Cinefórum CCL: «El abrazo de la muerte»
Si existe un supergénero, por jugar con el concepto de superestructura, que haya tenido buena fortuna en el mundo del cine ese es el llamado género negro. A menudo usamos ese vocablo francés que es noir por herencia de la crítica francesa que lo recuperó y jugamos con todo tipo de subdivisiones: desde el noir clásico al neo-noir; del krimi alemán a la serie B americana… Todo un mundo en el que podemos encontrarnos con cintas como Blue Collar, que vimos la semana pasada, en la que un robo se convierte en la excusa perfecta para hablar de la sociedad contemporánea. Algo de eso había siempre en el género negro desde su concepción; y mucho de eso tenemos en la película de hoy, un clásico de 1949 que parte de un robo para hablarnos de la condición humana y que responde al título de El abrazo de la muerte.
El título original de la cinta era Criss Cross, una referencia a las sorpresas y a las traiciones del género, que tienen mucha presencia en la película. Como muchas otras producciones noir se basaba en un libro, del mismo nombre que la película y escrito por Don Tracy. Su existencia se debió en gran parte a la buena colaboración nacida entre su estrella, Burt Lancaster, y el director Robert Siodmak. Ambos se habían conocido en Forajidos, el debut comercial de Lancaster y su primer éxito.
La historia de El abrazo de la muerte se centra en la obsesión amorosa del protagonista. Steve Thompson vuelve a Los Ángeles tras pasarse un tiempo trabajado por todos los Estados Unidos. En su momento, se fue para alejarse de su exmujer, de nombre Anna e interpretada por Yvonne De Carlo, a la que ahora quiere recuperar. La película arranca, de hecho, con una magistral escena en la que nos situamos en mitad de la trama, con un encuentro entre el protagonista y su exmujer seguido de una charada que han organizado para poner en movimiento su plan criminal. En él, tiene participación el nuevo esposo de la mujer, interpretado por un Dan Duryea impecable.
La película se construye a base de flashbacks continuos, una decisión tan peligrosa como, por suerte para nosotros, efectiva. En ellos vamos viendo como nuestro protagonista no es en realidad un criminal, sino un hombre obsesionado con la femme fatale de la función. Lo que les importa a Siodmak y Daniel Fuchs, el guionista, es penetrar en la mente de un hombre que no puede escapar de su pasado, encarnado en este caso en la figura de Anna. Todo su mundo, desde su madre a su hermano, su mejor amigo, su padre… son apenas figuras desenfocadas en el fondo, mientras la vida de Steve solo tiene sentido en relación a la que fue su mujer.
A veces la virtud de una trama se descubre gracias a su capacidad para pervivir. En ese sentido, El abrazo de la muerte es ejemplar, puesto que ya en 1995 fue recuperada por uno de los directores con mejor pulso para el género negro en el Hollywood del cambio de siglos. Steven Soderbergh firmó Bajos fondos, una buena relectura que, de todos modos, no alcanza al original. Mantenía, por suerte, el gusto por las coincidencias rocambolescas y un final impactante, si bien no alcanza al del original porque otro motivo para ver El abrazo de la muerte está en sus últimos minutos, cuando nos regala uno de los mejores finales del cine negro en la historia. Y eso son palabras mayores.
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