Segundas temporadas nunca fueron buenas
Tres, eran tres, los estrenos que durante el año 2014 destacaron por encima de los demás, y tres fueron también las renovaciones que les dieron continuidad a lo largo del 2015. Pero, amigos, en este mundo cruel y volátil, un buen arranque no asegura un buen final y, como dijo Newton debajo del manzano: «Madura será la caída». Veamos qué les ha deparado el tiempo a estas tres producciones que, hace tan solo dos años, deslumbraron al mundo seriéfilo.
True Detective
Aunque fue el 12 de enero del año 2014 cuando nuestra primera serie estrenó su corta pero exitosa temporada, su lanzamiento ya venía siendo la comidilla de los televidentes de medio mundo desde mucho tiempo antes. Se decía, se comentaba, se rumoreaba, que podía ser el pelotazo del año; una serie que marcaría las diferencias, que iba a cambiarlo todo. Mimbres había: cubriendo sus espaldas, la portentosa mecenas de la nueva edad de oro de las series televisivas: una cadena que tiempo atrás era únicamente conocida por sus retransmisiones pugilísticas, la HBO. Todos sabían que la compañía mimaba sus productos como un buen artesano, buscando siempre la perfección audiovisual sin prestar atención a los datos de audiencias (recordemos que The Wire no fue un éxito de público, ni mucho menos, durante sus cinco años de emisión). Al frente del proyecto, firmando el guion y tomando las riendas de la producción ejecutiva, un semidesconocido, Nic Pizzolatto, hasta la fecha, popular únicamente por haber escrito dos capítulos de la serie de culto The Killing (AMC-Netflix). Pero lo más sorprendente fue descubrir quiénes serían los actores principales: ni más ni menos que Matthew McConaughey y Woody Harrelson. Y es que, si bien el segundo se había impuesto a su encasillamiento en la comedieta (saltó a la fama con la serie de los ochenta Cheers —NBC—, con la que llegaría a ganar un premio Emmy) con papeles dramáticos en películas de peso como Asesinos natos (Oliver Stone, 1994), El escándalo de Larry Flint (Milos Forman, 1996) o La delgada linea roja (Terrence Malick, 1998), era McConaughey el que despertaba mayor recelo al estar, en aquellos momentos, considerado un simple actor guaperas de películas comerciales para toda la familia. Que la información sobre el proyecto se filtrase a cuentagotas ayudaba a que se disparasen los rumores sobre los personajes, la historia, las localizaciones… Y no era para menos: si no fuese por el paraguas de confianza que representaba la imponente HBO, el resto de activos del proyecto (un productor y guionista inexperto, actuaciones totalmente impredecibles) generaban un mar de dudas.
Sin embargo, finalmente llegó el día del estreno. El resto es historia. El episodio piloto fue elevado por la crítica a los altares del dios catódico, permitiéndose blasfemias, castigadas en otros tiempos con el destierro mediático, como ponerla a la altura de iconos de la cadena y de la historia de la televisión como The Wire o Los Soprano. El personaje de Rust Cohle, poseedor de una magnética personalidad y trufado de matices, era bordado por el bueno de Matthew, rompiendo esa imagen de playboy de la forma menos sutil posible: presentando una imagen desaliñada, una delgadez enfermiza y llegando a unas cotas de excentricidad rayanas en la locura. A su vera, sin hacer mucho ruido y manteniéndose en un discreto segundo plano, desempeñando una encomiable labor de equipo, un sólido Woody Harrelson daba el contrapunto a Rusty, con un personaje mucho más simple, pero cargado igualmente de matices, El resultado era una mezcla que potenciaba ambos personajes en cada plano.
