Pocas cosas nos gustan más que vivir lo que identificamos como un momento extraordinario. Una de ellas puede que sea la cita maximalista. No obstante, ambos goces tienden a la convergencia en una industria como la cultural, siempre deseosa de, a lomos del nitro turbocapitalista, celebrar con estruendo la singularidad de un fenómeno excepcional. Y sin embargo, cuando la hipérbole suena, a veces, agua lleva. Ese parece el caso del tan celebrado Gran Año del Cine Español, un 2022 que antes de acabarse ya se ha ceñido la corona de cosecha histórica por calidad y cantidad de títulos, premios y debuts cinematográficos.
Si tomamos como referencia las nominaciones a los Goya a mejor película, Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa ostenta la categoría de candidata al trono de este año formidable. En ella se nos cuenta la historia de Amaia (Laia Costa), una madre primeriza que, ante la ausencia (física y personal) de su pareja y las dificultades para conciliar vida familiar y laboral, vuelve a casa de sus padres buscando ayuda. Sin embargo, el retorno al idealizado hogar natal le mostrará que a sus obligaciones como madre también deberá sumarles las que sigue teniendo como hija.
El debut de Ruiz de Azúa se inicia como uno de esos dramas adscritos al subgénero maternidad bajonera y pronto vira al de también es bajonero ser hijo a una edad determinada; o, lo que es lo mismo, se despliega como el drama de las generaciones puente atropelladas por obligaciones voluntarias y adquiridas, en medio de una ciclogénesis vital de culpas, inseguridades, incomprensión y frustraciones. Así, Cinco lobitos narra el tour de force de una treintañera de hoy (con todo lo que eso implica: maternidad, conciliación, roles de género, relaciones…) ante las exigencias que el natural relevo familiar le demanda.
Y lo hace, además, valiéndose de una mirada limpia y contemplativa en el que la dirección de la cineasta, de forma inteligente, se difumina dando protagonismo a los gestos y a las voces y dejando respirar a un reparto (excepcionales Laia Costa, Susi Sánchez, Ramón Barea y Mikel Bustamente) que, al igual que la vida, trasmiten tanto con las palabras como con los silencios.
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