Hay artistas que nacen malditos. Chris Bell perteneció a una de las mejores bandas de pop de la historia, pero abandonó Big Star tras el fracaso comercial que supuso su primer disco y dejó que Alex Chilton se convirtiese en el mito por excelencia del grupo con los dos siguientes trabajos de la banda. Su carrera en solitario apenas contó con un single en vida y su obra completa no fue recopilada hasta 1992, catorce años después de su muerte. Además, falleció en un accidente de coche con veintisiete años, pero nadie se acuerda de él cuando se habla del club de los que murieron a tan fatídica edad.
Sin embargo, a pesar de esa sucesión de tragedias, el verdadero legado de Chris Bell se compone de un puñado de canciones que han sobrevivido al paso del tiempo. Escuchar I Am the Cosmos, ya sea la canción o el disco recopilatorio homónimo, es descubrir que una gran parte de la magia de los primeros Big Star provenía de su capacidad compositiva. No cabe ninguna duda de que en un mundo mejor el grupo de Memphis hubiese tenido el éxito merecido y la pareja Chilton/Bell nos hubiese podido regalar algunos discos maravillosos.
Pero en su lugar tenemos «I Am the Cosmos», una historia de amor trágico que nos lleva a los recovecos de la mente de un autor condenado a la depresión. La indecisión, la incapacidad para superar la situación, el verse atrapado en una espiral sin salida clara… La canción nos habla en realidad del propio autor y resulta tristemente adecuado que fuera la cara A de su único sencillo, editado el mismo año de su muerte. Curiosamente, le enterraron el mismo día que Alex Chilton cumplía veintiocho años.
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