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Mágico González, el ídolo cadista

Cádiz es conocida, sobre todo, por su larga e influyente historia, siendo una de las ciudades más antiguas de Europa occidental, con restos arqueológicos datados con más de tres mil años de antigüedad. No solo es importante en el ámbito nacional, sino también por su importancia en procesos como las Guerras Púnicas, la romanización de Iberia, el descubrimiento y conquista de América o la instauración del régimen liberal en España, con su primera constitución.

No obstante, también es popular gracias al Cádiz, C.F., el equipo de la ciudad, fundado en 1910 y con temporadas disputadas en Primera División. La época más recordada por la fiel hinchada cadista es la de aquellos en los que su vistió la zamarra amarilla un jugador salvadoreño de costumbres peculiares, tanto dentro como fuera de la cancha.

Si preguntas en Cádiz se le preguntara por Jorge Alberto González Barillas, muy pocos sabrían decir quién está detrás de ese nombre; sin embargo, su nombre futbolístico, Mágico González, está grabado a fuego en la memoria del sufrido hincha amarillo. Y es que Mágico es toda una leyenda en La tacita de plata.

Su debut con la camiseta cadista se produjo en un amistoso ante el Trebujena CF, aunque fue el 11 de septiembre de 1982, fecha de su primer partido oficial con el equipo, el que pasaría a la historia del cadismo. Fue en el estadio de Carranza frente al R. Murcia, en un encuentro que acabó con empate a uno. Mágico era uno de los pocos jugadores que se salía de la estricta política de austeridad marcada por Irigoyen (el presidente del club en aquellos años), y gracias a la cual se produjeron en la cantera del club los mayores talentos futbolísticos de su historia. No obstante, Mágico también tenía otra cara, marcada por su poco apego a la disciplina del equipo.

Tanto era así, que junto con él vinieron a Cádiz, Manuel Armando Monedero (dirigente de su anterior club, el FAS) y José Ramón Flores, de la Federación Salvadoreña, para intentar meter en cintura al futbolista. Esa sería la constante durante su carrera: Mágico alternaba grandes tardes de fútbol con ausencias en los entrenamientos (el club llegó a asignar a un empleado la tarea de ir a despertarlo todas las mañanas) y juergas nocturnas que acababan de día.

En su primera temporada de amarillo ya dejó muestras del inmenso jugador que era, y se metió para siempre a la afición en el bolsillo. Aquella primera temporada fue posiblemente la mejor de cuantas jugó en Cádiz: marcó 14 goles, algunos de ellos decisivos para poder celebrar el tercer ascenso del Cádiz a la máxima categoría. Milosevic (el entrenador del club por aquel entonces), que fue como un padre para él, supo entenderlo y sacar lo mejor de él.

Al año siguiente, ya en Primera, pese a que el Cádiz solo pudo obtener seis victorias en toda la temporada, Mágico continuó mostrándose como un jugador de una talla excepcional. Esta fue la temporada de su consagración en España. Mágico era capaz de jugadas espectaculares en las que pisando el balón, arrancando y frenando, y haciendo mil diabluras, dejaba por los suelos a defensas de la talla de Migueli y Alexanco (ambos jugadores del F.C. Barcelona), para terminar marcando un gol que aún se recuerda en el feudo barcelonista. Fue uno de los 14 que marcó aquella temporada, un registro sorprendente para el jugador de un equipo que terminaría descendiendo. De hecho, González quedó a tan sólo tres goles de Da Silva del R. Valladolid y del mítico jugador del Madrid Juanito, los pichichis de aquella temporada.

Aquel año, sin embargo, se produjo un hecho que marcaría su trayectoria. Ante la mala racha del equipo, Irigoyen decidió cesar a Milosevic, que fue reemplazado por Benito Joanet. El técnico catalán era de carácter mucho más serio, y no tragó con las irregularidades de Mágico ni siquiera trataba de ocultar, tal y como declaró a un periódico local: «Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme». Con eso queda todo dicho.

