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Arte y Letras

Jurgen de James Branch Cabell: Una obra maestra olvidada de un autor olvidado

La historia de la literatura está llena de obras que en su momento se consideraron como indudables hitos, logros del arte que perdurarán en los años venideros. Unas pocas de ellas mantienen ese estatus durante mucho tiempo; otras son borradas de la memoria colectiva de manera inesperada y llevan una existencia diferente a la de los grandes clásicos. Se establecen en las fronteras del mercado literario, condenadas a ediciones esporádicas que dificultan su lectura: no solamente hay que saber de su existencia, también hay que conseguir acceder a una copia. Con suerte encuentran nueva vida en pequeños círculos, donde el boca a boca les vuelve a restituir temporalmente su merecida condición de obras literarias mayores. Es ahí donde vive Jurgen: la comedia de la justicia, una novela que seguramente no consiga volver a la fama con la nueva edición de Gigamesh. Aunque debería.

Hay que admitir que la historia reciente de Jurgen en castellano es curiosa. A la edición de Gigamesh hay que sumar que en 2017 se publicó otra traducción diferente de Defausta Editorial. Este interés en la obra de James Branch Cabell no puede parecernos sino fruto de la más absoluta casualidad, un extraño alineamiento de los astros que podría llevar a pensar que en nuestro país existe un interés real por el autor virginiano. Lo cierto, sin embargo, es que es más probable que sea una simple curiosidad literaria que por desgracia no augura que podamos tener una edición en castellano de su monumental biografía de Manuel de Poictesme.

James Branch Cabell, el autor olvidado

Lo más normal es que al lector español el nombre de Branch Cabell no le suene de nada. A día de hoy, pasará algo parecido con el lector angloparlante, así que tampoco es para preocuparse. Pero sobre todo durante los años veinte del siglo pasado, todo era muy diferente; especialmente en los Estados Unidos, donde cualquiera que se jactase de ser un lector sabría perfectamente quién era este autor y seguramente hubiese leído alguno de sus libros.

Para entonces, James Branch Cabell ya estaba en la cuarentena. Atrás había quedado un joven expulsado del instituto tras sospecharse que tenía una relación demasiado íntima con un profesor, aunque fue readmitido porque los Cabell eran una familia virginiana de rancio abolengo. También estaba ya olvidado que hubiese sido sospechoso del asesinato de un hombre, John Scott, con el que supuestamente había tenido una aventura su madre. Solamente vivió dos años fuera de su Richmond natal, en los que trató de ser periodista en Nueva York. Se volvió para dedicarse a escribir para diferentes publicaciones, tener una breve experiencia trabajando en la empresa de minería de su tío y casarse en 1913 con Priscilla Bradley Shepherd. Su primera esposa era curiosamente una viuda con cinco hijos de su anterior matrimonio, aunque le daría también a él su único hijo, Ballard Hartwell Cabell en 1915.

La fama de James Branch Cabell se hizo universal precisamente gracias a Jurgen. Fue esta obra la que despertó la furia de la Sociedad de Nueva York para la supresión del vicio, que trató de conseguir que fuera retirada de circulación por ser obscena. El juicio fue largo, y tras más de dos años el autor y su editor consiguieron ganarlo. El libro volvió a las librerías en 1923, con un añadido en el que se incluye un juicio al protagonista por considerar su poesía obscena. El juez no es sino un enorme escarabajo pelotero que dice que debe defender a la sociedad de la obscenidad y le acusa de esconder referencias sexuales, sobre todo fálicas, en sus palabras. La defensa de Jurgen, en la línea de la empleada por el propio James Branch Cabell, se erige en que sus palabras son completamente decentes y que si alguien quiere encontrar allí un doble sentido más inmoral tal vez el problema sea suyo. Lo cierto es que verdadero juez debía saber lo que se traía entre manos, porque afirmó que, después de todo las sugerencia no dejaban de ser sutiles y de estar presentadas de manera velada, además de que por su estilo seguramente muy pocos entre el público en general podrían no solamente entender esas referencias, sino leer el propio libro.

