Cinefórum CCCLXXXVI: «Renfield»
Levantar un presupuesto para hacer una película es tan difícil que muchos cineastas (y actores, operadores de cámara, montadores o compositores de música) deseosos de hacer cine se ven obligados a hacerlo sin los recursos necesarios. Es la llamada serie b, cara oculta (o no tanto) del cine y que tantas películas de culto ha dado a la historia del séptimo arte. Tantas, que ha acabado pasando lo que es inevitable que pase: la propia serie b, su pátina de bajo presupuesto o incluso la falta de criterio o calidad, se convirtieron en fetiches que imitar y replicar. Y para hacerlo bien, no vienen mal el dinero y los rostros conocidos que hayan quedado asociados a lo que ya es un género en sí mismo. Acabamos dando la vuelta al concepto y saliendo de nuevo a la luz, donde algunas películas que se pretenden raras, malas o por lo menos un poco outsiders, acaban siendo buenas. Fue el caso de El último late night, la semana pasada; y aunque buena no es un calificativo que se adapte con precisión a Renfield, a cambio la película de esta semana tiene como casi protagonista a Nicolas Cage.
Decimos casi, porque el actor que encarna como ningún otro el fenómeno del pop-underground que acabamos de describir, interpreta aquí a un narcisista Conde Drácula que cede el protagonismo a su mayordomo (Nicholas Hoult), llamado Renfield y por tanto encargado de dar nombre a la cinta. Tras las cámaras está Chris McKay, que ya había demostrado tener talento para el ritmo, la carcajada y las taquillas en el tercer episodio de Robot Chicken: Star Wars, algunas Lego moovies y la muy divertida Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones, en la que inteligentemente renunció a crear la graaan historia del graaan universo del rol mundial a cambio de hacer algo que gustara a cualquiera que viera la película. Bien. Aquí trató de hacer un poco lo mismo, pero, aunque alguna sonrisa sí que nos saca, la cosa no cuaja tanto como en la cinta de la Paramount.
No fallan el ritmo, la acción ni tampoco el planteamiento: Renfield es el mayordomo del rey de los vampiros y sufre una terrible explotación que, lejos de merecer reconocimiento, está rodeada de exigencia y desprecio (en esto, la película bebe directamente de la relación entre Guillermo y Nandor en Lo que hacemos en las sombras). Decidido a cambiar las cosas, apuesta por acudir a la terapia de un grupo de víctimas de relaciones tóxicas y, por el camino, cómo no, se enamora de una resuelta policía (Awkwafina, que da vida a la única policía no corrupta de la decrépita Nueva Orleans, que por cierto, funciona bien como telón de fondo). Por supuesto, tampoco falla Nicolas Cage, que nos da exactamente lo que vinimos a ver: a él. A él haciendo de Drácula como todos sabíamos que iba a hacerlo. Así que esto, también bien.
Entonces, ¿cuál es el problema? En realidad, ninguno. La película da lo que promete y quizá es absurdo esperar que una cinta con el planteamiento de Renfield tenga tramas y personajes secundarios que funcionen como algo más que meras caricaturas a las que amputar sus extremidades. Lo cierto es que si tuviéramos más de ese exagerado Drácula y menos del intrascendente Renfield, Nicolas Cage ya habría acabado de dar su particular vuelta al mundo del cine en 80 años (y la realidad es que aún le falta un trecho). Para entonces, ya no habrá rastro de la serie b y tendremos en pantalla a un anciano, recogiendo un Oscar por algún papel enternecedor. Quizá, tras volver a hacer cumbre se pase de nuevo inmediatamente al cine de acción, quién sabe. Y es que a Nicolas Cage, si no existiera, habría que inventarlo. Y por eso mismo, mientras esté por aquí, hay que verle.
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