La historia que aquella serie nos quería contar no era la más original, pero… ¿qué es original? A estas alturas, pocas cosas nos resultan novedosas. No hay temas que no se hayan tratado en la ficción, ya sea en la literatura, en el teatro, en el cine o la televisión. Un nuevo camino es relegar la originalidad al cómo se cuentan las historias y, en este aspecto, True Detective volvía a dar en el clavo, alternando dos espacios temporales, en los que contrastaban las relaciones entre los personajes. En cada capítulo los veíamos traspasar la frontera entre verdugos y víctimas, entre compañeros y enemigos, sin saber muy bien por qué, enredados en un caso que, desde un principio, se intuye demasiado grande para ellos. La narración pausada daba paso, en momentos concretos, a la acción más desatada, produciendo momentos de gran fuerza visual como el tan aclamado plano secuencia, de seis minutos de duración, en el cuarto capítulo de la serie. El díptico formado por el sexto y séptimo capítulo de esta historia, perfectamente estructurado, será el foco de mayor tensión y violencia de toda la temporada, creando un clímax en el ecuador de la trama que, posteriormente, iría descendiendo hasta alcanzar el final. Con una ejecución formal preciosista pero mostrando unos característicos planos aéreos, a vista de dron, de la zona de Nueva Orleans, la serie se confirmó como una producción sobresaliente que alcanzó el éxito de público y crítica. La prueba fueron algunas declaraciones realizadas por destacados personajes del circo seriéfilo, que no dudaron en rendirse ante True Detective:
«Puedo afirmar que hemos visto la mejor serie del año y eso que todavía estamos en marzo. No me hace falta ver más, me retiro». El Seriéfilo, desempleado antes de empezar su andadura en La Soga.
«Este Rust es la monda, anda que no tiene labia el jodío. Ya me gustaría que se bajase al bar a tomarse una con nosotros.» Eulogio, jubilado y vigente campeón de mus del bar Casa Francisca.
«Y ahora, ¿qué? ¿Ya se acabó? Se me ha hecho muy corta. A ver, chaval, ¿qué serie me recomiendas?» Francisca, dueña y única empleada del bar Casa Francisca.
Terminada la primera temporada y ante el silencio de la HBO, se disparan los rumores sobre la más que probable segunda temporada. Parecía más una estrategia comercial, continuando con el secretismo que tan bien le había funcionado antes del estreno, que una duda razonable, ya que después del éxito de la nueva serie parecía muy poco probable su cancelación. Finalmente se decide, con buen criterio, que la historia no tenga ninguna relación con la primera temporada, ni en tiempo, ni en lugar. Comienza a filtrarse información: estará localizada en Los Ángeles y habrá protagonista femenina. Mientras tanto, suenan los típicos bulos, como el que afirmaba que Brad Pitt iba a incorporarse al proyecto. Finalmente, quizá tratando de convertir el reciclaje de actores en sello de la casa, Pizzolatto vuelve a tentar la suerte con Vince Vaugh y Colin Farrell. Sin embargo, se demuestra nuevamente que en el arte de resucitar actores solo hay un maestro, Quentin Tarantino, y esta vez sale cruz.
No es que Vince Vaugh tenga una mala actuación, pero es evidente que su personaje, un mafioso venido a menos, no encaja con su intérprete. Colin Farrell, por su parte, no logra dar brillo al policía alcohólico y corrupto, pero con buen corazón, Ray Velcoro. Rizando el rizo, el guion incluye otros dos personajes principales, también defensores de la ley pero con sus demonios personales, que no hacen mal papel, pero entorpecen el fluir natural de la historia. El argumento, más original que el de la primera temporada, es quizá demasiado rebuscado: resulta fácil perderse entre tanto nombre sumergido en la misma trama. El final, un tanto torpe e insatisfactorio, deja un regusto amargo que no cumple con las expectativas creadas. Y, por último, la realización, que es similar a la primera parte (grandes planos aéreos mostrando el paisaje californiano y alguna escena de acción notable), recuerda constantemente a la de anterior temporada. Y en la comparación, siempre sale ganando el original, devaluando un poquito más, si cabe, la opinión que el espectador pudiera tener sobre la segunda entrega.
Conclusión: en agosto de 2015 HBO confirmaba la renovación de la serie para una tercera y última temporada, a pesar de las críticas; sin embargo, tres meses después, la cadena se retractaba y daba por finalizada la andadura de True Detective. Su andadura en nuestras televisiones dejaba tras de sí un pequeño resquicio de esperanza, al quedar vinculado Nic Pizzolatto a HBO hasta el año 2018. Pero siempre nos quedará esa maravillosa primera temporada y una secuela que, tras el vapuleo recibido y con el paso del tiempo, quizá no parezca tan mala.