Durante los años veinte, por lo tanto, James Branch Cabell se convirtió en una referencia absoluta de la literatura norteamericana. Entre sus admiradores nos encontramos con Sinclair Lewis, H. L. Mencken o el mismísimo F. Scott Fitzgerald, que le enviaría una copia de El gran Gatsby dedicada con motivo de su publicación, deseando que le gustara al menos la mitad de lo que le habían gustado a él todas sus obras. En aquel momento cualquiera que se considerase al día de la literatura estadounidense hubiese situado a Cabell como uno de sus grandes nombres y a Scott Fizgerald como un joven con potencial.

Muchos creen que el propio amor de James Branch Cabell por su obra fue lo que hizo que pronto perdiese su posición en la literatura estadounidense. El autor consideraba que todas las obras que rodeaban la biografía de Manuel de Poictesme y sus descendientes, o las andanzas de aquellos que los rodeaban, eran en realidad una sola obra. Esto incluía obras teatrales, relatos cortos, novelas, genealogías… todo ello fue condensado finalmente en la llamada Storisende Edition entre 1927 y 1930. Finalmente fueron dieciocho volúmenes los que formaron el canon definitivo, incluyendo revisiones y reescrituras de obras que habían sido realizadas antes de que la idea de Manuel de Poictesme apareciese en la cabeza de James Branch Cabell. Para demostrar que acababa de dar un paso definitivo en su carrera, además, decidió que a partir de entonces firmaría sus obras solamente como Branch Cabell, algo que mantendría hasta 1944.

Se dice que la Storisende Edition acabó con su posición literaria. Mucho del material que allí se reunía era de un nivel inferior al de sus principales obras como Jurgen o The Cream of the Jest. A efectos prácticos, James Branch Cabell se suicidó ante la opinión pública haciendo que su obra literaria resultara demasiado inmensa y casi imposible de abarcar. Es de suponer que la mera visión de los dieciocho volúmenes en serie se le atragantara a la mayoría de los posibles lectores, sobre todo si sabía que por en medio había obras menores y que la relación de unos relatos con otros no dejaba de ser en la mayor parte de las ocasiones algo totalmente accidental.

Desde entonces, Branch Cabell se convirtió en un autor menor que siguió publicando pero nunca volvió a alcanzar la gloria pasada. Volvió a casarse tras la muerte de su primera esposa cuando contaba ya con setenta años; publicó libros que pasaron más desapercibidos que otra cosa y finalmente murió en 1958. Para entonces su fama era poca, pero su influencia seguía siendo mucha. Entre sus admiradores se encuentran autores como Clark Ashton Smith, Fritz Leiber, Robert A. Heinlein, Jack Vance, James Blish o Neil Gaiman, un auténtico elenco de lo más granado de la ciencia ficción y la fantasía que encontraron en James Branch Cabell, y sobre todo en sus obras que tenían lugar en Poictesme, una voz única en la literatura fantástica.

Jurgen: la fantasía de la mediana edad

Jurgen se publicó en 1919, cuando James Branch Cabell cumplía los cuarenta años. No parece por lo tanto casual que el protagonista sea un hombre que está entre los últimos años de su treintena y los primeros de la cuarentena. Jurgen es un prestamista con algo de barriga, el pelo un poco ralo y una existencia gris junto a una esposa que le grita en exceso y le trata con notable desprecio. Será dama Lisa, que ese es el nombre que le dan su esposa, Adelais de nacimiento, la que de hecho ponga en marcha las peripecias que sufrirá nuestro héroe tras su desaparición. Por supuesto esta se debe a la naturaleza de Jurgen, un poeta de corazón que no juzga a los demás y que tiene una buena palabra para todo el mundo, incluso para el mal.

Jurgen sabe que es un hombre monstruosamente inteligente, un poeta que una vez soñó con ser un caballero y llegar a lo más alto. Sin embargo, el tiempo ha pasado y se encuentra convertido en un hombre mediocre, un mero prestamista atrapado en la monotonía. De ahí que culpe a su mujer de sus desgracias ante un misterioso desconocido, que hará que esta desaparezca y su pista solamente lleve hasta una cueva misteriosa. Allí Jurgen deberá tomar una decisión, ante lo cual comprende que debe hacer lo que se supone que debe hacer: actuar con hombría e irse a buscar a su esposa.

