NELINTRE
Cine y TV

«20.000 especies de abejas»: la infancia será

Asómate a lugares, surca los recovecos… Quédate con la calma, nada tensa, previa a las serpentinas, esperando la explosión… Piensa en la milésima de segundo de después, cuando han saltado todas las cintas. Intenta hacer inventario de cada papelito que cae al suelo… De esas motas de polvo, suspendidas en el aire, que se cuelan por el orificio de la persiana… Imposible, ¿verdad?

Hay recuentos que son más limitados. Piensa en ese frenesí de gestos sin filtro, de los niños que juegan en el parque… ¿Y si observamos a aquella niña con las manos entrelazadas, absorta, pensando en mundos que nadie ha descubierto? A veces hay que ponerse en cuclillas para conocer otros universos, los de aquellos que no han aprendido a ponerle nombre a las emociones. En ocasiones son presos de su propia incapacidad para gestionarlas. Al pensar en ellos como leitmotiv una canción que Julio de la Rosa dedicó a su hija y que dice: tú serás lo que quieras que seas, serás… Y en el camino deberes que no has hecho, plastilina que has mezclado y aquella asa de la mochila de Eneko que ayudarás a recolocar una y otra vez.

20.000 especies de abejas habla de esto y mucho más. Nos muestra la infancia como descubrimiento. Nos acerca, de nuevo, al mundo rural como lugar idóneo para racionar, para refugiarse. Un verano que hace las veces del silencio en un tren, donde Cronos se distancia del espacio. Es duro que la protagonista, una niña trans interpretada por Sofía Otero, recurra a la magia pagana de San Juan para pedir como deseo ser lo que realmente es, no sin antes cuestionarse si tiene que volver a nacer para que todo sea diferente. Por suerte, hay otras tantas formas de leer. La apicultura es la excusa para que su tía Lourdes se acerque a ella con la paciencia del que ya no espera nada. Lourdes será capaz de darle espacio a Lucía para que se desenvuelva como la niña es.

Premiada la película y premiadas sus actrices

Su directora, Estíbaliz Urresola, al recoger la biznaga a mejor película en Málaga, recalcó que no se trata de una historia individual, es sobre todo la historia de una familia. De ahí que su guion circule de un personaje a otro sin abandonar la perspectiva de Lucía, con esos planos cortados de los adultos y sus conversaciones, aquellas que creen que la niña nunca llega a captar. Se equivocan. Se nos olvida que los niños escuchan.

Para escribir este guion Urresola contó con las vivencias de familias que estaban pasando por el mismo proceso. En el Festival de Málaga agradeció la generosidad a la hora de mostrar su intimidad y dedicó la mención a mejor película a todas ellas. Pero no todos los adultos están ensimismados en sus propias batallas. De algún modo estas familias también se descubren a sí mismas y las circunstancias colocan a cada uno de ellos en una posición en el tablero. Aunque son de nuevo los niños los que nos dan lecciones. En la película el hermano de Lucía, Eneko, es capaz, desde la tranquilidad, de destrozar los argumentos atormentados de su hermana. No resulta nada forzado, es creíble.

Otra vez una obra premiada con un guion que formó parte de un programa incubadora, en este caso de la ECAM, muestra que tan importante es contar con financiación como con las mentorías y las asesorías (perspectivas de los profesionales).

Sofía Otero recibió en la Berlinale el reconocimiento a su labor como actriz con tan solo nueve años, demostrando que ese discurrir es innato. A lo largo de la cinta juega con las miradas y los gestos inacabados. Con aquello que no se dice, desmarcándose de lo que debería ser una actuación de una menor, inmediata y resolutiva. La edad no es un hándicap. Otras niñas y sus actuaciones, como la de Laia Artigas en Después también o la mirada de Ana Torrent en Cría Cuervos de Carlos Saura, son historia de nuestro cine.

Pero desde el Festival de cine de Málaga no se obvió la labor de otras actrices como Patricia López Arnaiz, a la que ya vimos como protagonista en el último thriller de Martín Cuenca interpretando a una mujer que ansiaba quedarse embarazada, y en Ane, donde era una madre que intenta descubrir quién es realmente su hija adolescente. Casualidad, en esta película interpreta de nuevo a una madre, una mujer que tiene que lidiar con tres niños, una ruptura de pareja y dudas a propósito de su futuro profesional. Su personaje se esconde de los problemas en un viejo taller familiar mientras da forma a unas esculturas con las que ni siquiera se siente identificada. Qué paradoja.

La realidad trans en nuestro cine

La realidad trans a menudo se refleja en el cine en una franja de edad muy determinada. Películas como Girl o La chica danesa son un ejemplo de ello. Sin embargo, en series como Transparent, que funcionó mejor en las primeras temporadas y que se diluyó por otros motivos (los problemas de sus actores en la vida real), los protagonistas son de mayor edad, rozando los sesenta años.

Pero qué necesaria es la visión de los niños. En la ficción, tanto en la literatura como en el cine, siempre se ha agradecido la perspectiva. Miau de Galdós, novela en la que se cuelan los problemas económicos; Malaherba de Jabois, que trata temas tan ásperos como la muerte; o Manolito Gafotas de Elvira Lindo y La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda. Todos estos trabajos se centran en etapas de la infancia, donde el individuo a nivel psicológico forja su identidad personal. Nos muestran que, dejando a un lado nuestras propias batallas, debemos fijarnos en qué esconden esos gestos sutiles, esa mirada naif absorta y las manos entrelazadas. Nos invitan a huir de esos planos cortados o esas conversaciones en segundo término en las que se cuestionan las emociones de los niños sin tenerlos en cuenta.

Otras 20.000 Lucías pueden recordar hoy la letra de Julio de la Rosa. Puede que también lo hiciera la madre de la protagonista… «No te me olvides los versos. No te me olvides las chanclas. No te me olvides de ti y no olvides nada de nada. Tú serás lo que quieras que seas, serás…».

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba