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Cinefórum CCCXXIII: «Eloísa está debajo de un almendro»

La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma, J.W. Goethe

Decía el bueno de Elwood P. Dowd (James Stewart) en El invisible Harvey, la magistral película de la semana pasada, que tras treinta y cinco años chocando con la realidad, estaba feliz porque finalmente se había impuesto a ella. Esto mismo podríamos afirmar de Enrique Jardiel Poncela, una figura que nunca encajó en la realidad que le tocó vivir; mas su honestidad y valentía como artista ha propiciado que se le haya reivindicado justamente, décadas después, como uno de los más destacados dramaturgos de la primera mitad del siglo XX español.

Si bien su pluma fue ágil y prolífica, su relación con el público y la crítica (y con el régimen) fue difícil e inestable, aunque, con todo, su obra fue a tal punto reconocida que en 1946 fue merecedor del Premio Nacional de Teatro. El caprichoso y voluble éxito que rodeaba sus obras derivó en que algunas de ellas fueran adaptadas, con cuestionable fortuna como veremos, a la gran pantalla. Ese es el caso de la cinta que esta semana ocupa la parrilla de nuestro cinefórum semanal: Eloísa está debajo de un almendro.

Con un título spoiler donde los haya, la película, dirigida por Rafael Gil en 1943, es una mezcla del más truculento thriller mezclado con la más romántica de las historias. Dos amantes, dos familias enfrentadas, un oscuro pasado, una misteriosa desaparición, un encargo desde el mas allá, un policía infiltrado… Con la salvedad de que todos, o casi todos, están locos de remate y que nada tiene ni pies ni cabeza.

Ciertamente, Eloísa está debajo de un almendro aglutina todas las características del estilo de Jardiel Poncela que podemos sacar de cualquier manual de literatura: maneja con naturalidad lo increíble, la trama carece de lógica, los personajes son ridículos e inverosímiles, las situaciones grotescas y estrambóticas, construye una sátira sobre el amor romántico y las historias de carácter detectivesco, el lenguaje aliña el sinsentido pero no lo absorbe… El disparate reina por doquier. Todo ello se reúne en una trama irracional, que si bien puede funcionar muy bien en el teatro, pierde eficacia y matices en su adaptación a la gran pantalla.

De justicia es señalar aspectos interesantes como los decorados que representan el hogar de la acomodada familia Ojeda como una suerte de castillo de Drácula a orillas de un lúgubre y pantanoso río Manzanares; o la banda sonora, en la que el lenguaje contemporáneo aúna momentos disonantes con pasajes de carácter castizo. Vemos ahí ese reflejo deforme y grotesco de una realidad y una sociedad con la que Poncela no comulgaba.

Eloísa está bajo un almendro
CIFESA

Es difícil entrar en el humor absurdo cuando nuestras coordenadas históricas y lingüísticas están alejadas del contexto original. Por ello, si bien la película no ha envejecido bien de cara al espectador contemporáneo, resulta interesante verla como ejercicio de perspectiva histórica y artística desde la visión del propio autor.

Sin un Jardiel Poncela difícilmente hubiéramos tenido a José Luis Cuerda y su Amanece que no es poco, o a Faemino y Cansado, por citar sólo dos ejemplos que vienen ahora a la cabeza.

Y es que, aunque ya quede desfasado decirlo, Poncela era muy chanante.

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