Empiezan así las peripecias de nuestro protagonista, que no tardará en conseguir una bella camisa y en recuperar su juventud gracias a su labia incontenible. Siendo de nuevo un mozalbete de unos veinte años, hermoso y sin preocupaciones, Jurgen irá recorriendo una pléyade de diferentes universos en los que invariablemente terminará conquistando a toda mujer que se encuentre en su camino, casándose en múltiples ocasiones y aumentando de manera constante su importancia personal. Nuestro Jurgen se convertirá primero en rey, luego en emperador y así sucesivamente. Todo ello mientras se escapa de la vigilancia de su sombra y da siempre un trato justo a todas las mujeres.

Las aventuras de Jurgen nos resultan muy curiosas desde la perspectiva de la fantasía actual. Lejos de ese supuesto realismo que tanto gusta en la novela actual, estamos ante un derroche de imaginación y de referencias a todo el mundo fantástico que le precedió. El cielo, el infierno, los mitos artúricos, los mitos clásicos, la guerra de Troya… todo posible ingrediente fantástico es aprovechado para dar color a las peripecias del protagonista. Jurgen, dispuesto a probar al menos una vez de cada copa, se sumerge en todos los entornos que se le presentan y no duda en tratar de establecerse en todos los lugares. Para él, eso equivale por supuesto a casarse con una hermosa lugareña y tratar de conquistar a toda bella dama que se le ponga a tiro, lo que hace gracias a sus grandes habilidades como conversador y a los enormes atributos que tienen sus armas o cetros. Efectivamente, algo de razón tenían los de la sociedad que buscaba erradicar el vicio…

Pero Jurgen, y avisamos por si acaso de que lo siguiente va a destripar el libro para el posible lector, termina comprendiendo que aunque su cuerpo haya vuelto a la juventud no ha pasado lo mismo con su naturaleza. Aunque pueda actuar como un alocado jovenzuelo, en su corazón sigue siendo el viejo Jurgen; aunque insista en sus condiciones de poeta, no por eso deja de estar pegado a la realidad; aunque se presente como el emperador de una lejana tierra no deja de ser un usurero mediocre. Jurgen no encuentra, por lo tanto, nada que realmente le llene, porque no puede volver atrás en el tiempo más que de manera superficial.

Por eso al final Jurgen aprende que lo único que quiere es volver a su antigua existencia, a los gritos de la dama Lisa y los reproches continuos mientras sigue tratando de manera casual con la mujer que fue su primer amor, convertida ahora en la infiel esposa del noble local. Es gracias a ella, a su amor de juventud, como comprenderá que esa época ha pasado. Ese joven Jurgen, que creía que ganaría a su amada y conquistaría el universo, se ha perdido ya. Admitido eso, el resto está claro. La única felicidad que puede encontrar nuestro héroe es la vuelta a lo cotidiano, a la tranquilidad y la mediocridad que no le exige ningún esfuerzo excesivo ni un cansado interés por los placeres carnales.

Jurgen resulta aún más curioso por esa reflexión final, por la habilidad del autor para devolvernos a un mundo más realista de lo que esperamos. Porque en medio de todos los extraños sucesos que rodean a nuestro protagonista, algo ha permanecido: su normalidad. Jurgen no deja de ser un hombre más; no una construcción de un habitante medieval o tal vez moderno, sino un hombre contemporáneo, un virginiano de mediana edad de principios del siglo XX que se ve atrapado en un entorno extraño. Tal vez una posible referencia en este aspecto fuera la genial Un yanqui en la corte del rey Arturo publicada treinta años antes. A diferencia de ella, en cambio, Jurgen nunca trata de cambiar su entorno sino que se adapta a él, integrándose en la medida de lo posible y decidiendo seguir su camino cuando teme estar tomando demasiado partido.

La edición de Gigamesh

Ya hemos dicho que entre el 2017 y el 2018 han aparecido dos ediciones diferentes de Jurgen. Personalmente no he podido ver la edición de Defausta Editorial, así que estamos hablando en este caso de la versión editada por Gigamesh. No suele ser necesario tratar en exceso las virtudes o los defectos editoriales de una novela, pues su valor suele radicar finalmente en el propio texto, pero en este caso sí que merece la pena detenerse para comentar algunos aspectos.

El primero y más polémico a su manera, es el de la portada elegida por la editorial. Obra de Corominas, destaca por su uso del color y por la presencia de una serie de estrellas pegadas sobre partes sospechosas de la misma. En realidad, no hace falta pertenecer a ninguna sociedad contra el vicio para comprender que lo que se esconde son los atributos masculinos de los diferentes personajes que aparecen en la ilustración. Esto no lo oculta la propia editorial en la parte interior de la solapa, lo cual supone un detalle gracioso (algo siempre agradable), pero que no pasa de una curiosidad menor.

