Hemos dedicado varias semanas a conocer diferentes decorados a través de las películas y los personajes que pasan por sus calles: primero, fue la transformación de Avilés, en Asturias, en un núcleo industrial; luego, conocimos Hong Kong cuando estaba a punto de dejar de ser una colonia británica; finalmente, visitamos las Historias de Nueva York a través de una película rodada a seis manos entre Scorsese, Coppola y Woody Allen. Sin embargo, a veces es la propia realidad la que escribe guiones que ligan para siempre un lugar, un tiempo y una figura determinada. Son momentos de saturación sociológica que alimentan la narración de los hechos y nos arrastran hacia ese cliché que afirma que, en ocasiones, la realidad supera la ficción. Algo así sucedió en la década de los 80 en la ciudad de Nápoles. Allí aterrizó, en mitad de un torbellino de mafia y droga, el más grande del juego más importante: acababa el verano de 1984 y Diego Armando Maradona comenzaba a jugar a fútbol junto al volcán.
Diego Maradona es un documental que prescinde de forma incomprensible del segundo nombre del astro para repasar, a lo largo de ciento treinta minutos, las peripecias del jugador argentino en la ciudad de la Camorra. La apuesta del director, Asif Kapadia, por entregarse casi exclusivamente al cruce de caminos de El Pelusa y la ciudad de Nápoles, obtuvo en 2019 un buen ramillete de nominaciones en diversos festivales internacionales: lo que ocurrió a orillas del Tirreno en poco más de un lustro ilustra sobradamente una historia prototípica de orígenes humildes, éxito irrefrenable y hundimiento catastrófico. Aquí, el secreto también está en la masa de dos figuras que no dejan a nadie indiferente: Maradona y Nápoles fueron tan brillantes como decadentes y solo podían amarse y odiarse del modo en que lo hicieron.
El abrazo entre la ciudad del Vesubio y el volcán futbolístico y mediático que se desató alrededor de la figura magnética de Maradona justifica que el repaso a todo lo anterior sea frenético y el final, con todo lo que vino después, resulte abrupto. Aquí solo interesa Maradona en Nápoles; incluso, cabría decir, Nápoles a través de Maradona. Lo que sucede desde la llegada del mesías a un lugar que en realidad desconocía, hasta su degradación como juguete roto del crimen organizado: las grandes victorias con el club celeste, la reivindicación del sur frente al orgullo, la riqueza e incluso el racismo del norte.
Los desconocedores de esta figura fulgurante de la historia del deporte disfrutarán dejándose arrastrar por el irrefrenable carisma de Maradona, condición sine que non para optar, con algo de seriedad, a ser encumbrado como el más grande de un circo venido a más, como el del fútbol. Quienes estén al tanto de las andanzas del astro quedarán privados del flechazo, pero aún podrán disfrutar del clímax del desgarro sufrido por los aficionados del Nápoles cuando su ídolo jugó como visitante en San Paolo, enfundado en la camiseta de Argentina. Pero unos y otros reconoceremos, sin excepción, que más allá del documental que acabamos de ver, hay algo cierto, algo verdadero, en la historia del genio de Villa Fiorito: ese número 10 albiceleste, alrededor del que el último medio siglo argentino parece ir encajando.
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