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«La mecánica de los fluidos»: queridos incels

«Querido Anathematic Anarchist». Estas son las primeras palabras que entona Gala Hernández López, la autora de La mecánica de los fluidos, una carta a un incel suicida que se convierte en una radiografía especulativa de los deseos truncados y las relaciones atrofiadas de nuestra líquida posmodernidad. 

Los incels (abreviación de involuntary celibate, celibato involuntario, término con el que se autodenomina esta comunidad de hombres) han proliferado considerablemente en los resquicios de internet durante los últimos años. La suya es una proclamación de ira contra un orden social que les discrimina, una expresión de la impotencia de lo negado. Sus fervientes quejas se retroalimentan entre sí en foros dedicados a desgranar la realidad que les rodea: ¿Por qué no me quieren las mujeres? ¿Por qué estos hombres y no yo? ¿Estoy destinado a nunca ser querido? Esta ira ha traspasado en ciertas ocasiones las pantallas y los nombres de usuario anónimos, deviniendo en violentos y trágicos sucesos: masacres (como la perpetrada en 2014 por Elliot Rodger y que ha servido como inspiración para otros asesinatos posteriores) y suicidios, como el que sirve de punto de partida para este documental.

La comunidad incel, como resultaría lógico dado su manifiesto odio y misoginia, ha cosechado una respuesta mayoritariamente negativa. Aquí, sin embargo, la autora se posiciona desde un prisma que, a primera vista, estremece: la compasión frente al odio, la empatía frente al rechazo. Hernández se propone comprenderlos. Hay cierto tinte sociológico en sus aproximaciones, pero los momentos que más resuenan son aquellos en los que la directora se expone vulnerable junto a la propia vulnerabilidad del sujeto incel. Durante el pasaje en el que la obra se sumerge en las apps de citas y la cultura de las relaciones del presente, esta coincide en la iniquidad de un sistema que clasifica a las personas en base a una imagen superficial e impostada. Ante esta perspectiva compartida, la postura de la autora, no obstante, difiere radicalmente de la escogida por los incels. La lógica de estos se enquista con facilidad en un odio que empaña cualquier posible atisbo de empatía. Cuando son mirados y juzgados como insuficientes por ese sistema al que aluden, su respuesta se limita a una autocompasión resignada y furiosa, pero nunca navega más allá, hacia la compasión a otras personas o, al menos, hacia sus  «iguales». Al fin y al cabo, la violencia estética (quizás un término que podría ayudarles a articular esta discriminación que afirman sufrir) no afecta exclusivamente a estos hombres.

El pensamiento feminista dirige sus esfuerzos a desmantelar los mecanismos patriarcales que se han reestructurado convenientemente con el fin de perpetuar sus opresiones. La violencia estética es un tipo de agresión que, como muchas otras violencias, basa su hegemonía en su sutileza y su profundo impacto cultural. A pesar de una historia social y cultural que evidencia un mayor énfasis de esta violencia sobre las mujeres, su opresión también se extiende al género masculino. La directora recurre a esta noción y establece un acercamiento a estos hombres sirviéndose de este marco (ella también es juzgada en exceso por su imagen) y enriqueciendo la limitada y biologicista visión incel (todo está en la genética) con su experiencia de género.

Tal y como revela el ejercicio de honestidad e indagación de Hernández, existen lugares donde hallar similitudes y acercamientos, incluso con una comunidad tan enfrascada en el odio. Natalie Wynn, alias ContraPoints, una prominente youtuber dedicada al vídeo-ensayo, también busca esos lugares comunes (o al menos cercanos) y se aproxima a los más recelosos a través de la empatía. Desde hace años, una de sus dedicaciones más significativas ha sido la de tratar de comprender el pensamiento de los sectores políticos más radicales. En uno de sus vídeos, donde desentraña el fenómeno incel, lo describe como una «ansiosa espiral de muerte» que requiere una «solución terapéutica, no lógica». Llegado cierto punto del vídeo, Wynn también emplea su subjetividad para acercarse al trágico y catastrofista pensamiento incel, yuxtaponiendo la presión estética que experimenta como mujer trans a la que el incel afronta.