Más notable es la presencia de las ilustraciones realizadas por Frank Cheyne Papé para la edición limitada de 1921 en el interior. El ilustrador inglés estaba entonces en un momento bajo de su carrera tras haber participado en la Primera Guerra Mundial, pero volvió a la fama gracias a sus trabajos para las obras de James Branch Cabell. La primera colaboración entre ambos creadores fue precisamente en Jurgen, cuando el escritor destacó la habilidad del ilustrador para dar vida a sus dobles sentidos y transmitir toda la fantasía de su obra. Papé trabajaría hasta los sesenta, aunque sufriría problemas de visión que irían haciendo que cada vez trabajase menos. Antes nos dejó también algunas portadas de libros como los de algunas famosas novelas de Dennis Wheatley.

Las ilustraciones de Papé para Jurgen provienen en su mayoría de la tradición romántica propia de autores como Gustave Doré. Son ilustraciones de página completa que varían entre las más detalladas y recargadas frente a otras con figuras más sencillas, pero no exentas de virtuosismo técnico. Junto a ellas, no obstante, merece la pena destacar unas pocas figuras cuya inspiración parece venir del arte clásico griego y algunas deliciosas miniaturas con cartelones que incluyen algunas de las frases más destacadas del texto. Un trabajo sobresaliente que tenemos la suerte de que se encuentre presente en la edición de Gigamesh y le da mucho más valor.

Por último, no se puede dejar de subrayar la calidad del texto en sí mismo. La traducción empleada es, según los créditos, obra de Marta Pérez.Hecha en 1983 y revisada en 2017. Por desgracia sabemos gracias a la propia editorial que la traductora nos dejó el año pasado tras la revisión de la traducción de Jurgen. Es una lástima para nuestro mundo editorial, porque un trabajo como el realizado en esta obra nos habla a las claras de la calidad de la traducción, manteniendo un equilibrio maravilloso entre las referencias cultas y los juegos de palabras que se repiten una y otra vez en el texto. La voz de Jurgen, elemento sin el que la novela se vendría abajo de manera inevitable, es siempre clara y subraya su visión del mundo en todo momento. Sirvan estas palabras para darle un merecido homenaje a su trabajo.

Conclusión y recomendación

Hablábamos al principio del artículo de la inesperada desaparición de algunas obras que todos sus contemporáneos creían que iban a pasar a la posteridad. A menudo eso responde a un error de valoración, sin ninguna duda; pero en otras ocasiones son diferentes sucesos históricos los que van acabando con la trascendencia futura de una novela. Jurgen es un ejemplo del segundo caso, puesto que la novela mantiene a día de hoy toda la capacidad de fascinación que tenía en 1919 cuando se publicó por primera vez.

Vivimos en un mundo editorial que parece cada vez más vendido a la novedad y a la sorpresa. Casi todas las novelas que se publican en un año están pensadas para una vida comercial corta, una fulgurante pasada por las mesas de novedades de las cadenas de librerías y una desaparición igual de rápida, a la espera de que las copias no vendidas asomen la cabeza en las librerías de saldo, lugar al que van a morir casi todos los libros de nuestro país. En esas circunstancias la recuperación y puesta en valor de obras como Jurgen parecería una labor titánica y condenada, casi seguramente, al fracaso.

De ahí que siempre esté bien apoyar propuestas como la de Gigamesh, que se sale en cierta medida de sus coordenadas habituales para traernos una novela de esas que siempre deberían estar disponibles en nuestras librerías. Algo parecido pasa cuando uno ve con felicidad que se recuperan las obras de Fritz Leiber dedicadas a Fafhrd y el Ratonero Gris o se nos trae una nueva edición de Última ronda (anteriormente La última partida) de Tim Powers. En esos momentos uno solamente espera que exista algo parecido a la paciencia y que esos volúmenes vivan durante mucho tiempo en las estanterías esperando ser descubiertos por lectores futuros. Desde luego se lo merecen, como lo hace Jurgen, una delicia de novela que espera a ser descubierta.

Ismael Rodríguez Gómez
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