Iconos del terror: apuntes sobre el asesino travestido
Hay muchos temas, tópicos y lugares comunes que se han establecido en el mundo del terror de manera firme. Son esas referencias que aparecen una y otra vez a lo largo de la historia, sin que su existencia peligre en ningún momento. Muchas de ellas son muy evidentes y conocidas, otras son más oscuras, pero todas ayudan a construir nuestra visión cultural de algo tan importante como es el miedo.
Dice Jason Zinoman en Sesión sangrienta que el cine de terror nos ha ido enseñando a qué tenemos que tenerle miedo. Esa frase, que deja caer de forma descuidada en el prólogo, esconde una gran verdad de nuestra cultura: el cine, al igual que la literatura, construye tanta o más realidad de la que reproduce. Esto es más evidente aún en el caso del terror, donde algunas películas y libros han ido configurando un imaginario colectivo del horror que parece no tener fin.
Muchos de los componentes de ese imaginario son fáciles de localizar y reconocer. La casa encantada, el cementerio durante la noche, un aparcamiento solitario… Otros, sin embargo, resultan mucho más oscuros y hablan de una manera más directa de las pulsiones culturales que los crean.
Pero hay una figura del terror que quizá no ha tenido siempre la consideración necesaria. A esto ha ayudado una cierta visión festiva de la verdadera imagen a la que nos remite, pero sin embargo ha conseguido colarse en dos de las grandes películas de terror de la historia, además de en una exitosa cinta reciente. Estamos hablando del asesino travestido.
Inspirado (o no) en un caso real
Pocas cosas deberían ponernos más en alerta acerca de la veracidad de una narración que la advertencia de que se basa en un caso real. A pesar de que la realidad siempre supere a la ficción, lo cierto es que esta última tiende a considerar a la primera como una chica a la que engañar. Y con Ed Gein no ha sucedido precisamente lo contrario.
Ed Gein difícilmente puede considerarse un asesino en serie, dado que solamente se le han atribuido dos asesinatos, pero a pesar de ello en el imaginario colectivo resulta el más famoso de todos los habidos y por haber junto a Jack el Destripador. Resulta irónico que los dos grandes asesinos en serie de la historia sean uno que no ha causado las suficientes muertes para calificarlo de ese modo y otro que nunca ha sido identificado.
El caso es que Ed Gein era un granjero que vivía sin agua corriente ni electricidad en la década de los años cincuenta en América. Un padre alcohólico y agresivo, una madre dominante y un hermano que murió cuando Ed contaba con treinta y cuatro años: una combinación perfecta para que este habitante de Plainfield, Winsconsin, acabara enloqueciendo tras la muerte de su madre.
Lo que nos importa de Gein, sin embargo, no es ahora la historia de sus atrocidades, sino cómo la sociedad las interpretó. Apenas habían pasado dos semanas del descubrimiento de Ed Gein, era el dos de diciembre de 1957, cuando la revista Life publicó un artículo llamado «House of Horror Stuns the Nation» en el que se decía que Gein «deseaba ser una mujer». Merece la pena señalar ahora que ningún psiquiatra pudo examinar al asesino hasta el día nueve de diciembre, una semana más tarde de que la prensa hubiera decidido el motivo por el que había realizado sus atroces actos.
En realidad aún a día de hoy puede leerse que Gein había pensado en una operación de cambio de sexo pero temía a la misma, que trataba de reconstruir a su madre, que buscaba hacerse un traje de piel de mujer que poder vestir… Toda una serie de elucubraciones que no parecen tener demasiada base real y surgieron de la incapacidad para comprender lo sucedido. De hecho, otros han leído cuidadosamente los registros de las entrevistas con Gein y aseguran que toda posible confesión en la línea de una naturaleza transexual o semejante no dejaría de ser el resultado de un interrogatorio demasiado guiado.
Pero eso no importa, porque la América de 1957 había encontrado una vía de escape para sus tensiones internas con respecto a la educación de sus jóvenes y el terror a la homosexualidad. Ed Gein iba a convertirse en una suerte de hombre del saco con el que asustar a aquellos que gustasen de vestirse de mujer o fuesen excesivamente amanerados.
Llega el maestro
Alfred Hitchcock debió llegar a Ed Gein de manera indirecta, por medio de la novela Psicosis (Psycho, 1959) de Robert Bloch. Está claro que la historia debió gustarle, porque un año después de que se publicase el texto la película homónima ya estaba en la calle.
Psicosis fue el resultado de que Bloch viviese a apenas cincuenta y seis kilómetros de Plainfield cuando se descubrieron las atrocidades de Gein. El propio escritor, sin embargo, reconocía que no siguió el caso muy de cerca, sino que se quedó con la idea de que uno de sus vecinos en una pequeña población del Medio Oeste americano, a pesar de lo cerrado de la comunidad y de la abundancia de chismes, podía ser en secreto un monstruo. Las similitudes que terminaron existiendo entre Norman Bates y Ed Gein le sorprendieron bastante, al parecer.
