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Los auténticos Indiana Jones: Percy H. Fawcett

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Para introducir a nuestro siguiente candidato al papel de gran inspiración de Indiana Jones resulta interesante empezar su historia por el final. Y es que, más allá de sus descubrimientos o cómo estos han afectado al mundo, es el final de la vida de este personaje lo que ha hecho que sea recordado cuando otros contemporáneos han sido olvidados. Empecemos diciendo que el 29 de Mayo de 1925, el explorador británico Percy H. Fawcett envía su último mensaje desde un lugar al que llamó el Campamento del caballo muerto, en pleno Amazonas. El mensaje informa que están a punto de cruzar el río Xingú e internarse en territorio nunca pisado por ningún hombre blanco y termina con las palabras: «No debes temer ningún fracaso…». Después él y las dos personas que le acompañaban (su hijo Jack Fawcett y un amigo de este, Raleigh Rimell) desaparecieron para no volver a ser vistos nunca. ¿Quién era este Fawcett y qué le había llevado a un remoto punto de la jungla? ¿Qué buscaba? Y lo que más nos interesa para estos artículos: ¿de qué forma conecta esta historia con Indiana Jones?

Volviendo al principio, Fawcett nació en Torquay, en la costa de Devon (Inglaterra), el 18 de agosto de 1867. Proveniente de una familia aristocrática y de tradición militar, venida a menos especialmente por los excesos de su padre, Edward Boyd Fawcett, que había llegado a compartir amistad con el príncipe de Gales y era un famoso jugador de cricket, pero también un bebedor, a veces violento, y jugador empedernido. Un año antes que Percy, había nacido su hermano, que heredó el nombre paterno de Edward (al que añadieron el segundo nombre Douglas) y que de adulto su convirtió en escritor de novelas de aventuras y montañero, así como miembro de varias sociedades orientalistas y esotéricas. Posteriormente nacerían también tres hijas más del matrimonio: Myra Evelyn, Blanche Helena y Beatrice Millicent, antes de la temprana muerte de su progenitor en 1883 (a punto de cumplir los 45 años).

En ese momento, hacía ya años que el joven Percy había sido enviado interno a colegios privados (algo esperado dada su categoría social, aunque posiblemente prohibitivo para las finanzas familiares). En 1884 ingresó en la Academia militar de Woolwich como cadete y, dos años después, recibiría su primer destino militar en la artillería real. Aunque muchos años de su vida quedarían unidos al ejército, de una forma u otra, y la influencia de la formación militar será innegable en su carácter, él afirma que no tenía verdadero deseo de convertirse en militar.

En los años siguientes Fawcett iría lentamente ascendiendo en el escalafón hasta el rango de capitán y cambiando varias veces de destino, sirviendo en diversos puestos del, por entonces, amplísimo Imperio Británico; quizás uno de los más pintorescos fue su estancia en Ceilán (actual Sri Lanka). Allí tendrá su primera experiencia, infructuosa, como buscador de tesoros y ciudades perdidas. Según cuenta, un extraño mensaje indicaba que, en un lugar conocido como Galla-pita-galla («piedra sobre piedra»), se encontraba una cueva que ocultaba un fabuloso tesoro de oro y joyas. Aunque no llegó a encontrar el supuesto tesoro, aún años después, Fawcett recordaría siempre esta primera aventura con satisfacción.

También en Ceilán conoció a la que sería su esposa, Nina Agnes Peterson (1870-1954) y llegó a pedirle matrimonio en 1890, pero su temprana relación se truncó, aparentemente por algunos rumores o acusaciones malintencionadas; no volverían a recuperar su relación hasta más de una década más tarde, después de que Nina hubiera contraído matrimonio con otro militar, Herbert Christie Prichard y enviudado a los pocos meses. De hecho, Nina Agnes es un personaje también curioso, aunque eclipsado por su posición socialmente subalterna y por la fama de su marido: nacida en Ceilán de padres británicos, Fawcett a menudo alaba su determinación y habilidades en el campo, así como su fluidez en varias lenguas, aunque nunca participó en ninguna de las expediciones. También parece que tenía su propio interés en los fenómenos psíquicos y que fue un factor fundamental al animar a Fawcett a explorar esos conocimientos heterodoxos. Años después de 1925, afirmaría recibir mensajes telepáticos de su desaparecido esposo, negándose a aceptar la cada vez más extendida creencia de que los expedicionarios habían muerto en la jungla.

Pero no adelantemos acontecimientos. En 1901, finalmente, no solo se celebró al fin la boda entre ambos, si no que también se produjo un cambio en la carrera del recién casado que sería fundamental para su historia posterior. En ese año, Fawcett se unió a la Royal Geogrphic Sociey (RGS) y comenzó a recibir cursos de Geografía y Cartografía, graduándose con honores en labores de orientación, elaboración de mapas y superviviencia. Nada más terminar sus cursos iniciales recibió su primera misión: sería enviado a Marruecos, pero no solo como geógrafo, si no como espía .