The Knick
La irrupción de la segunda serie del año fue totalmente distinta. Nadie hablaba de ella y parecía que la cadena Cinemax alentaba ese anonimato relegando su estreno al mes de agosto, época normalmente reservada para las series menores, de relleno, que arrancan cuando la gente está de vacaciones y no presta demasiada atención a la tele. Tengo que reconocer que estaba entre mis candidatas a quedar archivadas directamente en la P de papelera, pues me temía una especie de Urgencias (NBC) de principio de siglo y con culebrón incluido. Lo que me hizo darle una oportunidad fue la inclusión de dos nombres propios de peso: el del ganador del Oscar al mejor director en el año 2001, Steven Soderbergh, no solo como productor sino también como director; y el del actor Clive Owen como protagonista. El director anunció en el 2013 que dejaba el cine y esta serie, junto con Behind the candelabra (HBO), ambas para la televisión, han sido su trabajo desde entonces. Quedó claro que no hacía falta recurrir a la gran pantalla para hacer ficción de calidad.
Que The Knick (Cinemax) no es una serie comercial, ni para todos los públicos, queda de manifiesto rápidamente: en su primer capítulo, el realismo y detalle con el que muestran las operaciones que se realizaban en los hospitales de Nueva York a principios del siglo XX ahuyentó directamente a todos los estómagos sensibles. Asimismo, la amoralidad del personaje principal, el cirujano John Thackery, interpretado magistralmente por Clive Owen, difícilmente podría protagonizar una serie de prime-time para toda la familia. Estamos ante un verdadero antihéroe, un personaje totalmente cegado por su trabajo que en muchas ocasiones confundirá con sus polémicas decisiones a los espectadores de la serie: su corte desaliñado, bohemio y ajeno a todas las convenciones de la época, creará complicidad con los televidentes del presente gracias a los anacronismos con respecto a una época con la que no comulgamos y que al doctor Thackery tampoco parece agradar; pero, no nos engañemos, no es un buen tipo. Es un obseso de la investigación médica y adicto al trabajo, lo que termina por hacerle dependiente de ciertas sustancias. Y toda su vida gira en torno a eso. No hay ningún código ética asociado a su obsesión.
La otra cara de la moneda es Algernon Edwards, el nuevo cirujano en el hospital. Disciplinado, recto y comprometido, pero con un estigma casi insalvable para la época: es negro. Su lucha irá encaminada a hacerse con el puesto que le correspondería por mérito, pero que se le niega por el color de su piel. La relación entre los dos cirujanos, con personalidades totalmente opuestas, solo será fluida cuando la medicina haga que se necesiten mutuamente. Entonces sí, a pesar de sus diferencias, profesionalmente llegarán a admirarse y respetarse.
El resto de personajes secundarios, aun siendo menores, están bien construidos y aportan tramas secundarias entretenidas e interesantes que ayudan a mantener el ritmo de la serie. Ese es, probablemente, el punto fuerte de la serie: no decae en ningún momento y la estructura de los capítulos está sólidamente trenzada para que en ningún momento desviemos la mirada hacia el reloj.
Siguiendo los pasos de su hermana mayor, HBO, Cinemax apostó por dar continuidad a un proyecto que ya en sus inicios se planteaba como una historia de veinte capítulos (distribuidos en dos temporadas de diez) y, el 10 de julio de 2014, un mes antes de emitir el episodio piloto, anunció su renovación. De nuevo, se dio muy poca publicidad al proyecto, hasta el punto de que la fecha del estreno solo se supo a falta de un mes para el mismo.
Tras el brillante final de la primera temporada, lógicamente, en la segunda entrega se optó por dar continuidad a la serie y los devenires del doctor Thackery siguieron siendo el centro neurálgico de la serie. Sin embargo, aunque la serie mantiene la calidad de la ambientación, las interpretaciones y el ritmo narrativo, no logra deslumbrar. Es posible que el efecto tenga que ver con la falta de novedades, pero personalmente me decanto por la cierta descompensación que existió entre la historia principal y las tramas secundarias, que intentan otorgar más protagonismo a personajes de la primera temporada como la benefactora del hospital, Cornelia Robertson; el gigantón y basto conductor de ambulancias Tom Cleary y su particular relación con la monja abortista, la hermana Harriet; o el amoral y falto de escrúpulos gerente del centro, Herman Barrow. Ninguno de ellos son lo suficientemente interesantes como para suplir los delirios de nuestro cirujano preferido y, con cada una de sus ausencias, las escenas perdían un punto de interés.