Pero si Bloch nos dio el primer trasunto del asesino en serie, Hitchcock fue quien lo convirtió en una estrella. Su Norman Bates se transformó en un estándar para el psicópata amable y de aspecto inofensivo. Además, llevaría siempre el sambenito de haber sido inspirado por el verdadero caso que estremeció a América, aunque los parecidos fueran escasos.
Norman Bates es un tipo afable, más bien tímido y que parece ser un poco papanatas, uno de esos chicos colgados de las faldas de sus madres que no pueden siquiera cenar con una chica sin que su progenitora se enfade. Pero en realidad fue él mismo quien acabó con su madre cuando esta se echó un nuevo novio y, perturbado por la acción, desdobló posteriormente su personalidad para poder mantener a su madre junto a él.
Mucho podría escribirse (y se ha escrito) de Psicosis, pero ahora vamos a quedarnos con el apunte de la vestimenta con la que Bates lleva a cabo sus asesinatos. Recordemos que el personaje interpretado por Anthony Perkins viste como su madre en esos momentos, en un giro de guión que no solamente trata de confundir al espectador haciéndole creer que esta es la culpable de las muertes, sino que potencia el aspecto transgresor del asesino.
Norman Bates llega así, curiosamente, más allá de lo que la imaginación colectiva ya había atribuido a Ed Gein. Si este quería ser una mujer, vestirse con la piel de las mismas, el primero se viste como su madre y termina poseído por su personalidad. Este ataque a la sexualidad imperante en la época resulta tan agresiva o más que los atroces crímenes cometidos por Bates.
Aquí tenemos, pues, al primer villano de película de terror que se define, aun más que por sus asesinatos, por el hecho de ser un travestido. Norman Bates es el terror que se oculta junto a nosotros, pero también un recordatorio de que no hay nada bueno en que un hombre sea demasiado sensible o esté demasiado apegado a su madre. El final, superponiendo la calavera de su madre sobre su rostro y mostrándonos que la personalidad de la misma se ha impuesto, es muy claro: el verdadero horror no son los asesinatos, sino que la personalidad femenina se imponga sobre la masculina.
El alumno aventajado
Pasarían treinta y un años antes de que pudiésemos tener al siguiente gran asesino travestido del cine. La figura no desapareció durante ese tiempo, por supuesto, pero raramente mostró su rostro en películas de gran calado. Las excepciones podrían ser Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980) de Brian De Palma o la cinta de culto Transtornado (Deranged, 1974), donde directamente se llega a jugar con la posibilidad de que Ed Gein cayese en la necrofilia.
Pero en 1991 todo cambió con la llegada de la adaptación de una novela de Thomas Harris escrita tres años antes. El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1991) es posiblemente la película de terror más exitosa de la historia de los grandes premios cinematográficos. Pero esa indudable calidad no evita que se pueda hacer una lectura diferente y menos elogiosa de la obra de Jonathan Demme a la hora de seguir ahondando en la visión negativa de los travestidos en el cine de terror.
Parémonos ahora en los dos asesinos en serie que se nos presentan en la película. Como todo aquel que la haya visto recordará, la agente del FBI Clarice Sterling (Jodie Foster) tiene que conseguir la ayuda de Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) para tratar de capturar a Buffalo Bill (Ted Levine). Esta curiosa situación de dependencia con uno de los monstruos de la película le da su fuerza narrativa a la misma. Sin embargo, al mismo tiempo crea un nuevo problema para el espectador, que necesita algún motivo que haga que Lecter le resulte más simpático que su antagonista.
Aquí es donde la trama, en un giro muy poco original, decide volver a la imagen de Ed Gein canonizada por la cultura popular: Buffalo Bill no solamente asesina a sus víctimas, ni siquiera las devora de manera elegante y distinguida como Lecter, sino que las despelleja y usa parches de su piel para construirse un «vestido» que lo convierta en la mujer que no puede ser. De hecho la escena en la que Ted Levine baila al son del Goodbye Horses de Q Lazzarus es el momento en el que tenemos que comprender que este hombre es la verdadera amenaza.
Este nuevo Ed Gein vuelve a convertirse, pues, en esencia, en un travestido asesino cuya feminidad es la causa de su locura y lo que le convierte en el peor de dos males. Lecter es un caníbal, de acuerdo, pero sabe vestir, es elegante y considerado con la protagonista; hasta terminará convertido en un antihéroe si uno sigue la saga de novelas y películas. Para Buffalo Bill no hay redención posible: su crimen es doblemente castigable pues no solamente asesina, sino que quiere ser una mujer.
