Stephen King tiene setenta y seis años, una cifra que debe ser parecida al número de sus obras publicadas. Su poder de influencia en la cultura popular rivaliza con homólogos coetáneos como Steven Spielberg o The Beatles, y al título de escritor más vendido de nuestro tiempo le suma el del más adaptado y el del más querido. Ese cariño se aprecia en el hecho de que cada año fantaseemos con el sueño húmedo de su improbable Premio Nobel, pero también, y sobre todo, en que el medio audiovisual nunca lo haya dejado de lado. Véase la reciente fiebre de remakes de sus obras clásicas o los infinitos productos deudores de su cosmología de ficción. En realidad, echando la vista atrás podemos comprobar cómo casi cualquier momento en el que pongamos el ojo nos parecerá la edad dorada de su presencia en el cine. Sucede así en la década de los noventa, cuando trascendido ya su paso sísmico por el terror y el fantástico de la mano de algunos de los mejores directores de género (De Palma, Kubrick, Romero, Cronenberg, Carpenter), se constató lo que sus lectores ya sabían: que a la voz de King se le quedaban cortas las etiquetas y que su genio era, por tanto, de carácter universal.
Precisamente, es en este contexto de legitimación sesuda donde enmarcamos la película invitada el cinefórum de hoy. En primer lugar, porque Eclipse total (Dolores Claiborne) de Taylor Hackford (1995) se erige en el momento central de una década que, sumida en una especie de inercia mágica de talento en el cine norteamericano, hacía que sus cineastas, incluso con proyectos poco ambiciosos, despacharan títulos tan solventes como interesantes. Pero, además, la película venía precedida de dos adaptaciones de King recientes muy populares y alabadas por la crítica que, sin duda, le marcaron el camino a seguir: es difícil imaginarse a su incombustible protagonista con otro rostro diferente al de la oscarizada Kathy Bates de Misery (Rob Reiner, 1990); como es inevitable, a su vez, apreciar la alargada sombra que ejerce sobre ella el efectivo clasicismo narrativo (y la sugerente voz en off) de Frank Dorobant en la extraordinaria y también oscarizada Cadena perpetua (1994). Así pues, descubierto y testado el King serio, Hollywood no dudó en seguir exprimiéndolo; y nada mejor que hacerlo adaptando Dolores Claiborne, la pequeña gran obra maestra feminista con la que el escritor de Maine había rendido homenaje a su madre en 1992.
¿De qué trata? La protagonista que da título a la historia es la principal sospechosa de la muerte de Vera Donovan, odiosa mujer para la que trabajaba como ama de llaves y con la que vivía en su caserón de la Isla Little Tall, en Maine. El desgraciado suceso provoca que su hija, Selena (Jennifer Jason Leigh), distante desde hace años, vuelva a casa y, de paso, afronte los secretos y traumas que había dejado enterrados en el pasado.
En líneas generales, el punto de partida de la cinta es bastante similar al de la novela, planteando el misterio de la muerte de Vera como eje central sobre el que pivotará el relato de la vida de Dolores y, dentro de este, el misterio de la muerte de su marido Joe. Pero Hackford (y Tony Gilroy, su guionista), además de ignorar por razones evidentes el carácter esotérico que el eclipse de sol tiene en la novela y que lo emparenta con su espejo en el kingverso literario (El juego de Gerard), toma dos decisiones de guion que, en cierta manera, le alejan en lo literal de la obra original para, como buena adaptación, mantener y potenciar el espíritu narrativo de la historia: por un lado, al hacer presente en la isla a Selena se explicita su reacción a la muerte de su padre y a la de Vera, algo que en la novela solo podemos imaginar; por otro lado, y en aras de incidir en el carácter más enigmático del relato, intercambia el monólogo confesional de Dolores ante la policía por una narración fragmentaria, a base de flashbacks, por la cual los dos misterios se van esclareciendo a ojos de su hija, personaje que en la película adquiere prácticamente el mismo peso que su madre.
La historia de Dolores Claiborne nos habla sobre la lucha por la libertad de una mujer asfixiada bajo del nudo gordiano de la necesidad y el machismo, y sobre una suerte de sororidad inesperada entre dos mujeres muy diferentes pero unidas por un mismo mal («porque a veces ser una zorra es lo único que se puede ser»). En ese sentido, el personaje de Dolores es el reflejo luminoso de Vera y sus actos distan mucho de la venganza despechada de aquella. Por eso el lector empatiza con Dolores, porque sabe que, diga lo que diga la justicia, esta no ha dejado de ser nunca una víctima. Pero en Eclipse total esa idea de libertad y de hermandad femenina se amplía a través de Selena, protagonista indirecta y desgraciada de sus mayores. Es otro eclipse el que mantiene en las sombras de la memoria los secretos de su pasado, y para superarlo necesita a su madre, una superviviente que luce con orgullo su apellido de soltera.
- Cinefórum CCCXCV: «El irlandés» - 21 noviembre, 2024
- Autopista al infierno, con parada en quioscos y gasolineras - 30 octubre, 2024
- Lo que sé de los vampiros (VI): el siglo XX y el primer vampiro pop - 14 octubre, 2024