Federer vs. Nadal (VIII): Federer extraterrestre (Wimbledon, 2006)
Federer llegaba a la temporada de hierba del año 2006 en una situación contradictoria: su año, como ya era costumbre, estaba siendo prácticamente perfecto. Pero ese prácticamente se traducía cada vez con mayor exactitud en una figura y un escenario concretos: Rafa Nadal y la final de Roland Garros. Con un 1 a 6 en su balance personal frente al manacorí, Wimbledon aparecía como un oasis tras el desierto de la temporada de tierra. Contra todo pronóstico, Federer volvió a encontrarse a Nadal en la final del Grand Slam británico; sin embargo, lejos de la arena de París, el suizo iba a encontrar por fin un punto de inflexión en la historia de su rivalidad con el español.
Perfectos antagonistas
La aparición de Nadal en la final de Wimbledon en el año 2006 fue todo un shock para el mundo del tenis; puede que incluso lo fuera para el número 1 del mundo, que probablemente no esperaba tener que enfrentarse a su némesis personal en un torneo en el que Nadal tenía, al menos en teoría, muchos problemas para desarrollar su juego. Por aquel entonces, el tenista español era todavía un especialista en tierra batida que amenazaba con salir de sus dominios con éxito, pero nadie sospechaba aún que sería capaz de ganar con solvencia en cualquier tipo de superficie. Sus dos victorias sobre las pistas del All England Lawn Tennis and Croquet Club (en las temporadas 2008 y 2010), todavía tendrían que esperar.
En cualquier caso, y aunque el morbo estaba servido con el octavo enfrentamiento entre los dos campeones, durante los prolegómenos casi nadie dudaba de la victoria de Federer. El suizo venía ampliando, desde la primera ronda del torneo, el récord de victorias consecutivas sobre hierba: el Genio de Basilea había ganado sus últimos 47 encuentros sobre esta superficie y no había perdido un solo juego a lo largo de dos semanas de tenis. Frente a él, Nadal estaba cuajando otra temporada extraordinaria, pero solo era capaz de alejarse de la alargada sombra que el suizo proyectaba sobre los grandes torneos durante la primavera, en la cumbre de la temporada de tierra batida. Su racha sobre dicha superficie era incluso superior a la de Federer en hierba, pero eso poco importaba a la hora de afrontar la final de Wimbledon: en Londres, el balear había estado a punto de irse para casa en segunda ronda y, aunque con el paso de los días parecía estar adaptándose a las exigencias de la superficie, ahora iba a tener enfrente a uno de los mejores especialistas de la historia.
El balance personal de 1 a 6 a favor del español era quizá el único dato al que Nadal podía agarrarse. Pero ni siquiera su aparente dominio personal sobre el suizo escondía que, si aquella tarde Federer estaba inspirado, el partido podía acabar por la vía rápida. Muy probablemente, lo único que impidió que el encuentro terminara en tres sets fue el tesón del español, siempre inasequible al desaliento y rebosante de energía con 20 años recién cumplidos. Lo cierto es que aquella tarde, el número 1 del mundo no le iba a dar ninguna opción de soñar con conquistar su primer grande sobre el césped.
El tenis sobre hierba
La hierba es una superficie tremendamente particular; tanto, que sus características van evolucionando lo largo de un mismo torneo, desde la verde regularidad de las primeras jornadas a la tierra pisada de las rondas finales. La pelota bota menos, mucho menos que en pistas más lentas como las de tierra batida, pero al mismo tiempo el césped permite algún desplazamiento que el cemento de la pista dura penaliza. Todas estas variables configuran un medio velocísimo y muy hostil para un terrícola como el Nadal de 2006. Para el aspirante a número 1 era necesario adaptarse a estas condiciones a toda velocidad.