El trabajo de Wynn ha sido una suerte de escape para muchas personas, quienes relatan en Reddit o en su propio canal de YouTube cómo sus vídeos fueron determinantes para abandonar posturas políticas extremas. Pero, en ocasiones, las barreras cognitivas son insalvables. Y, en definitiva, el feminismo es para los incels un enemigo, nunca un terreno al que poder acudir para sanar su agonía. A pesar de ello, la posición de estos no es la de una orfandad simbólica absoluta; disponen de su particular retórica con la que articular su sufrimiento y su perspectiva de la sociedad. Un lenguaje que conjuga la misoginia, el rencor, la envidia, pero también el dolor y la desesperanza. La directora se abre paso entre iconos de la cultura pop resignificados como figuras incels: el Joker de Todd Phillips, interpretado por Joaquin Phoenix, es reconstruido como evidencia del sistema que oprime al incel, un inadaptado que revela las fallas de este. Pero, ¿cuál es ese sistema? En su carta de suicidio, el usuario Anathematic Anarchist culpaba de su situación y de su venidera muerte a Estados Unidos («América es la culpable de mi muerte»). La visión del mundo de esta comunidad apunta hacia un sistema basado en la premisa del «más apto sobrevive», con un profundo resentimiento al feminismo y a las mujeres. Estas, designadas como esbozos deshumanizados, son fuente de rencor (especialmente si tienen un pensamiento feminista).

En cierto sentido, lo que sitúa en una posición tan diametralmente lejana a sus «enemigas» es su conciencia frente a las opresiones y el sistema que las perpetúa. Los incels se encuentran incapaces, desde su discurso, de formular una lucha legítima o de dotar de un sentido congruente a sus supuestas opresiones. Desamparados y frustrados por ello, se escudan en la violencia y en un desahogo que es más una recreación en el dolor que un alivio real. Mientras que el consuelo del feminismo se encuentra en la colectividad, en la convergencia de fuerzas que ayuden a responder los enigmas de la opresión, el consuelo incel parece hallarse en una colectividad averiada, acaso un espejo: la cinta presenta fragmentos de vídeos en los que distintos hombres repiten las mismas quejas ante una audiencia que asiente, valida y de nuevo repite los mismos mensajes y los mismos crípticos términos. Una cámara de eco que reproduce odio y sufrimiento. No parece haber esperanza ni apoyo en estas comunidades, solo un vacuo alivio al descubrirse acompañados en un dolor sin aparente solución. Los incels incluso han acuñado un término que alude a la aceptación de un orden social basado en la biología y, por ende, inmutable: black pill (una tercera opción a la dicotomía que Matrix proponía en torno a una pastilla azul y una roja). Resignación, ese parece ser el último estadio de la conciencia incel.

Frente a este desmesurado dolor y odio, la autora rastrea su origen: en las apps de citas, en el flujo de datos en el que nos ha convertido el capitalismo, en los videojuegos, en las comunidades de internet que procuran tanto conexión como aislamiento (o quizás una conexión esencialmente viciada). Los incels encarnan la deriva de una sociedad regida por los parámetros de la soledad y de la individualidad. Aunque, también, de la lucha silenciosa de la mente: un panorama de hombres suicidas sin herramientas para gestionar su vulnerabilidad y un sistema que soslaya la salud mental. Y es en estos puntos, a veces ocultos por el ruido de la misoginia y la violencia que tanto reproduce la comunidad incel, donde la directora encuentra motivos para la compasión.

El cierre de la película, de hecho, abandona los esfuerzos por analizar desde una perspectiva sociopolítica el fenómeno y nos devuelve a un enfoque más sentimental. Hernández se pregunta si realmente Anathematic Anarchist acabó con su vida, tal y como prometía su desoladora carta publicada en Reddit. Y en esta senda que nos ha invitado a recorrer junto a su voz en off, junto a sus inquietudes personales y su curiosidad, nos asaltan cuestiones que nos devuelven la mirada: sobre relaciones, sobre soledad y desamparo, sobre odio y rencor. La comunidad incel, tan enclaustrada en su resentida ideología, se abre aquí a través de la empatía. Al final, La mecánica de los fluidos encapsula también el amargo entendimiento de que, tal y como advertían ellos mismos, la sociedad ha fallado a los incels. Pero no necesariamente en la manera en que ellos piensan.

Lara Escobar Hernández
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