Ya demostraba la semana pasada Amanece que no es poco que la comedia es el género nacional por excelencia. No el español, sino el de cada país, claro está. Porque pocas cosas identifican tanto a una sociedad como aquello que le hace reír; de ahí que siempre hablemos del humor británico, de las bufonadas italianas, de las locas comedias japonesas… Mientras que en el terror llega Amenábar y hace Los otros, una película de fantasmas británica casi perfecta grabada en Cantabria, dirigida por un español y con una australiana como protagonista, la comedia termina siendo de la manera necesaria; acaba siendo incluso contingente como cierto alcalde, intraducible fuera de las fronteras que le dan vida. A lo máximo que puede aspirar es a la reinterpretación, como cuando las comedias francesas que se ríen de los de Bergues se convierten en reflexiones sobre apellidos vascos. De ahí que acercarse a una comedia de éxito apabullante en la URSS de 1973 dé algo de vértigo. A saber qué puede uno encontrarse ahí…
Por suerte para todos los cinéfilos del mundo, Ivan Vasilievich cambia de profesión es tan divertida para el espectador actual como debió resultar en su momento, a pesar de que hayan pasado casi cincuenta años y exista, entre su producción y nosotros, un continente de distancia. En todo caso, las risas se pueden ver interrumpidas por las apreciaciones de lo normal que resulta ese Moscú, lo poco que ha cambiado según quienes han estado por ahí o lo irreverente del conjunto. Porque, al final, en la cinta tenemos a un mad doctor bienintencionado que ha inventado una máquina del tiempo y provoca un cambiazo entre el mismísimo Iván el Terrible y el encargado de su edificio, un tipo estricto y bastante pesado que sigue las normativas del Partido al pie de la letra, haciendo la vida bastante imposible al inventor. Por si eso fuera poco, también envía al pasado a un ladrón de poca monta con bastante guasa. Mientras tanto, su esposa, aspirante a actriz, acaba de dejarle por un director de éxito. Como se puede ver, las cosas no pintan bien para el pobre Shurik.
La película adapta Ivan Vasilievich, obra de teatro escrita por Mijaíl Bulgákov, que no se publicó hasta 1965 y en la que el autor jugaba a comparar la URSS y la Rusia zarista, aprovechando la rehabilitación histórica de la figura de Iván el Terrible que estaba llevando a cabo el régimen estalinista. Al control de los mandos está Leonid Gaidai, el maestro de la comedia rusa, que estaba por entonces en la cima de su fama. Como actores, algunos de los más grandes de la Unión Soviética del momento, con Yury Yákovlev a la cabeza en el papel dual de Ivan Vasilievich, Leonid Kuravliov, Aleksandr Demiánenko o Natalia Selezniova.
El humor de la película nace de la mezcla de una utilización del slapstick casi pura, con momentos que recuerdan a un episodio de Scooby Doo o un gag del mismísimo Benny Hill, con un surrealismo que se filtra en diversas situaciones delirantes y conversaciones sin demasiado sentido. Ivan Vasilievich cambia de profesión nunca pierde el ritmo, tiene números musicales frenéticos, una increíble falta de vergüenza y, además, demuestra que a veces las comedias no entienden de fronteras, aunque no sea lo habitual.
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