No se puede dejar de mencionar, sin embargo, que Thomas Harris y el guionista Ted Tally tratan de cubrirse las espaldas y nos regalan un momento que resulta muy criticable cuando se estudia fuera de la película, en la que el ritmo y la tensión hacen que pase más desapercibido de lo que seguramente debiera. Así, en un momento dado, Sterling y Lecter están hablando de Buffalo Bill y se plantea la posibilidad de que sea transexual. Clarice no tarda en desecharlo diciendo que no existe relación entre los transexuales y la violencia, que los transexuales son muy pasivos. Tras semejante afirmación lo único que puede decir Lecter, nuestro sabio guía, es que es muy cierto y que Buffalo Bill trata de ser un transexual pero no lo es en realidad.
Esa situación en la que el asesino trata de ser un transexual pero no puede serlo —suponemos que porque si lo fuera sería una persona muy pasiva y no saldría a matar a nadie— no esconde el sencillo juego del autor al invocar un tópico que podía tener su sentido en la América de los cincuenta pero que uno esperaría desterrado de la de los noventa. Ya se sabe: el verdadero peligro es el tipo que se viste de mujer, no el que se come a los invitados.
La caricatura desdibujada
Desde El silencio de los corderos, y seguramente a causa del éxito de esta, los asesinos transexuales no desaparecieron precisamente de las pantallas. Directores tan prestigiosos como Neil Jordan llegaron a tratar el tema en Dentro de mis sueños (In Dreams, 1999). Pero vamos a fijarnos ahora en el trabajo de James Wan y Leigh Whannell en Insidious: Capítulo 2 (Insidious: Chapter 2, 2013).
Lo primero es recordar el punto de partida de esta nueva saga sobrenatural. Nuestro mundo cohabita con el más allá, existen personas con la capacidad de realizar viajes astrales en sueños y deambular por dicho mundo, pero también existe una parte muy peligrosa a la que a veces acceden si se alejan demasiado de su cuerpo y en la que pueden ser capturados por malvados espectros y demonios que buscan ocupar su cuerpo.
A lo largo de la primera película descubriremos que el protagonista era perseguido durante su infancia por una anciana que era un espíritu que trataba de ocupar su cuerpo. La segunda parte se dedicará precisamente a insistir en dicho aspecto, pero también a descubrirnos la identidad de la anciana que no es otra que un asesino en serie travestido.
Así, una película sobre posesiones infernales (el villano de la primera entrega era un demonio en toda regla) se convierte repentinamente en otra cosa. Desde un punto de vista puramente cinematográfico la decisión se antoja ya muy gratuita, puesto que mayormente acaba con la identidad de la amenaza construida en la primera entrega. Pero es desde el punto de vista de la perpetuación de un tópico falso donde más puede molestar todo el asunto.
Parker Crane, nuestro asesino, era un niño dominado por una madre tan malvada que parece de chiste y que le obligaba a vestirse de niña y referirse a sí mismo como Marilyn. En algún momento que desconocemos su madre desapareció de escena, pero Crane siguió hablando con ella en su mente enferma como un Norman Bates cualquiera. No contento con ello, también se dedicó a acumular asesinatos de mujeres, proceso durante el cual él mismo se disfrazaba de novia con un velo negro (se nos dice de pasada que para confundir a los investigadores, pero para eso casi mejor que no hubiesen dicho nada).
La historia de Crane, adornada con un abandonado caserón y la idea de que su identidad infantil puede seguir a salvo de las malvadas influencias de su madre, no es más que la del mismo Gein que imaginó la prensa más sensacionalista en 1957 pasada por el tamiz de Norman Bates. Aquí el asesino de nuevo termina casi convertido en su madre, mientras que su identidad masculina original (que se resistía a que su madre la tratase como una niña) es lo único bueno que queda de él.
Estamos ya en el 2013 y han pasado cincuenta y tres años desde la filmación de Psicosis pero, sin embargo, el terror no ha avanzado. La identificación del asesino en serie con la figura materna y el travestismo nunca se construyó sobre ningún suceso real, sino sobre las propias pulsiones de la sociedad, las cuales uno esperaría que hubiesen cambiado en el transcurso de más de cinco décadas. Vacua esperanza.
Nota del autor: Gran parte de este artículo se debe a la lectura del artículo Ed Gein and the figure of the transgendered serial killer de K. E. Sullivan, publicado en Jump Cut y disponible online pulsando aquí. Su tratamiento del asunto de Ed Gein es mucho más largo y profundo de lo mostrado en estas líneas.
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La pelicula identity (2003) tambien juega con eso
Es cierto que había algo de juego con el tema, pero al final se iba por otros derroteros diferentes y más relacionados con la infancia. Aunque reconozco que la vi en su momento en el cine, así que igual había algo más por ahí suelto…
Gracias por el comentario.