De vuelta al servicio convencional, Fawcett, que ya contaba con el rango de Mayor, siguió siendo trasladado de guarnición en guarnición, hasta que en 1906 (estando desplegado en Irlanda) recibió una nueva llamada de Sir George Taubman Goldie, el flamante presidente de la RGS. De su reunión con él salió con un nuevo cometido: colaborar con los gobiernos de Bolivia, Brasil y Perú para trazar la disputada frontera entre dichos países. Aunque remota, esta linea fronteriza corría por el centro de una región rica en caucho, producto que estaba provocando un boom económico sin precedentes (y de corta duración). Era una región peligrosa donde la violencia estaba a la orden del día, entre otros motivos porque los barones del caucho explotaban de forma inmisericorde a la mano de obra y trataban a los indígenas como esclavos (a lo cual estos respondían con una lógica y creciente hostilidad hacia los extranjeros). Fawcett, que solo tres años antes había sido padre por primera vez (primero nació su hijo mayor Jack, que le acompañaría en su malhadada expedición final) y en mayo de 1906 acababa de ver nacer a su segundo hijo (Brian), se marchaba a un viaje que podría significar su muerte.

Sería la primera expedición sudamericana de Fawcett, en la que ya demostró buena parte de las que se mencionarán siempre como grandes virtudes y defectos como explorador: por un lado, era increíblemente resistente, tanto al cansancio como a las enfermedades tropicales y al agotamiento mental, siendo capaz de viajar con un equipamiento mínimo y a una velocidad que otros consideraban imposible; por otro, podía ser inflexible con sus subordinados, a los que les exigía esfuerzos similares a los suyos, sin dar oportunidad al descanso o a la recuperación y, a menudo, llevando las cosas a los límites del motín. En 1907, un año antes del periodo previsto, Fawcett entregó sus conclusiones a la comisión fronteriza y volvió a Inglaterra, a reunirse con su esposa y, especialmente, con unos hijos que apenas conocía.

Durante la década y media siguiente, Fawcett llevaría a cabo varias expediciones más en la región (las de 1907-1908, 1910, 1911, 1913, 1913-1914 y 1921) y se convirtió en una figura pública conocida y admirada. Recibió la medalla de oro de la RGS, mantenía amistad con algunos populares escritores, entre ellos H. Rider Haggard o Arthur Conan Doyle (se llega a afirmar que este último se inspiró en las aventuras de Fawcett para su Mundo Perdido) y su nombre y sus aventuras aparecían a menudo en la prensa de todo el mundo. A pesar de ello, es innegable que nunca se hizo rico con sus hallazgos.

En sus viajes por la región ecuatorial y especialmente en la rivera del Xingú, Fawcett empezó a construir su propia teoría sobre la existencia de una cultura hasta entonces desconocida: sería una cultura urbana en un entorno que parece completamente adverso y cuya existencia era considerada una imposibilidad por los académicos. No obstante, hoy algunos hallazgos parecen sugerir que nuestra visión de la jungla amazónica como un paraíso ilusorio, donde la riqueza de vida vegetal y animal oculta un entorno demasiado inhóspito para el desarrollo de sociedades complejas, puede estar equivocada. En cualquier caso, Fawcett no solo creía que había habido en el pasado remoto una civilización así, si no que parecía creer que aún había una o más ciudades, pobladas por pueblos desconocidos. A una de ellas le dio, en sus escritos, el nombre de Z. Hacia su hallazgo se dirigieron sus esfuerzos durante el resto de su vida, con el interludio inevitable de la Gran Guerra .

En gran parte, la idea de Z entronca directamente con la tradición de El Dorado. Leyenda bien conocida esta, nacida en pleno siglo XVI, en tiempos de la conquista, habla de una mítica ciudad repleta de oro, situada cada vez en territorios más remotos, aumentando siempre su tamaño, riqueza y misterio con el paso de los siglos. Tras El Dorado partieron Gonzalo Pizarro en 1541, Lope de Aguirre en 1561 o Walter Raleigh en 1595. Sería incontable mencionar el número de expediciones, muchas de ellas perdidas, que se lanzaron a su búsqueda durante los trescientos años siguientes.

