbacks. Siempre había oído que no hay que usar los flashbacks demasiado en un guion, pero parece que no siempre es así. Y es verdad que no es una norma escrita en piedra, y que hay directores como Tarantino que son expertos en empezar sus historias por el final con una estructura desordenada; parece que no es el caso de Flanagan. Los flashbacks son expositivos, numerosos, y se repiten tanto que aquello parece un capítulo de Naruto, intensificando la sensación de relleno y aburrimiento. Es la primera temporada, pero parece la tercera, en la que ya no hay nada que contar, o se ha perdido el norte y los episodios dedicados a un personaje se suceden, pero esta vez con un suculento extra de flashbacks. No sé si es que los creadores se dieron cuenta de que la parte de los niños era la más entretenida, que lo es, y había que meter flashbacks para recordarla y evitar que aquello fuese una sucesión de personajes grises, o si inicialmente todo iba a ser una película.

«Papá, ¿esto es un flashback de un flashback dentro de otro flashback, o un flashback?» «Calla, niña»

No todo es malo en The Haunting of Hill House: el episodio en el que velan a su hermana muerta en la funeraria es sin duda el mejor. Por supuesto, ¡es en el que menos flashbacks hay! Las motivaciones de los Crain son reveladas con intensidad y el drama fantasmal se descubre gracias al drama humano. Una familia mal avenida con problemas de madurez cargada de resentimiento, culpa y egoísmo. No es una gran sorpresa, pero al menos los viajes al pasado están hechos con elegantes planos secuencia, en vez de mediante cortes bruscos que nos desubicarían y nos alejarían de lo que ocurre.

En fin, ojalá The Haunting of Hill House fuese una precuela de Los cazafantasmas y terminase con Dan Aykroyd diciendo: «parece que el problema de su casa son entes ectoplasmáticos de clase IV según la Guía Tobin de espíritus, pero no se preocupe, ha llamado a las personas adecuadas».

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