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Desde las trincheras

Si vamos a hablar aquí de libreros, empecemos a lo grande, con las palabras de Roger Mifflin, dueño de una encantadora librería anclada nada menos que en Brooklyn.

«No soy un negociante, sino un especialista en ajustar cada libro a una necesidad humana. Un libro que para mí es bueno a usted podría parecerle una porquería. Mi gran placer es prescribir libros para todos los pacientes que vengan hasta aquí deseosos de contarme sus síntomas. Algunas personas han permitido que sus facultades lectoras hayan decaído tanto que lo único que puedo hacer es colgarles un letrero que diga Post Mortem. Aún así, muchos tienen todavía la posibilidad de recibir tratamiento. No hay nadie más agradecido que un hombre a quien le has recomendado el libro que su alma necesitaba sin saberlo.»

¿Qué bonito es ser librero, verdad? Roger Miffin no existe, o puede que sí. Que sepamos, es el protagonista de una novela de Christopher Morley, pero podría ser cualquier librero de raza que se levanta cada mañana feliz de desempeñar una función básica para la sociedad. El resto de libreros, los circunstanciales, los que llegamos a este trabajo un poco de rebote o, en definitiva, los que también estamos encantados con recomendar libros que curen almas desdichadas pero a veces preferiríamos estar leyendo esos mismos libros en vez de vendiéndolos (sobre todo las tardes de verano, y las mañanas de los fines de semana de invierno, y esos días en los que comes demasiado y te entra el sueño, o cuando tus amigos tienen un plan al que tú no puedes fallar), recurrimos a reflexiones de autoayuda librera como la del bueno de Roger para convencernos de que nuestra vida no es tan desgraciada. Y casi lo conseguimos.

Dice Elvira Lindo que hay seres humanos que venden libros, y que hay libreros. Yo añadiría también que hay libreros que a veces solo son seres humanos vendiendo libros. Así que no esperen aquí una oda al librero romántico, ni la crónica de un boticario literario. Ser librero en la vida real es una profesión de alto riesgo (aunque apasionante): locos, petardos, títulos inventados, humor absurdo, surrealismo humano… Aquí lo atestiguaremos. Desde las trincheras.

Dibujo de Lucía Ares
Dibujo de Lucía Ares
El librero

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