Tras el relato de venganza de los mexicanos hermanos Del Hierro, regresamos a la meca del cine, a un mundo oculto tras las bambalinas de Hollywood, en el que transcurre la historia de dos hermanas de rostro mítico, Bette Davis y Joan Crawford. Actrices interpretando a actrices y dando forma a un relato que se alimenta de las luces y las sombras de la fama para buscar el significado del tipo específico de locura que nace del odio.
¿Qué fue de baby Jane? fue una moneda al aire lanzada ante la atenta mirada de los espectadores por el cineasta Robert Aldrich, no solo director y guionista sino también productor de películas, y por tanto profundo conocedor del mundo del cine, en el año 1962. La cara y la cruz deberían representarla, alternativamente, dos personajes interpretados por un tándem de actrices brillantes que tenían la difícil misión de trasladar su enfrentamiento personal a la pantalla. Dos vidas atravesadas por la fama se disputarían la cara y la cruz del destino a lo largo de casi dos horas y cuarto de metraje.
El director californiano no pierde el tiempo a la hora de fijar los términos de su apuesta. Avanzando a trompicones, con un ágil manejo de la elipsis, nos pone en antecedentes: Jane Hudson triunfó en su tierna infancia, pero su éxito le costó convertirse en un juguete roto; su hermana Blanche, más taciturna y retraída, esperó su momento de gloria mientras trataba de aprender a no comportarse como ella. Cuando por fin los focos se decidieron a alumbrarla, la estrella de su problemática hermana se apagó y entonces la envidia y la tragedia se cruzaron en el camino de ambas.
Comienza entonces el descenso, la caída a las profundidades de la mente retorcida del personaje de Bette Davis, que va engullendo la película a medida que se acerca a la psicosis. Su interpretación llega prácticamente a imponerse a cualquier otro aspecto de una cinta que nos sigue hablando, cuando su estrella se lo permite, de cine, y que dejó para su historia una guerra fría, plagada de anécdotas, entre las dos protagonistas: Joan Crawford rechazó inicialmente el papel de Jane afirmando que ella no podía interpretar a una mujer tan fea y en algunas escenas en las que era zarandeada por su hermana, se metió pesos en los bolsillos para dificultar la tarea a Bette Davis; esta, siempre más expeditiva, instaló una máquina de Coca-Cola en el set para mofarse del marido de Crawford, ejecutivo de Pepsi, y acabó provocándole una brecha en la cabeza a su compañera de reparto durante el rodaje.
Pero, mientras se suceden las escenas, Blanche nos ha llevado demasiado lejos por el camino de su locura. Comprendemos entonces, al mismo tiempo, el precio del éxito y el fracaso: la moneda de la fama no tenía una cara para cada hermana; la cruz de una, será también la de la otra.
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