Una conversación entre damas

Tengo en casa a un par de damas. El hecho de que estén hechas en cerámica o yeso no les resta viveza ni poder. Representan diferentes culturas y tiempos. En realidad, diferente quizá tampoco sea la palabra. Representan varias culturas emparentadas a lo largo del tiempo. O una única cultura en constante transcurso. Una es la Dama de Elche, la otra, uno de los rostros femeninos de Turuñuelo. Las piezas encontradas en las excavaciones del yacimiento del edificio de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz) llevadas a cabo recientemente nos han permitido aproximar la mirada a esta civilización mítica que tanto ha estimulado la investigación de los especialistas y la imaginación de los románticos. Más de un decenio de trabajo arqueológico en este lugar monumental, del que aún queda tanto por excavar, lo han convertido en uno de los principales referentes mundiales de la antigüedad y uno de los más importantes de España. He tenido la oportunidad de visitar la exposición que el Museo Arqueológico Nacional ha exhibido en la Sala de novedades arqueológicas y que lleva por título Rostros del Turuñuelo. Los relieves de Casas del Turuñuelo. En ella nos acercamos a estos mágicos semblantes que hasta ahora solo tenían forma en la poesía y los sueños. Ahora, al fin hemos sido debidamente presentados.
Por mi procedencia geográfica tengo predilección por las damas antiguas. Reinas coronadas, diosas y sacerdotisas, receptoras del cuerpo en el nacimiento y las cenizas, mensajeras de la luna y los espíritus, mediadoras entre mundos. Tengo predilección por el misterio. El rostro de Turuñuelo cuenta una historia que aún se está desentrañando. Es de una finura que estremece, sobre todo, porque sonríe, y al ver su semblante partido me conmueve, sonreímos aunque estemos rotos. Su cabellera es flamígera, otro interrogante, puesto que pereció entre el fuego que asoló el edificio en que se encontraba tras un largo y elaborado ritual de destrucción. Todo ello me subyuga. Aun así, puede que peque de orgullo si digo que entre todas ellas no hay señora más bella que la que yació en La Alcudia (Elche/Elx), de una hermosura hechizante. Una escultura que no solo destaca por sus atributos fisionómicos, sino por las fabulosas piezas de joyería que luce sobre ella, dignas, a nuestros ojos, de una emperatriz.
Es posible ver destellos de las joyas tartésicas en las damas íberas. Hay similitudes de los peculiares rodetes del peinado, las diademas y collares del tesoro de Aliseda en ellas. Es un diálogo a través de la belleza del ornamento, una complicidad estética que habla de un mundo en común, de lugares cálidos iluminados por el resplandor del oro y la riqueza de las tierras. Fueron precisamente estas riquezas las que originaron, en el caso de Tarteso, todo un imaginario de lo más fantástico. Me refiero a su identificación con la Atlántida. Según Esther Rodríguez González1 en su artículo Tarteso vs la Atlántida: un debate que trasciende al mito, «A pesar de no formar parte del mismo contexto ni haber aparecido nunca integrados en el mismo relato, Tarteso y la Atlántida han formado parte de una misma historia», sobre todo, a partir de los trabajos del arqueólogo alemán Adolf Schulten, que adoptó Tarteso como su particular Troya en una búsqueda larga y obsesiva. La identificación, acogida tanto en la traducción de su libro en 1924 como en un trabajo titulado Tartessos y la Atlántida publicado en 1928, se la debemos, según Esther Rodríguez, «a la coincidencia o la casualidad, a la descripción de dos territorios similares con un punto fundamental en común, sus riquezas». Coincide en ello María Teresa Magadán, del ICAC (Instituto Catalán de Arqueología clásica), al apuntar que «Schulten no identificaba Tartessos con la Atlántida, sino que sugería que las leyendas sobre la ingente riqueza de Tartessos podían haber inspirado la riqueza metalífera que Platón atribuye a los atlantes. Fue más bien Ellen Wirshaw, americana residente en Huelva y arqueóloga amateur, quien enlazó la civilización tartésica con la Atlántida en el libro Atlantis in Spain, de 1928». Qué extraordinaria aquella época en la que se leían y releían los clásicos y todavía se buscaban civilizaciones míticas y perdidas. Cuando los mapas se convertían en literatura y la literatura en un mapa.
A mí, que tanto me gustan los viajes, me ha hecho pensar de nuevo esta exposición en el valor de la comunicación y el intercambio. Lo que ha facilitado nuestra evolución e ir aumentando nuestra sabiduría a lo largo de la historia ha sido el contacto con el otro. Es el descubrimiento, con sus venturas y peligros, lo que estimula nuestra curiosidad y aprendizaje. Y a partir de ahí, la comprensión. Aunque todo camino de crecimiento exige un trabajo interior nos perfeccionamos también a través de los otros. La otredad es un espejo en el que nos miramos para tomar o evitar actitudes, acciones, cualidades, artes. Al mirar estos rostros retrocedo muchos siglos para asistir a un encuentro: el de la ancestral Tartesos con Fenicia, con íberos y griegos. Un arco geográfico que cuanto más se amplía más nos acerca. No todos esos encuentros fueron pacíficos, es cierto. La hibridación será lo que permite luego la supervivencia.
Pero yo intento hablar aquí del valor de la cultura. Me parece hermoso que la mención más antigua de Tarteso provenga de un poeta (Estesícoro de Himera) a comienzos del siglo VI a.C.. Una frase en una obra que habla de héroes y de los confines del mundo. Hoy en día los límites geográficos se van diluyendo en un sentido y complicando en otro, y la heroicidad es continuar hablando de poesía y de belleza. Por ello no me resisto a dejarme fascinar por estas piezas, sus historias y leyendas. Su presencia nos cuenta fragmento a fragmento más detalles sobre su forma de vida, sobre la vida, en general. Cada día que paso en casa observo a mis preciosas damas y acerco despacio mi oído para escucharlas. Ellas, que han conocido los principios y fines de pueblos y civilizaciones deben saber tantas cosas que todavía ignoro… Y cada noche me voy a la cama segura de que, mientras duermo, las damas siguen tranquilamente conversando en su lenguaje secreto.
1 Esther Rodríguez González es investigadora en el Instituto de Arqueología – Mérida (CSIC – Junta de Extremadura), codirige las excavaciones arqueológicas en el yacimiento de Casas del Turuñuelo y ha coordinado la publicación Tarteso. El enigma de la primera civilización de occidente. Editorial Pinolia, S.L., 2024.
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