Pero, además, la idea de ciudades y civilizaciones ocultas estaba profundamente imbricada en el pensamiento difusionista de su época y, también, en las ideas de grupos esotéricos como la ya mencionada Sociedad Teosófica, que en su antropología mística hablaba de razas raíz, vinculadas a continentes perdidos como Mu, la Atlántida o Lemuria. Otro concepto fundamental para los seguidores de Blavatski era la idea de la Logia Blanca y sus Superiores Desconocidos, un grupo de sabios ocultos en algún lugar misterioso y remoto (habitualmente identificado con el Tíbet, pero no siempre) y guardianes de la sabiduría de estas civilizaciones desaparecidas. Desconocemos hasta que punto Fawcett estaba realmente imbuido por estas ideas, ya que gran parte de sus diarios fueron censurados o retenidos por su familia, y lo que podemos leer en los que se han hecho públicos es relativamente moderado, con algunas declaraciones más extremas en su correspondencia o en conversaciones recordadas por sus amigos y corresponsales.

Para aumentar el misterio y como muestra de su tendencia al secretismo, afirmaba que había encontrado la descripción de Z y su ubicación en un documento hasta entonces desconocido, escrito por un bandeirante llamado Francisco Raposo (y a veces por ello le da el nombre de Ciudad de Raposo), documento y personaje que posiblemente usara para desviar la atención de un texto real, el conocido como manuscrito 512 , que era ya conocido, y discutido, desde al menos 1839. Estas mentiras las consideraba necesarias, entre otras cosas por la existencia de competidores. Había otros exploradores interesados en la región y quizás dispuestos a adelantarse en sus expediciones, como Alexander H. Rice Jr., entre otros y Fawcett no estaba dispuesto a que nadie se adelantara en su descubrimiento o conociera sus planes.

Esta competitividad extrema no deja de recordar a la rivalidad entre Indy y su némesis en En busca del Arca perdida, René Belloq, incluso en el carácter sistemático de la excavación del villano, ayudado por los recursos del Tercer Reich y la forma aparentemente más anárquica y barata de trabajo del héroe. Precisamente, en el terreno de las historias no producidas, había un episodio planificado para la cancelada tercera temporada de Las Aventuras del joven Indiana Jones que iba a reunir a nuestro protagonista con un también rejuvenecido Belloq, en busca, precisamente, de la ciudad de Z, tan pronto como en 1921. Muy posiblemente, habría contado con el concurso de Fawcett en pantalla.

En 1925 y tras reunir dinero de diversos inversores, Fawcett partió de nuevo, y por última vez, a la selva, decidido a localizar la ciudad de Z de una vez por todas. Llevaba como únicos acompañantes a su hijo mayor Jack y a Raleigh Rimell (1901-¿1925?). Tras salir de Rio de Janeiro en Febrero de 1925, la prensa siguió con interés sus primeros pasos, pero, como señalamos en la introducción, tras el mensaje aparentemente inocuo el 29 de mayo se cortó toda comunicación.

Tras un tiempo prudencial, al fin y al cabo se suponía que estaban en una expedición remota y parcialmente secreta, los medios y la población general comenzaron a preocuparse por el destino de los expedicionarios en 1927. En principio no hubo declaraciones oficiales y la familia se mantenía en silencio, pero pronto comenzó a resultar evidente que algo había sucedido con la expedición. Algunas fuentes indican que Nina, personalmente, afirmaba seguir en contacto con su esposo (por medios espirituales o telepáticos, aparentemente) y que todo iba según el plan, fuera este el que fuera. Las teorías, desde las racionales a las alucinadas, se multiplicaban: quizás habían sido asesinados por los nativos amazónicos o habían perecido finalmente por una de esas enfermedades que hasta el momento parecían evitar a Fawcett; otros creían que el explorador vivía enloquecido y mísero (prisionero de uno u otro grupo étnico), que había fundado una comuna teosófica en algún lugar apartado o, quién sabe, que quizá los exploradores habían encontrado una civilización perdida (quizás incluso en la Tierra Hueca o en otra dimensión) y ahora, convertidos en reyes-dioses no podían (o no querían) abandonarla.

Fawcett e Indy cruzan sus caminos en Indiana Jones y los Siete Velos, tercera novela del ciclo de Indiana Jones publicado por la editorial Bantam entre 1991 y 1999. Esta serie, escrita por Rob Mac Gregor, sitúa sus aventuras entre el final de Las aventuras del Joven Indiana Jones y las películas, haciendo que el encuentro tenga lugar en 1926 y describiendo una sociedad amazónica oculta, sin duda inspirada por Z. Aunque el encuentro se produzca después de su desaparición, el autor ejecuta una expeditiva pirueta para cerrar el ciclo, manteniendo el misterio del destino de Fawcett para el mundo exterior.

Durante décadas, diversas personas partieron a la jungla buscando el rastro de la expedición de Fawcett. Algunos exploradores se perdieron ellos mismos o perdieron la vida por alguna de las causas antes mencionadas (se calcula que al menos cien buscadores han muerto en el siglo que casi ha transcurrido). La primera gran expedición de ese tipo sería la dirigida por el comandante George M. Dyot en 1928, que tras sus propias desventuras volvió convencido de que el explorador había muerto a manos de los nativos. Pero esto no desanimó a los expedicionarios; ni a los profetas ni a los iluminados: en 1932, el suizo Stefan Rattin reportaba haberse encontrado con un hombre blanco viviendo con los indios, desastrado y con larga barba blanca, que afirmaba ser Fawcett y le habría mostrado un anillo de sello que Nina habría reconocido.

