Hay pocas ironías mayores que la de morirse el día que te toca la lotería. Una de ellas puede que sea hacerlo precisamente porque te haya tocado; es decir, morirte del susto. Pero es que si hay una cultura que ha hecho de la ironía una forma de vida, y por lo tanto también de la muerte, esa es la británica.
Con esta premisa arranca Despertando a Ned, título de 1998 con el que en nuestro cinefórum pasamos de una fábula sobre la violencia a una comedia costumbrista sin abandonar el infinito mundo de posibilidades de la campiña británica.
Tullymore es un pequeño y tranquilo pueblo irlandés cuya idílica existencia se ve sacudida en el momento en que uno de sus cincuenta y dos habitantes gana el primer premio de la lotería y la impresión se lo lleva por delante. El (¿) agraciado (?) es un anciano sin familia. Cuando este es encontrado petrificado con el boleto premiado entre las manos, la picaresca de sus vecinos tomará cartas en el asunto. La idea es sencilla: uno de ellos se debe hacer pasar por el malogrado ganador hasta cobrar el premio y luego repartirse el botín equitativamente. O sea, una especie de «todos a una, Fuenteovejuna» made in UK.
Despertando a Ned supuso el refrescante debut de Kirk Jones, un director que luego se perdería en ramplonerías varias, pero que con su primer film (cuyo texto firmó) supo condensar elementos esenciales de humor british como la sitcom coral, el sarcasmo y la hipérbole, consiguiendo enraizar con la tradición de los estudios Ealing y a su vez enmarcarse en la nueva comedia que se estaba haciendo en las islas con el cambio de siglo. Sustentada en un guion cargado de efectivos (que no efectistas) gags, la solvencia proverbial que todo veterano reparto de actores británico trae consigo, un ritmo endiablado y un tono voluntariamente liviano, la película de Jones se descubre como una agradabilísima comedia negra, un pasatiempo irresistible tras cuyo visionado es inevitable desempolvar nuestros libros de David Lodge o volver una vez más al maravilloso funeral de risa de Frank Oz.
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