Joanet e Irigoyen decidieron que abandonara el equipo. El técnico llegó a poner al club en la tesitura de tener que elegir entre futbolista o entrenador. El destino fue el Valladolid, que se arriesgó con él en el mercado invernal de la temporada 84-85, y que intentó recuperarlo como profesional. La siguiente temporada se la pasó totalmente en blanco, intentando jugar en México y en Estados Unidos, pero sin ningún éxito. Y así, en septiembre de 1986, al comienzo de la nueva temporada y a pesar de que Irigoyen había declarado que jamás volvería a vestir la camiseta amarilla, el presidente tuvo que ceder a los deseos de la afición cadista.

Aquella fue la temporada de la liguilla de Segunda por el descenso. Debido a una decisión tomada tras la competición, los tres últimos de la segunda fase, jugaron una promoción entre ellos para decidir una plaza de descenso, puesto que aquel año se decidió ampliar la Primera División a veinte equipos. Este sistema de competición no fue utilizado nunca más.

En aquella temporada, tanto Manolo Cardo, como Milosevic y David Vidal contaron con él regularmente y, pese a que no tuvo el acierto goleador de anteriores ocasiones, fue nuevamente uno de los futbolistas más importantes de aquella permanencia imposible. Para la temporada 87-88, Irigoyen fichó a Víctor Espárrago, que fue el entrenador que consiguió la mejor clasificación del Cádiz en toda su historia. El técnico charrúa, con una característica psicología que abogaba por comprender y dirigir al vestuario sin broncas y sin grandes escándalos, supo tratar al genial jugador y equilibrar su arte con el balón y sus salidas de tono fuera del verde. Mágico brilló otra vez con luz propia, consiguiendo diez tantos para su equipo.

El éxito de Espárrago le catapultó al Valencia, por lo que Irigoyen tuvo que buscar un nuevo técnico para la campaña 88-89. Se decidió ascender del filial a David Vidal, que ya había dirigido al primer equipo el año de la liguilla de la muerte. El gallego fue seguramente el técnico que mejor supo llevarse con González, que con él alternaba una de cal y otra de arena. Contaba con él casi siempre, pero a la vez, ejercía de padre y casi de guardaespaldas, saliendo a buscarlo por la noche gaditana, mientras Mágico intentaba zafarse de la vigilancia, igual que sobre el campo se libraba de los defensas contrarios.

En julio de 1989 tuvo lugar un hecho que marcaría a Mágico para siempre, y que supuso el principio del fin del genio. Fue acusado de violación. Aunque en el juicio fue absuelto, aquello hizo mella en el futbolista, que ya no sería el mismo en las dos siguientes temporadas. Eso y la muerte de su amigo Camarón comenzaron a acercarle hacia lo inevitable: la luz de la estrella empezaba a apagarse.

En sus dos últimas temporadas como jugador amarillo, sólo jugó 22 partidos y anotó tres tantos. De esta manera, el 6 de junio de 1991, se marchaba de vuelta a su país. El Cádiz estaba inmerso en una salvación milagrosa con victoria agónica frente al R. Zaragoza y una posterior promoción ante el Málaga, y la despedida de Mágico quedó relegada a un segundo plano. Aun así, González no quiso irse sin dejar un buen regalo: Kiko (por entonces en realidad Quico), aprendió con él muchas de las cosas que luego ayudaron al Cádiz tiempo después.

Para el Cádiz, Mágico sigue siendo todavía hoy un jugador legendario; uno de los más recordados por el verdadero submarino amarillo, uno de los apodos históricos del equipo, por mucho que la mayoría de la prensa deportiva se empeñe en utilizarlo para referirse a otro club. Mágico González fue admirado por todos los estamentos del Cádiz, C.F., incluido el grupo ultra histórico del equipo, las Brigadas Amarillas (fundadas en 1982), que llegaron a tener una Sección Mágico en honor al jugador salvadoreño. Estas fueron las jugadas del genio en la tacita de plata.

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