Uno de los giros más curiosos fue la aparición, que se publicitó con gran fanfarria, de un supuesto hijo de Jack Fawcett «y una india» en 1943, de nombre Dulipé. El muchacho llegó a recibir en la prensa el título del «dios blanco del Xingú», aunque todo parece indicar que el pobre muchacho no era más que un albino nacido en una de esas comunidades remotas. El explorador brasileño Orlando Villas Bôas (1914–2002) también creyó haber encontrado en 1951 la prueba definitiva de la muerte de Fawcett: eran los supuestos huesos del explorador, pero los análisis posteriores demostraron que no se trataba de él.

Percy Fawcett, el hijo superviviente del explorador, editó un libro en los años 50, Exploration Fawcett (que fue un éxito de ventas masivo), con extractos de los diarios de su padre e ilustraciones añadidas por él mismo, pero que no arroja mayor luz sobre su destino y evita sistemáticamente todo contenido polémico. Incluso se señala que la información sobre la ubicación del Campamento del caballo muerto y las coordenadas dadas en su último mensaje a la civilización podrían ser falsas, otra trampa para desconcertar a los que quisieran seguirlos. Brian también participó en la última expedición oficial en busca de su padre, en 1952 (junto al citado Orlando Villas Bôas), en lo que fue la base para su propio libro, Ruins in the Sky, de 1958. Pero, aun en 1955, otro explorador y escritor de nombre Edward Weyer, Jr. había afirmado haber visto a un hombre blanco, que podría ser Fawcett (ya cerca de los 90 años), conviviendo con los nativos.

A partir de los 60 la pasión por buscar a Fawcett decayó, según su fama iba cayendo en el olvido. Aún se produjeron algunas expediciones más e incluso surgieron nuevos movimientos religiosos inspirados en Fawcett, alimentados por el resurgir esotérico de la Nueva Era. Todavía hoy, hay quién busca la prueba final de su destino, sea en este mundo o en otros, pese a que hayan sido ya varias veces las versiones finales o definitivas publicadas.

Es evidente que la historia de Fawcett juega un papel en la creación del concepto de Indiana Jones y la Calavera de cristal (2008), aunque quizás de forma indirecta y sin llegar a nombrarse. En la película, la ciudad perdida de Akator, con la que nuestro héroe y el batiburrillo de personajes que le acompaña se encuentra en Brasil, no lejos de la frontera con Perú, juega un papel parecido al de Z como fuente difusora ficticia de las culturas precolombinas históricas. Aunque la grafía Akator es original de la película, resulta evidente, al menos para mí, la conexión con la fraudulenta Akakor (y su ciudad gemela de Akahim), inventadas por el periodista alemán Karl Brugger en su Crónica de Akakor (1976) . Pero el personaje interpretado por John Hurt en la película (Harold Oxley) recuerda a algunas de las ideas sobre el destino de Fawcett, como un individuo enloquecido por sus experiencias.

En 2016 sit veríamos al explorador en la pantalla, en una película directamente basada en su vida: en Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016, James Gray) Fawcett fue encarnado por el británico Charlie Hunnman; Nina es interpretada por Siena Miller y el papel de Jack adulto recae en Tom Holland (cuyo parecido con el verdadero Jack es particularmente escaso). El castin cuenta en otros papeles con Robert Pattinson o Angus MacFadyen. En esta hermosa, pero un poco dispersa, película, se recrean varios episodios de la vida aventurera del personaje, centrándose por supuesto en su última expedición y su desaparición, pero dejando su final sumido en las sombras. La inspiración directa es el libro de no ficción La ciudad perdida de Z (2009) de David Grann, aunque inteligentemente la película prefiere dejar fuera algunas de las teorías más imaginativas o entusiastas del escritor. La versión cinematográfica toma varias pistas visuales y de diseño de producción del ciclo de Indiana Jones, mostrando de qué forma la interrelación entre ficción y la realidad que la inspira puede llegar a ser más compleja de lo que parece.

La conclusión, de nuevo, de nuestra pesquisa sobre la posible identidad de un auténtico Indiana Jones es decepcionante en muchos sentidos: nos encontramos con un personaje bastante mayor que Henry Walton Jones, que además de ser británico carece de formación o credenciales profesionales en el campo de la Arqueología. Aunque su historia y su leyenda han influido, sin duda, en alguna de las aventuras del personaje, otra vez, nos topamos con que los vínculos y paralelismos directos son más bien escasos. Seguiremos por tanto buscando, como buenos exploradores, en siguientes entregas…

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