Un niño perdido es una imagen tan potente como universal; un icono que, bien aliñado, captará la atención de cualquier persona que se siente frente a una pantalla para ver una película. Como adultos, sabemos que los cachorros que se alejan de su familia se exponen a innumerables peligros y por eso su regreso se convierte en una urgencia. Es una carrera contrarreloj que puede servir para imprimir un cierto ritmo a cualquier narración. Alrededor, podemos encontrar una historia de ciencia ficción animada, como vimos la semana pasada en Los amos del tiempo; pero la excusa puede esconder, incluso, un relato de hermanamiento entre dos naciones enfrentadas desde la noche de los tiempos. Y esto, que por sí solo es suficientemente sorprendentemente, asombra todavía más si la película que se zambulle en tan pantanoso terreno proviene de Bollywood y narra la búsqueda de una niña pakistaní que se pierde sin remedio en el corazón de la India.
Bajrangi Bhaijaan (Kabir Khan, 2015) cumple con todos los estereotipos que el espectador occidental puede tener sobre el cine indio: abundan las coreografías, las canciones, y salen unos cuantos animales… Ciertamente, ofrece una visión idílica de algunos aspectos de la cultura india como la religión y blanquea otros como el demencial sistema de castas que atenaza su sociedad. Y a pesar de ello, cualquier persona que se acerque a ella sin prejuicios reconocerá que esta es una buena película.
Munni es una niña muda, por si no había suficiente drama, que vive en unas apartadas montañas en Pakistán y pierde a su madre en el tren que la lleva hacia la consulta de un médico. Pawan, el héroe, es un ser de luz que adora a un dios mono que le impide mentir y dedica su vida a conseguir la riqueza suficiente para honrar su unión con la mujer que ama. Al menos hasta que su camino se cruza con el de la niña.
Comienza entonces el mejor tramo de la cinta, repleto de bailes, sonrisas y un sinfín de malentendidos y que van insinuando a Pawan que la niña es carnívora, musulmana y pakistaní, en orden de gravedad creciente. Todo un shock para la simpática familia que los acoge y decide enviar a Munni de vuelta a su país. Un momento idóneo para una interesante crítica social que nos lleva del humor hasta la explotación infantil y concluye con una espectacular escena de acción que no vimos venir a pesar de los prominentes músculos del protagonista. A estas alturas, por cierto, Salman Khan ya ha conseguido que todos queramos que su tierno personaje sea nuestro mejor amigo.
Visto el panorama, Pawan decide que solo se fía de sí mismo y, con la bendición de su futura esposa, emprende el camino hacia Pakistán. Entonces, cuando parece que el frenético ritmo de la película decae, descubrimos un guion capaz de esquivar el maniqueísmo y que trata a los vecinos musulmanes con verdadero cariño; una historia que representa al antagonista como un pueblo humilde y bondadoso que, como el indio, lucha cada día contra un enemigo: la explotación.
Son casi tres horas de metraje (ya advertimos antes que la película cumplía con todos los estereotipos del cine indio), pero Bajrangi Bhaijaan merece la pena. La superficie de la cinta parece simple, sin aristas, pero el mensaje de fraternidad que envía al pueblo pakistaní y su espectacular realización, puesta al servicio de la sonrisa y el nudo en la garganta, justifican sobradamente un acercamiento a la ingente producción bollywoodiense. A un cine capaz de exportar la vitalidad de una cultura milenaria al resto del mundo.
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