
Esta semana abandonamos la fascinación enfermiza del Fotógrafo del pánico por el éxtasis visual, alejándonos todo lo posible de ella para sumergirnos en la profunda ceguera de Audrey Hepburn en Sola en la oscuridad. Terence Young dirigió esta adaptación de una exitosa obra teatral de Frederick Knott, en la que la diva se ve privada, precisamente, de su vista tras resultar herida en un incendio doméstico. Una excusa, en realidad, para enarbolar una truculenta historia en la que la ausencia de uno de nuestros sentidos más preciados tiene un papel central.
En Wait Until Dark todo parece fruto de una casualidad. No había motivo para que una muñeca repleta de droga llegase a la casa de un feliz matrimonio de clase media norteamericana, esos que en las películas están formados por personas ricas y anormalmente felices. Incluso Susy, ciega pero clarividente, ama de casa inteligente que conoce su lugar, se esfuerza tenazmente por sobreponerse a su condición. Su gran arma es una sagacidad que le pone en peligro al hacerle sospechar del simple juguete que, súbitamente, interesa a todo el mundo.

Ni siquiera nos preguntaremos por qué, aunque no tiene demasiado sentido que lo haga, ya que la película se ha convertido en una dulce transición. Las bromas y los engaños han dado paso a la lucha por la supervivencia; la obra de teatro filmada, estática y amable, se ha trasformado en algo cercano a una película de acción con Audrey Hepburn como protagonista. Conocemos la naturaleza última de los buenos y los malos de la cinta, e incluso la de los que han naufragado entre ellos. Ni siquiera nos damos cuenta de que nos hemos quedado a una simple chispa de que todo arda a nuestro alrededor por una muñeca que, la verdad, nunca importó demasiado.
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