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Apuntes para una historia breve del fútbol francés (y IV)

El país del centrocampista ofensivo: Girondins de Burdeos

Antes de ser lo que es hoy, una especie de acería o de cementera, el fútbol francés embotellaba y etiquetaba champán. Paradójicamente, fue algo inventado en el mismo lugar, tal vez incluso por la misma persona que se inventó el origen de lo de hoy. En Burdeos. Aime Jacquet, que había sido jugador del Girondins antes que entrenador, fue luego el director de escena de un equipo que, en los 80, viró el centro del gran fútbol francés. Lo hizo prendido a dos centrocampistas gloriosos: Jean Tigana y Allain Giresse.

En el 98, en el primer mundial de Francia, ganado en casa, Jaquet era el seleccionador. Pero aquel equipo no tenía ya nada de achampanado. Se parecía ya al que ganó el último Mundial en Rusia, aunque tenía mucho más talento. Su seleccionador, Didier Deschamps, había sido un laborioso centrocampista que había vivido su mejor época había en el Olympique de Marsella y la Juventus, pero en 1990 había pasado un año en Burdeos. En el 98, era la roca donde se anclaba la Francia campeona del mundo, donde ni un solo internacional jugaba entonces en el Girondins. Su figura era otro exbordalés y por entonces también juventino, Zinedine Zidane, sancionado tras un feo pisotón contra Arabia Saudí cuando lo estaban cosiendo a patadas. El equipo era tan extraordinariamente sólido, con Karembeau, Petit y Djorkaeff formando un medio campo sobresaliente junto al propio Deschamps, que pudieron permitirse la baja.

Volvió a tiempo y tras el milagro de Thuram en las semis contra la sensacional Croacia, cerró el Mundial con dos goles de cabeza en la final. Aunque, de todos modos, no fue el suyo sino uno colectivo. El suyo sería el de 2006, donde coronó una actuación individual majestuosa con la más poética pérdida de la corona de todos los tiempos. Otra vez un cabezazo. A Zidane lo habíamos descubierto años antes, en un partido de UEFA contra el Betis, cuando convirtió un balón que botaba suelto en mitad del campo en una volea de zurda de impresión. Era un tipo taciturno que se movía como un bailarín y, junto a otros luego mundialistas como el delantero Christophe Dugarry y el lateral izquierdo Bixente Lizarazu, lideraba un equipo que pisará de nuevo una final europea. Es la UEFA del 96, donde serán derrotados por un Bayern de Munich donde convivían viejas glorias como Matthaüs o Klinsmann con emergentes como Oliver Kahn o Mehmet Scholl, bajo la órdenes de urgencia de Beckenbauer, quien había bajado al banquillo a mitad de año.

A Zidane lo había fichado desde el Cannes el magnate de las ópticas Alain Afflelou, desde principios de los 90 presidente del Girondins. Allí se pusieron las bases de un equipo que se fue reasentando en la liga hasta lograr un nuevo título en 1999, el cuarto en su palmarés liguero. El fino Joahn Micoud y el incansable Sylvain Wiltord eran las figuaras de un equipo a las órdenes de Elie Baup, quien procedía del Saint Ettienne y había llegado a Burdeos para ser segundo de Guy Stephan. Este tampoco tenía un gran prestigio, pero en su etapa en Lyonn había sido asistente de dos ex del Girondins como Jean Tigana y Raymond Domennech. Tampoco sirvió para mucho y fue despedido casi nada más comenzar el curso, con Baup promocionado y con cierta sorpresa, ofreciendo grandes años con un subcampeonato liguero, una liga y una Copa de la Liga en 2002. El club tardaría otra década sumar su quinta Liga: fue la de 2009, rompiendo con ella, además, la larga hegemonía del Olimpique Lyonnais, una racha triunfal insólita en el fútbol francés. El entrenador era entonces otra leyenda del Mundial 98, el central Laurent Blanc. Fue el primero de los campeones variados del interesante interregno entre el Lyonn y el regreso multimillonario del PSG, del cual Blanc también participó como técnico.

