Cinefórum CCCXCIII: «Falling»
Cada año se producen muchos debuts en la dirección cinematográfica. En 2020, Sonia Liza Kenterman estrenaba su Raftis (El sastre), pero también ese mismo año Viggo Mortensen se colocaba por primera vez tras las cámaras para dirigir (además de protagonizar, escribir y producir, así como componer la música original) Falling, un drama familiar modesto, centrado en la difícil relación entre dos generaciones.
Viggo Mortensen es una persona de múltiples intereses y talentos: músico, fotógrafo y pintor, además de actor, y resultaba, quizás, una opción natural que una mente inquieta como la suya llegara a la dirección tarde o temprano. El que fuera más bien tarde tiene mucho que ver con la misma trayectoria del actor. Tras una larga carrera principalmente como secundario (y a menudo como villano), la fama internacional le llegó ya superados los 40, con el papel del icónico Aragorn en la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson. Y, si nos fijamos en su carrera posterior, en vez de acomodarse en papeles que continuaran su transformación en una gran estrella de acción y aventuras (más allá quizás de la fallida Hidalgo, 2004, Joe Johnston), eligió una carrera extraña y completamente personal, en la que su propia fama sirve para dar notoriedad a papeles y películas menos comerciales. Él mismo dice que su intención original para Falling era no interpretar el papel de John, pero que las realidades de la financiación necesitaban su aparición ante la cámara para justificar el interés de los inversores (y al mismo tiempo aceptar hacerlo sin cobrar su tarifa).
John Peterson (Mortensen) es un hombre homosexual de mediana edad que vive en California, con su marido Eric (Terry Chen) y su hija. La visita de su padre Willis (Lance Henriksen), un conservador hombre de campo que comienza a sufrir los efectos de la demencia, se convierte en el detonante dramático. Al mismo tiempo que vamos visitando viñetas de esta estancia en California, también se nos presentan momentos del pasado (donde Sverrir Gudnason interpreta al Willis joven) que nos desvelan un personaje y una relación familiar complicada. Los otros personajes fundamentales de la trama son las mujeres de la vida de Willis: su hija Sarah (interpretada como adulta por Laura Linney) y sus dos esposas (ambas distanciadas de Willis en el pasado y ahora fallecidas) Gwen (Hannah Gross) y Jill (Bracken Burns). En papeles menores, también aparecen Henry Mortensen, el hijo de Viggo, y, adecuadamente, como proctólogo, David Cronenberg, director canadiense con el que Mortensen ha realizado varios de sus papeles más importantes posteriores a El Señor de los Anillos (Una historia de violencia, Promesas del este, Un método peligroso, Crímenes del futuro).
Un punto muy importante es que la película no ofrece ninguna visión edulcorada o incluso simpática del personaje de Willis, que se nos muestra como un sujeto prácticamente intratable en cualquiera de sus momentos temporales. Lleno de prejuicios, con tendencia a los estallidos de violencia, rencoroso… Se nos permiten, en realidad, muy pocos momentos de simpatía, e incluso estos parecen torpes en comparación (como cuando actúa sorpresivamente de forma comprensiva cuando su hijo es incapaz de disparar a un ciervo, mientras todavía muestra en el labio una cicatriz que le acompañará como adulto y que él mismo le ha causado).
Toda la sensibilidad hacia su vulnerabilidad como adulto que pierde su autonomía y su identidad debe quedar así disociada de un personaje que no resulta nada agradable; nuestra compasión hacia él debe ir más allá de la persona imperfecta que siempre ha sido. Quizás lo más difícil de aceptar del guion sea la paciencia sobrehumana que algunos de los demás personajes, con excepción de un nieto adolescente, consiguen demostrar en presencia del anciano durante la mayor parte del metraje.
Lance Henriksen es también un actor de larga trayectoria, con abundancia de villanos irredimibles y personajes secundarios más que de protagonistas. Aunque podemos mencionar algunos personajes míticos, como el malvado androide Bishop de Aliens: El regreso (Aliens, 1986, James Cameron) o el cruel vampiro sudista Jesse Hooker en la nunca suficientemente recomendada Los viajeros de la noche (Near Dark, 1987, Kathryn Bigelow), a menudo ha recalado en producciones de escasa calidad, en las que siempre podemos contar, al menos, con su actuación. Aunque en ocasiones algo dado a la sobreactuación, aquí su enérgica y corrosiva personalidad se beneficia de una sorprendente energía en un hombre de su edad, mientras los demás personajes deben ser continuamente la voz de la razón.
La película posiblemente falla por un acercamiento demasiado actoral a la construcción dramática. Más que acontecimientos, se suceden una serie de enfrentamientos entre distintas combinaciones de actores, pero fundamentalmente entre Henriksen y Mortensen, donde las emociones se desbordan y van avanzando hacia un paroxismo interpretativo que, finalmente, se produce en la última parte de la película. Algunas escenas casi parecen ejercicios de improvisación, que logran avanzar solo gracias al compromiso y la calidad de los intérpretes implicados (en ese sentido, es una pena que Laura Linney solo tenga una escena para lucirse). Es un monumento al trabajo de todo el elenco que algunas escenas realmente no ofrecen demasiado en cuanto a desarrollo del argumento o de los personajes.
Esto no quiere decir que la película no cuente con valores netamente visuales y cinematográficos; el ojo de fotógrafo sin duda se nota en el uso de los encadenados visuales que intentan reflejar, mediante la yuxtaposición de elementos separados en el tiempo, la conciencia fragmentada de Willis y la forma en que todos esos momentos encajan en un todo.
Una película que muestra buenas intenciones y un elenco brillante de actores, con hermosas imágenes y un buen montaje, pero que quizás hubiera requerido algo más de trabajo en el aspecto argumental.
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