El visionado de El caso Slevin (Lucky Number Slevin, 2006) de Paul McGuigan, debería venir precedido de un texto con el que se le advirtiese al espectador que su satisfacción cinéfila dependerá de aceptar las reglas del juego que propone la película. Porque, como le sucede a los protagonistas del film, hemos venido aquí para jugar. Así que si sacamos la billetera y elegimos un caballo, lo que nos queda es esperar a que la apuesta, aunque no salga ganadora, nos proporcione al menos un buen chute de adrenalina.
No sería desencaminado definir El caso Slevin como un cruce entre Con la muerte en los talones (Alfred Hitchcock, 1959), Snatch. Cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000) y Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994): de la primera coge el macguffin que pone en macha la historia, con un despistado Slevin que llega a Nueva York huyendo de un desengaño sentimental y se ve atrapado entre dos mafiosos que lo confunden con otra persona; de la segunda parece empaparse de su dirección estilosa y dinámica (aunque nunca tan potente y original como la de Ritchie) y de ese colorido mundo mafioso que parece sacado más de un cómic que de las páginas de Mario Puzo; y de la tercera, bueno… amén de la revisitación posmoderna pulp del mundo del hampa, coge a Bruce Willis, que siempre es un acierto.
Así que, como decíamos, la apuesta de Paul McGuigan no es precisamente pequeña. Pero sale bien librado de ella por dos motivos: uno, que la coralidad y solvencia del reparto (Morgan Freeman, Ben Kingsley, Bruce Willis, Stanley Tucci) compensa con creces la flojera interpretativa de unos sosainas como Josh Hartnett y Lucy Liu; y dos, que los billetes que hemos apostado en nuestro caballo nos hacen aceptar como elementos excitantes del juego unos agujeros de guion y una serie de giros efectistas que se ven venir desde un satélite de Google Maps. Porque recuerden: hemos venido a jugar.
Y si aceptamos esto, y ya dijimos desde el primer párrafo que deberíamos (porque sino, no sé qué narices estamos haciendo aquí, interesados en una película que conectamos con la anterior bajo el pretexto de tener en su trama a matarifes que trabajan por cuenta ajena), El caso Slevin es un estimable neo-noir que, quizá demasiado deudor de sus referentes, nunca pasará a la historia del género como un clásico, pero que se disfruta como si formara parte de lo mejor del mismo.
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