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Cinefórum CCCLVIII: «La noche se mueve»

Saltamos de Gene Hackman en Gene Hackman para continuar el carrusel del cinefórum, abandonando la comedia de la semana pasada y tornando al drama y, de paso, a la época más prolífica e icónica del interprete con La noche se mueve (Night Moves, 1975, Arthur Penn). Este thriller detectivesco reúne a actor y director, después de que ambos trabajaran juntos en la icónica y fundacional Bonnie y Clyde (1967), para muchos el pistoletazo de salida de aquel Nuevo Hollywood que, durante unos años al menos, pareció hacer tambalearse el sistema de estudios y traer nuevos aires a la producción cinematográfica norteamericana, renovando sus fórmulas y temas. En los nueve años intermedios el director había realizado, entre otras, el gran western revisionista que es Pequeño gran hombre (Little Big Man, 1970), mientras que Hackman había participado en otro revulsivo del género criminal como es la brutal Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971, William Friedkin) así como en ese magnífico thriller paranoico, ya revisado en este cinefórum, que es La conversación (The Conversation, 1971, Francis ford Coppola).

Si Bonnie y Clyde recontextualizaba  el cine de gángsteres para la generación de Vietnam, La noche se mueve es parte de una revisión del otro gran icono del cine criminal clásico: el detective privado. En el cine negro más tradicional, el detective había representado un arquetipo heroico que, a menudo, representaba el último individuo decente en un universo corrupto. En su posición fronteriza, ambigua, entre la ley y el crimen, muchas veces utilizando métodos dudosos para alcanzar el desenlace justo, el detective era habitualmente el único defensor de los desfavorecidos y olvidados. Pero en los años 70, cuando ese arquetipo es revisado por la nueva generación de guionistas, actores y directores, nos encontramos una imagen más compleja. Para 1975 Eliot Gould había ya encarnado a un Philip Marlowe fuera de onda, y de época en Un largo adiós (A Long Goodbye, 1973, Robert Altman), y el J.J. Gittes de Jack Nicholson en Chinatown (1974, Roman Polanski), ofrece una visión más desencantada y cínica del detective clásico; incluso una visión decididamente retro como la de Adiós, muñeca (Farawell, My lovelly, 1975, Dirk Richards), da al detective el rotundo físico cascado del veterano Robert Mitchum. Y en este proceso de desmitificación juega un papel fundamental el Harry Moseby que Hackman encarna en la película que nos ocupa.

El personaje es contratado por una madre poco ejemplar llamada Arlene Iverson (Janet Ward) para buscar a su desaparecida hija adolescente, Delly (interpretada por una debutante Melanie Griffith de tan solo 17 años). Al mismo tiempo, Harry descubre casi por casualidad que su mujer, Ellen (Susan Clark), le está engañando con otro hombre. Y en base a estos dos presupuestos genéricos se hilvana la sucesión de escenas que conforman un argumento no demasiado complejo. Hackman, por supuesto, está perfecto en su papel y el resto del elenco cumple lo esperado, en una historia que no requiere grandes alardes histriónicos. Griffith ofrece una actuación correcta para un papel extraño, el de una adolescente que es al mismo tiempo sexualizada hasta el ridículo e infantilizada y que tiene desagradables paralelos con su propia vida.

La película hace constante referencia a los antecedentes del género de detectives: muchos personajes comentan lo ridículo que en realidad es la profesión de Moseby (o su futilidad para obtener soluciones a problemas reales) o lo comparan desfavorablemente con sus homólogos ficticios; incluso él se permite un chiste con que, al menos, su tarjeta de Moseby Confidential no incluye el dibujo de un ojo. Pero es que no solo el personaje principal está muy lejos del estándar de Sam Spade, el mismo argumento y planificación de escenas evita darnos la satisfacción de ajustarse a las necesidades de la investigación o a un crescendo dramático estándar. El personaje principal es poco resolutivo, sus interrogatorios normalmente no ofrecen respuestas (y a menudo bordean el non sequitur), el misterio resulta casi circunstancial y su desastre sentimental ocupa, al menos, tanto tiempo como la investigación en el metraje (y resulta igualmente insatisfactorio). En ambas cuentas, como detective y como amante, el personaje de Hackman resulta insuficiente, no hay final feliz ni resolución final, construyendo una peculiar película de antigénero que una y otra vez se esfuerza por subvertir nuestras expectativas de lo que un film de detectives debería ser.

La noche se mueve
Warner Bros

Además de hablar de Penn y Hackman, resulta adecuado hablar de otro de los nombres importantes de la película: el guionista Alan Sharp, es el responsable consciente de esta destrucción del detective tradicional. Esta preocupación por usar los estilemas de otro de los géneros clásicos de Hollywood, en este caso el western, dio lugar a otro de sus mejores trabajos, la magnífica La venganza de Ulzana (Ulzana’s Raid, 1972, Robert Aldritch). Autor de origen escocés, novelista además de guionista, su carrera en el cine tendría un punto álgido en los 70 y un brillante pero breve resurgir con la aventurera y más convencional en el tratamiento, Rob Roy, la pasión de un rebelde (Rob Roy, 1995, Michael Caton-Jones) a mediados de los 90.

En definitiva, este es un film muy propio de una época y un momento revolucionario, que señala las posibilidades creativas del mismo, pero también sus limitaciones al crear un producto dividido entre sus intenciones y su forma.

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