A pesar de ello, la serie fluye a lo largo de su segunda temporada envuelta en una espiral de autodestrucción que la conduce a un cierre muy coherente y satisfactorio, dejando la obra concluida, sin cabos sueltos. El conjunto de las dos temporadas completa una producción digna de formar parte de nuestras videotecas y, con el tiempo, creo se convertirá en una serie de referencia dentro de su género.
¡Oh!, cuán efímera es la fama en este mundo cruel. Y es que es para ponerse dramáticos: dos de las mejores series del 2014 caen fulminadas tan solo un año después… Veamos qué le deparó el destino a la tercera de nuestras protagonistas.
Fargo
Si hubiese que definir con una sola palabra los momentos previos a su estreno, esta sería, sin lugar a dudas, suspicacia. Como fiel seguidor de los hermanos Coen, no me fiaba de un producto que usurpaba tan descaradamente el título de una de sus películas fetiche. ¿Qué pretendían? ¿Aprovecharse del nombre de Fargo (Hermanos Coen, 1996) para perpetrar después un crimen audiovisual? O, peor aún, ¿se trataría de un remake troceado de la película? Así fueron pasando los días, entre ideas cada vez más terribles, hasta que el 15 de abril de 2014, martes para ser más exactos, volvieron a sonar las míticas palabras que casi veinte años antes había oído por primera vez: «Esta es una historia real. (…) A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado tal y como sucedió». Y se disiparon todas las dudas: allí estaba el pueblo de Fargo, pero se llamaba Bemidji; también estaba Jerry Lundegaard, el pusilánime vendedor de coches que contrata a unos sicarios para raptar a su mujer, solo que esta vez es vendedor de seguros y se llama Lester… Y así podríamos seguir hasta encontrar el reflejo cinematográfico de todas las localizaciones y los personajes, porque todo nos recuerda al largometraje, pero, al mismo tiempo, es distinto. Incluso la historia es muy similar, pero diferente. Y esa es la magia de Fargo (Fx), hacernos revivir la película con otros personajes, con otros detalles, con otros actores.
Con un elenco de lujo, dando vida a arquetipos complejos y distintos y rayando en lo extravagante, volvemos al terreno al que nos tienen acostumbrados los hermanos Coen, el de las narraciones llenas de casualidades absurdas que no rompen el realismo mágico de sus universos. Incluso, mi mente trató de jugarme una mala pasada y me vi preguntándome si esta serie me estaba gustando más que True Detective. Sí, pero no; no, pero sí. Emplacé la decisión final a un año vista en cuanto conocí la merecidísima y deseada renovación de Fargo el 21 de julio, jornada que esperaba ver convertida, a partir de entonces, en la fiesta de la renovación de una gran producción televisiva, después de ser ya demasiados años el día en el que el hombre llegó a la luna.
Si, por un lado, True Detective optó por una línea rupturista en su segunda temporada; y, por otro, The Knick se decantaba por el continuismo, Fargo toma el camino de en medio: es decir, busca una historia completamente nueva, pero con un mínimo anclaje a la de la primera temporada. La segunda temporada de la producción de Fx nos cuenta la historia del padre de la policía Molly Solverson que, antes de regentar una cafetería, también había llevado placa. Por lo demás, borrón y cuenta nueva, aunque no podemos evitar ver a Lester en Ed, el carnicero; y nuevamente todo nos recuerda a algo pasado, solo ligeramente distinto. Y puede que este sea el mayor mérito de Fargo: ser capaz de canonizar una estética, un cierto tipo de situaciones, unas escenas que son marca de la casa y siempre rayan la excelencia, mimando al mismo tiempo los detalles y lanzando constantes guiños a los fans.
Por fin, no hubo dudas, ni división de opiniones: éxito de crítica y público. La segunda temporada de Fargo mantiene el nivel de la primera y para muchos la supera. No comparto esa apreciación, pero eso es porque soy un sentimental y soy de los que quieren creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. En cualquier caso, la reacción de la cadena no se hizo esperar: el 23 de noviembre, sin efeméride que le haga sombra (a no ser que os guste la música clásica. En ese caso, el mismo día de 1876 nació Manuel de Falla), la cadena confirmó la renovación por una tercera temporada. Cuando, en 2017, eche un vistazo a derecha e izquierda, no verá ni a True Detective (HBO), ni a The Knick (Cinemax). Porque en este mundillo seriéfilo, como en Los Inmortales (Russell Mulcahy, 1986), «solo puede quedar uno».