En cierto modo era la naturaleza histórica del Girondins, el postulante, el aspirante, la alternativa. Había accedido al profesionalismo a mediados de los 30, producto de las sucesivas fusiones de clubes locales, y en 1945 lograba ascender a la primera división. Unos años antes, cuando gran parte de Francia era territorio bajo ocupación Nazi, el Girondins, ya fusionado, había ganado una Copa al SC Fives, un veterano club de principio de siglo que en el 44 formaría parte de otra fusión, la que dio lugar al Lille. Solo un par de años después, aquel equipo ya fue campeón de liga. El Girondins tardaría algo más, hasta 1950, tras haber ascendiendo desde la Segunda división. Aquel equipo entrenado por Andrè Gerard y que tenía como figuras a Ben M’Barek, los franco-polacos Jean Swiatek y Édouard Kargu, defensa y delantero respectivamente, el centrocampista holandés Bertus de Harder o el goleador Henri Ballot, forjado en el Metz, se incrustaba en la rivalidad a tres bandas entre el Olympique de Marsella, el Stade Reims y el propio Lille. El triángulo que había estado marcando la posguerra. Pero no serían los bordeleses quienes solidificaran la alternativa, sino el Niza de Ben Tifour, uno de los Fenecs, de los jugadores rebeldes que arriesgaron su carrera durante los procesos de independencia de Argelia. Junto a él, en especial en la temporada 1951-52 donde lograron un doblete, el portero Marcel Domingo o el mediocampista argentino Luis Carniglia; el uno con larga carrera en el fútbol español como jugador y entrenador, el otro pronto míster del Real Madrid, donde ganaría las Copa de Europa en 1958 y 59.

El Girondins estableció a lo largo de los 50 cierta retórica de equipo maldito. De aspirante eterno, de segundón que se queda en el esfuerzo. Acumuló segundos y terceros puestos y dos finales de Copa dramáticas, donde el Niza en el 52 y el Lille en el 55 establecían marcadores contra los que los bordeleses se debatían en remontadas inverosímiles solo para morir en la orilla. El club mantuvo su estabilidad a lo largo de una década con Gerard en el banquillo, manteniéndole incluso tras el descenso en 1956, pero luego comenzó a buscar resultados inmediatos con exjugadores reconvertidos como Urtizberea o Libar. Otro de ellos, Salvador Artigas, retornaría desde la Real Sociedad para lograr al fin el ascenso en 1962, colocar al equipo cuarto al año siguiente y mantenerse en el puesto el grueso de la década. Con todo, el malditismo perduró y, en dos temporadas consecutivas entre el 64 y el 66, fue segundo tras el excelente Nantes del legendario José Arribas, por entonces la vanguardia del fútbol francés; y cayó en otra final copera, esa ven contra el Lyon.

Aun así logró algo importante: convertirse en una constante. El Girondis estaba allí siempre, con su fútbol rocoso, «de un realismo impresionante» como lo describe Francis Le Goulven en su libro Les grands du fooball; no obstante, desde el 69, su último campeonato ante la emergencia del Saint Ettiene, había que buscarlo de la mitad de la tabla para abajo. Artigas había dejado ya el puesto a otro histórico exfutbolista del club, Jean-Pierre Bakrim, que dirigiría al equipo tanto en ese subcampeonato como en otras dos derrotas coperas frente al propio Saint Ettiene y Marsella. La maldición no cesaba y, poco a poco, el desánimo encontraba su sitio suplantando a la ilusión. Con el cambio de década André Gerard vuelve al club, pero no es esa la gran noticia. Esa pasó más desapercibida y tenía la forma de un pequeño centrocampista, tan dinámico como fino, llamado Alain Giresse. Ese es el momento en el cual comienza la forja del mejor Girondins de la historia; no solo a partir de una personalidad en los banquillos, sino de un jugador que es el aglutinante y al tiempo el catalizador de todo. Habría que tener paciencia durante una década, pero la semilla se había plantado.

En el intermedio de los 70, la supervivencia dependió de otro jugador extraordinario: el camerunés Jean Pierre Tokoto, quien no había encontrado sitio en un Olympique de Marsella controlado por el sueco Roger Magnusson y el croata Josip Skoblar, campeones de liga entre el 70 y el 72, así como oposición al Saint Ettiene. Tokoto llegó a Burdeos en el 72 y se quedó hasta el 75, volviendo tras una temporada en el PSG del dinero a un equipo que no salía de la mitad baja de la clasificación. Demasiado tarde primero, demasiado pronto después, Tokoto se perdió en ese mismo realismo, cada vez más y más prosaico, con un fútbol sutil que era casi una nota al margen que, paradójicamente, determinaba todo el conjunto gracias a la confianza del Menaut, cuyo entusiasmo por la preparación física descubre el fondista que había en Tokoto. Sin embargo, los grandes cambios, los movimientos sísmicos de poder en el fútbol francés, no suelen venir de jugadores o entrenadores, sino de capitalistas. Eso sucedió también en Burdeos cuando en 1979, el millonario y contable Claude Bez se hizo con el control de un club del cual ya era tesorero.