Efectivamente, a medida que superaba rondas, el saque del español ganaba potencia; su juego se volvía más agresivo y pronto comenzó a volear en la red para terminar rápido los intercambios que dominaba. Sin embargo, cada nuevo recurso que incorporaba a su juego de hierba implicaba modificar un automatismo pensado para la arcilla. La excelsa técnica de Nadal, su físico y su pulsión competitiva alcanzaron para llevarle hasta la final, pero el mayor éxito en Wimbledon del tenis español desde las victorias de Santana y Conchita Martínez todavía estaba protagonizado por un jugador de hierba poco ortodoxo, aún en construcción. En cierto modo, hasta su estética pirata se adaptaba a regañadientes al estricto protocolo del All England Tennis Club. Al otro lado de la red esperaba, con su suéter y su polo blancos, un vendaval del tenis más rápido que había ganado los tres últimos abiertos de Inglaterra de forma consecutiva. Credenciales más que suficientes para explicar el 5 – 0 que Roger Federer le endosó a Nadal nada más arrancar la final.
Con cuatro aces, otros tantos puntos directos de saque y un sinfín de subidas a la red, el mejor pasador de la historia era incapaz de contrarrestar el juego de Federer, que imprimía una velocidad al juego a la que Nadal no podía a hacer frente. Para cuando finalmente el manacorí logró alargar algunos intercambios, el set ya estaba resuelto. Por si acaso, el suizo tiró de ganadores y con un revés estratosférico, en el séptimo juego de la manga, hizo subir el 1 – 0 al marcador, dejando claro que en forma y sobre aquella superficie, era un tenista inalcanzable.
La lectura más positiva para Nadal fue, quizá, que durante la propia final continuó con su adaptación, no solo al césped de Londres, sino al tenis que Federer era capaz de desplegar sobre él. De hecho, a medida que avanzó el encuentro, fue soltando el brazo y logró incluso hacer sufrir, siquiera un poco, al Genio de Basilea. El segundo set arrancó con una dinámica ligeramente diferente tras el breve intercambio de golpes del final de la primera manga: ahora, Nadal lograba plantear algunos puntos más largos que generaba con su servicio e incluso era capaz de sacar partido de algunas subidas precipitadas a la red que el suizo intentaba al resto. El balear logró arrancar la manga con un break que consolidó rápidamente, aunque en el tercer juego Federer recuperó su dinámica con el saque y logró inaugurar su marcador. Con 1- 2 en el electrónico, el partido se internaba en un tramo menos fluido en el que los errores se impusieron a los aciertos y del que Nadal sacó partido hasta llegar al 3 a 5, con posibilidades de cerrar el set y empatar el partido. Sin embargo, en el momento de la verdad y sacando para el empate, cometió un par de errores muy graves (doble falta incluida) y permitió a Federer llevar el set al tie-break. Sin duda, esta fue una de las claves del partido: Nadal no sólo desaprovechó la ventaja que había construido durante el set, sino que también fue incapaz de materializar el minibreak del que dispuso durante el desempate. En esta ocasión, fue Federer el que supo combinar su talento con la lucha por puntos que parecían perdidos para recuperar la iniciativa y cerrar la segunda manga, y en cierto modo el partido, tras un desempate frenético.
Por supuesto, Nadal no es el tipo de jugador que se da por vencido ni siquiera estando dos sets abajo, frente a Federer y en la pista central de Londres. Así pues, el manacorí saltó de nuevo a la cancha como quien afronta el inicio de un nuevo partido, dispuesto a luchar cada pelota. Y esa actitud, en el mundo del deporte y acompañada de un talento como el que atesora Nadal, ofrece resultados: gracias a la capacidad de lucha del balear y para suerte del público, el tercer set volvió a ser un verdadero espectáculo. Nadal seguía luchando con su servicio y lograba mover a Federer cuando tenía la iniciativa, pero al resto veía cómo demasiados juegos se resolvían por la vía rápida gracias a los tremendos saques y golpes ganadores de Federer. Con el de Basilea al resto, los juegos eran espectaculares, disputados y con muchas alternativas en el marcador. Sus saques, en cambio, garantizaban tres o cuatro puntos rápidos en los que Nadal no tenía ninguna alternativa. Federer estaba logrando incluso ganar un buen número de juegos en blanco y, en esas condiciones, aunque no estaba generando ninguna bola de break, llegó con comodidad al desempate del tercero. Eso sí, en esta ocasión fue Nadal quien logró minimizar sus errores y prorrogar el partido hasta el cuarto set para delirio de los espectadores que, como siempre, querían sacar partido al altísimo precio que habían pagado por sus entradas.
