Reconozcamos que a la hora de inaugurar nuestro cinefórum no fue necesario devanarnos en exceso la sesera. Todo hubiese sido diferente si nuestro nombre hubiese sido una referencia más oscura, pero cuando te llamas La Soga todo está muy claro. Y tal vez sea mejor así, porque si algo puede ser difícil en una empresa como esta, que la verdad es que tampoco resulta digna de cantares de gesta, es marcar un comienzo. Así que nuestro cinefórum se inicia con La soga porque se llama como nosotros, o tal vez seamos nosotros los que nos llamamos como ella…
La soga, Rope en su inglés original, es una película de 1948 que se ha convertido en uno de los grandes clásicos de Alfred Hithcock, un autor al que le costaba realizar una cinta que no terminase convertida en un referente. Esta vez todo parece indicar que iba a ser así, dado que se trataba de su primera película en Technicolor, tenía a todo un James Stewart como protagonista, se inspiraba en una reconocida obra de teatro y además aprovechó para realizar todo un ejercicio de estilo.
Empezando por el final, La soga pretende hacernos creer que todo se sucede en un único plano secuencia que solamente rompe en tres ocasiones, destacando un contraplano que pasa a la cara de Stewart en una de las conversaciones centrales de la cinta. El resto del tiempo los cambios de plano se ocultan mediante primeros planos de objetos que ocupan todo el visual. En total, presenta diez segmentos de diferente duración que permiten apreciar aún más el virtuosismo de Hitchcock tras la cámara, siendo el inglés capaz de construir planos llenos de sensibilidad artística mientras la cámara parece no dejar de rodar en ningún momento.
El otro elemento que llevaría a La soga a la inmortalidad, de la mano de su realización, sería la disección psicológica que realiza de los personajes. Ya hemos comentado que se basa en una obra de teatro que, a su vez, se inspira en el caso real del asesinato de Bobby Franks, un niño de catorce años, a manos de dos universitarios de Chicago llamados Nathan Leopold y Richard Loeb. El caso ha inspirado otras cintas, pero nunca ha llegado a tener un discurso tan elaborado como en este juego de sospechas y dobles sentidos de Hitchcock. Dos jóvenes que se creen por encima del bien y del mal, atrapados en una relación llena de recovecos, deciden que pueden probar su condición de superhombres nietzscheanos asesinando a uno de sus amigos y ocultando su cadáver en la cena que han organizado en honor al padre del finado. En el transcurso de la cinta conoceremos a su antiguo tutor y supuesto inspirador, para presenciar un enfrentamiento dialéctico continuo entre los dos jóvenes amorales y sus invitados.
La soga es una película casi única, un curioso artefacto atemporal que no renuncia a su origen teatral, pero consigue explotar al máximo el espacio del piso de los asesinos para hacer que el cine salga victorioso. Es indudable que en parte no deja de ser un juego con el espectador y una suerte de exhibicionismo técnico del director, pero en esta ocasión dichos aspectos se convierten en elementos a su favor, construyendo un discurso coherente, lleno de reflexiones profundas, pero siempre dotado de ritmo y, es de justicia subrayarlo, un humor negrísimo que hará las delicias de los que no se escandalicen fácilmente.
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