Cinefórum CCXX: «Veredicto final»
Ah, el cine de juicios… Un subgénero de esos que casi nunca decepcionan, un valor seguro para los que disfrutamos de la peculiar justicia americana llevada a la gran pantalla. Porque, claro, los juicios que resultan más cinematográficos son los estadounidenses, con sus referencias a casos oscuros, sus trucos teatrales en la sala y los demás aderezos de una buena historia judicial. Así pues, desde el Old Bailey inglés de Testigo de cargo, vamos hasta el Boston de Veredicto final.
No obstante, a la hora de hablar del cine de juicios, cabe preguntarse si podrá superarse alguna vez esa maravilla que es 12 hombres sin piedad. Es difícil que se consiga, aunque muchos lo han intentado y lo intentarán. Entre ellos su propio director, Sidney Lumet, viejo conocido de estos lares gracias a Network, un mundo implacable y Antes que el diablo sepa que has muerto. El caso es que no es tan raro que un cuarto de siglo más tarde de firmar aquella obra maestra volviese a sumergirse en el mundo de la justicia para firmar otra gran película, aunque aquí no logre alcanzar la misma altura a la que llegó con Henry Fonda.
Veredicto final (qué manía tenemos en España con añadir palabras como ese innecesario final en los títulos) es una película que abandona todo histrionismo formal para centrarse en una historia de redención con el fondo de un juicio en el que Frank Galvin, los restos de un prometedor abogado interpretado de manera magistral por un Paul Newman en estado de gracia, se enfrenta a la mismísima iglesia católica de Boston. Todo arranca con un error médico, pero a veces parece que eso es lo de menos; lo que importa es cómo podemos disfrutar del discurso sobre la justicia de Lumet.
Cinematográficamente, la película es casi impecable, destacando por encima de todo una fotografía en tonos ocres que parece sacada de un cuadro de Rembrandt y que le otorga al conjunto un aspecto otoñal, convirtiendo a la película en un viaje al ocaso de los personajes. A eso le debemos sumar todo un impresionante plantel de secundarios, capitaneados por James Mason y Jack Warden junto a Charlotte Rampling, que ayudan a que Newman no se vea obligado nunca a caer en la sobreactuación. Todo en la película parece sencillo, todo resulta natural y esa es su mayor fortaleza. En una película tan dependiente del guion, de los diálogos firmados por David Mamet (otro viejo conocido de nuestro cinefórum), de la gestualidad de los actores, es impresionante la contención que siempre muestra la cámara, sin caer en ninguna tentación de llamar la atención sobre sí misma.
Sidney Lumet, a juzgar por su cine, creía en las personas más que en el sistema judicial de su país. Su confianza en el jurado, en el pueblo, parecía proverbial, puesto que los verdaderos héroes de Veredicto final siguen siendo los anónimos encargados de decidir la culpabilidad o la inocencia del acusado. Si en 12 hombres sin piedad comprendían que su deber era defender la inocencia del acusado, aquí comprenden que, contra todo pronóstico, deben condenar a los culpables. Nosotros, como espectadores, sabemos que hacen lo correcto. El triunfo de Galvin es el nuestro, es el de la justicia. Saber administrar esos finales, hacer que realmente participemos de una victoria, es más difícil de lo que parece. Y en esto, Sidney Lumet era un maestro.
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