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Cinefórum CLI: La cena de los acusados

Que Garci es un cinéfilo empedernido, es algo que todos sabemos desde que amenizaba las noches de los lunes en La 2 poniendo auténticas joyas del séptimo arte en el mítico Qué grande es el cine. Entre la niebla causada por los continuos cigarrillos, por si fuera poco, nos regalaba también tertulias más o menos afortunadas pero siempre interesantes. Y por supuesto, no pudo resistirse unos cuantos años antes a dar rienda libre a su adoración por los clásicos al dedicar El crack a Dashiell Hammett, uno de los grandes escritores de género negro que nos ha dado la historia y que, además, se atrevió a hacer sus pinitos en el cine. Curiosamente, hoy elegimos una película basada en una de sus novelas pero en cuyo guion él no participó: La cena de los acusados, The Thin Man en el original.

La cinta sorprende a cualquiera que vaya a verla con la esperanza de que sea un Hammett clásico, el de El halcón maltés o Cosecha roja. En lugar de esos héroes de una sola pieza tenemos a un matrimonio borrachín que no para de lanzarse pullas investigando por casualidad la desaparición de un empresario un poco particular. Además, nunca se separan de su perro, Asta, tienen una vida social imparable y viven de rentas. Pero claro, él fue un antiguo policía y ella tiene ganas de vivir aventuras y arrastrarle a ellas. Puede sonar un poco estúpido, pero en las manos de William Powell y Myrna Loy la cosa se convierte en un festival de réplicas y momentos delirantes dignos de cualquier comedia screwball.

La película es un producto totalmente propio de los estudios americanos. La dirigía, por ejemplo, el siempre fiable W. S. Van Dyke, que lo mismo te hacía esta película que el primer Tarzán de Weissmüller unos años antes. El éxito fue absoluto, con cuatro nominaciones a los Óscar (incluyendo a la mejor película), cinco secuelas y hasta una serie en los años cincuenta o una aparición cambiando los nombres en la delirante Un cadáver a los postres, que ya vimos en este cinefórum.

La cena de los acusados es una cinta que nos habla del cine clásico más depurado, de la edad de oro de un modelo de producción que parecía imparable e inagotable. Se trata de un viaje al mejor pasado del cine, uno en el que solamente hacía falta un buen guion, unos pocos decorados y un par de actores con carisma para que todo funcionase como la seda y los espectadores pudieran salir contentos. Es cierto que la mayor parte de las producciones de entonces eran mucho peores que esta, pero también que cuando uno mira la cartelera cualquier semana se pregunta por qué no siguen existiendo más películas como aquellas, que encontraban la grandeza sin pretender nunca que su objetivo fuera más que el entretener al espectador durante una escasa hora y media.

Ismael Rodríguez Gómez
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