Cinefórum CCCLXXXVII: «En nombre de la tierra»
El entorno familiar opresivo y asfixiante es el eslabón que liga la edición anterior de nuestro ciclo (Renfield) con la película de esta semana, En nombre de la tierra. Eslabón que sirve como excusa para unir historias radicalmente distintas, pero que comparten una característica: su capacidad, por diferentes motivos, para ser recordadas.
Pero entremos en harina, porque entre harina, moliendas y cosechas, transcurre En nombre de la tierra: película polaca de 2023 dirigida por el binomio Welchman (D.K. Welchman y Hugh Welchman). La cinta nos cuenta la historia de Jagna, una atractiva joven obligada a casarse con un hombre avanzado en edad pero de poderío económico (Maciej), mientras que a su vez se ve zarandeada por los deseos de Antek, hijo de Maciej, así como por las envidias y rumores que entorno a ella crecen entre los miembros de su comunidad.
Estamos en una comunidad situada en una aldea cercana a Varsovia en la Polonia decimonónica ocupada por los rusos. Un pueblo aislado donde las tradiciones tienen un gran peso y en el que las estructuras sociales y de poder son tan sólidas como herméticas. Una sociedad en la salirse del rol asignado se castiga con dureza, sobre todo si eres mujer.
El título original de la película es Chłopi (campesinos, en el original), título homónimo de la novela de Władysław Stanisław Reymont, premiado con el Nobel de literatura en 1924 y uno de los hitos de la literatura polaca. Y es aquí donde los Welchman tocan hueso, pues no solo se atreven a adaptar cinematográficamente uno de los pilares literarios de su país, sino que lo resignifican de una manera profunda y trascendente. En la educación secundaria polaca, marcada por el catolicismo y el conservadurismo, el personaje de Jagna se ha tratado tradicionalmente como una mujer maliciosa e inmoral, mientras que en la película, la protagonista es una mujer que, apreciando a sus congéneres y su propia naturaleza, lucha por su independencia y por traspasar los límites reales y simbólicos que le marca su sociedad. Una lucha interna y externa que la llevará a ser denostada, vilipendiada y castigada con crueldad por quienes poco antes la estimaban.
Un aspecto este nada baladí, que ha suscitado una profunda impresión y debate en el país y que habla mucho de la transformación social, lenta pero constante, que se está llevando a cabo en Polonia en cuestiones como el machismo y el papel de la mujer en la sociedad polaca contemporánea.
A pesar de que estos ya son motivos de sobra para considerar esta película como de cierta trascendencia, otra de las razones por las que comentábamos al principio que esta cinta es difícil de olvidar es la manera en que está rodada, pues es una película pintada, literalmente, casi fotograma a fotograma. Como hicieron anteriormente en 2017 con Loving Vincent, los Welchman recrean cada fotograma al oleo. Un trabajo titánico que sobresale tanto por su originalidad, como por la calidad de los lienzos producidos. Las imágenes, llevadas a cabo por cuatro equipos de producción diferente, uno por cada estación del año, recrean la pintura realista de temática campesina del siglo XIX. Si vemos cuadros de Chełmonski, Siemiradzki o Michałowski veremos las influencias que inspiran los fotogramas de esta película donde los colores y el tratamiento de la luz son una marca de identidad.
Si bien la trama troncal de la historia puede resultar algo sencilla, esta se ve enmarcada por unas actuaciones y un casting muy solvente liderado por Kamila Urzędowska, Robert Gulaczyk y Mirosław Michał Baka entre otros.
Asimismo, un valor añadido es la riqueza de información que se nos proporciona acerca de las costumbres de la vida diaria y la cultura rural de la Polonia del siglo XIX. Una cultura rural que está bien hermanada con otras áreas europeas donde los rituales ligados a las prácticas agrarias son semejantes; no en vano, son llamativas las similitudes, por ejemplo, con la cultura tradicional rural de Asturias o de otras regiones similares.
Quizá por ello este relato resignificado tenga más recorrido del que pueda parecer. No solo por las similitudes geográficas, si no también por trascender las coordenadas temporales y culturales y proponer al espectador, ya sea en el mundo rural o urbano, una reflexión sobre las conductas sociales pasadas, actuales y futuras, un lienzo en blanco que está por pintar.
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