Probablemente, para entonces Nadal había llegado ya más allá de lo que su propio juego le permitía. Su voluntad pretendió entonces alargar todavía más el partido, pero tras el uno iguales inicial, finalmente Federer dijo basta y puso la directa hacia su cuarto Wimbledon consecutivo. El suizo llegó a ponerse 5 – 1 en el marcador a base de un efectivo juego de hierba, de saque y volea, pero también atacando con una agresividad que otras superficies no permiten los segundos saques de su rival. Y es que el servicio de Nadal había ganado potencia sobre la hierba, pero perdía los efectos que causan tantos problemas a sus rivales y, también, a muchos seguidores del tenis que con el balear tuvieron que aprender sobre la marcha que un saque de tan solo 160 km/h, colocado y con mucho efecto, podía acabar convirtiéndose en un arma poderosa para Nadal. De hecho, su servicio, en apariencia flojo, siempre ha sido uno de los cimientos de su juego. La realidad, en cualquier caso, es que demasiadas variantes tácticas del juego de Nadal, como el saque, habían sido concebidas para la tierra y en 2006 todavía necesitaban adaptarse a la pista rápida. El español conquistaría la hierba incluso antes que el brusco cemento, pero hace una década aún estaba luchando por descubrir cómo completar su asalto al Grand Slam. Para aquel deportista, enfrentarse a uno de los tenistas más grandes sobre la hierba de Wimbledon era demasiado. Aquel día tocaba claudicar ante la perfección suiza.
El reinado de Federer
Cuarto torneo de Wimbledon consecutivo; vencedor de siete de los últimos once Grand Slams disputados; vigesimoséptima victoria de aquel año, esta frente a quien le había infringido su única derrota, cómo no, en la final de Roland Garros. Esta no fue únicamente una gran victoria, sino uno de los once triunfos que hasta la fecha Federer ha conseguido arrancarle al mayor obstáculo de una carrera legendaria. Federer, triunfante, no sabía que comenzaba entonces su mejor racha frente al tenista de Manacor. Vencería a Nadal en cinco de sus próximos siete enfrentamientos, completando otra temporada de ensueño en la que, de nuevo, solo se le resistiría el Roland Garros.
Resulta tan complicado tratar de imaginar cómo habría sido la carrera de Federer si Rafa Nadal no se hubiera cruzado en su camino, como especular con la evolución del español si no se hubiese producido la irrupción de Djokovic. De todos modos, si hubo un periodo en el que el suizo estuvo en condiciones de haber ganado el Grand Slam en un año natural, fue entre 2004 y 2007. Cuatro años mágicos en los que solo la Philippe Chatrier, ocupada por un tenaz veinteañero nacido en Manacor, se resistió a su reinado. En España, tendemos a ver la trayectoria de Federer desde el punto de vista de los seguidores de un aspirante que derrota una y otra vez al campeón. En nuestro país, no es necesario explicar la grandeza de Nadal, muy probablemente el mejor deportista español de la historia; sin embargo, no está de más recordar que en esta larga historia, él era el perseguidor y no el perseguido. La magia de Federer y su asombrosa sucesión de victorias, iban un paso por delante. Y para tratar de alcanzarle, Nadal iba a tener que aprender a vencer lejos de su tierra.
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