Bez es una de esas figuras pantagruélicas típicas del fútbol francés. Sus negocios son oscuros y sus apariciones públicas estruendosas; su pintoresca personalidad y su idiosincrático bigotón parecen escapados de una película de Bertrand Blier o un guión de Francis Veber. Uno diría incluso que el personaje del presidente del pequeño club del que se fuga Patrick Dewaere en El cabezazo está inspirado en él. Bez tiene en 1980 una de esas ideas geniales que conducen a desastres capitalistas universales y de las cuales, de nuevo, el fútbol francés ejerce de banco de pruebas: los derechos televisivos.

En pocos años se entabla una batalla entre clubes y televisiones de la cual el Girondins, o Bez, es vanguardia. Se impone el fin de la gratuidad de las imágenes, con el movimiento pionero de Bez de no permitir grabar sin pago previo los partidos como local del club. La efervescencia futbolística de los bordeleses en la primera mitad de los 80 ejerce, además, como artículo de presión a favor de Bez.  Se produce en muy poco tiempo desde su llegada un cambio de política económica y deportiva determinada por el fichaje de un técnico capital del fútbol europeo del momento: Raymond Goethals, seleccionador belga y reciente campeón de la Recopa con el Anderletch. El equipo se sitúa de inmediato sexto y comienza a articular una plantilla que, con Giresse en el centro, será la base de los éxitos. Allí están ya Jean-Christophe Thouvenel, Bernard Lacombe, el alemán Gernot Rohr, el defensa internacional Jean-François Domergue. Goethals solo ocupó el cargo un año, pero su trabajo de transición resultó fundamental en relación a lo que había recogido y lo que entregó a su sucesor: Aime Jacquet.

Jacquet, procedente de Lyon, donde había jugado también (aunque su verdadera formación fuese en el AS Saint-Étienne), coronará el cambio de rumbo, incluso de identidad futbolística, del Girondins con dos títulos consecutivos en 1984 y 1985, y, sobreponiéndose al ínterin del PSG, uno más en 1987. Y cuando no ganó, nunca estuvo fuera de los cuatro mejores a excepción de 1989, el último año de Jacquet en el que el equipo cae a mitad de la tabla. Como cerrando un círculo, Goethals recoge ese equipo y lo vuelve a colocar segundo en 1990, metiéndolo en mitad de una desigual pelea con Marsella y Mónaco. En el espacio intermedio, Burdeos transformó económicamente el fútbol francés, cambió su centro de influencia y colocó el fútbol como protagonista en una región de rugby.

La personalidad de Bez y sus medidas económicas agresivas fueron capitales en aquello. Como otros clubes antes y después, la expansión a partir de unas nuevas posibilidades capitalistas comenzó con la captación de jugadores de rivales directos. La caída en desgracia del Marsella, descendido en 1979, fue una invitación. Así, el Girondins se hizo con el soberbio defensa Marius Tresor, que negociaba entonces con el Bayern Munich, en un indicativo de que grandes futbolistas podían desear a partir de entonces recalar en Burdeos. Una adquisición más modesta pero de mayor calado práctico llegaría ese año: el trabajador mediocentro Renè Girard, quien procedente del Nimes iba a ser el escudero de Giresse. Duro y agresivo, intimidante como aquellos centrocampistas del Leeds de los 70, se ganó el sobrenombre de El diablo, aunque Jacquet nunca se cansó de alabar su inteligencia y su sensibilidad para un juego en corto que beneficiaba a los otros medios y volantes que fueron rodeándolo, en especial desde 1981 el fenomenal Jean Tigana, fichado del Lyon y destinado a formar una dupla legendaria con Giresse. Algo así como lo que serían primero Luis Fernández y luego Didier Deschamps en las dos triunfales selecciones francesas de influencia bordelesa.

Jacquet, decía, se había educado para el fútbol en el Saint-Étienne. En su medio del campo ganó cinco ligas en los 60 y un puñado de Copas. También se quedó con una idea del fútbol de toque que se llevaría y elaboraría en profundidad en Burdeos. Tardó tres temporadas en cristalizar, hasta la 1983-84, pero esta vez la idea no se quedó en el esfuerzo. Lo hizo, además, en un periodo de espectacular progresión del fútbol francés de los 80, que miraba hacia la organización de la Eurocopa de 1984, entre equipos todavía fuertes como Nantes,  Saint-Étienne o Mónaco; otros pujantes como el PSG, que ganará su primera liga en el 86; y otros de presencia insistente como Toulouse, Auxerre, Metz o Sochaux. El 84 sería el año de gloria de la idea bordelesa. El equipo se ha conformado casi al completo. Se han sumado Patrick Battiston desde Lyon y Raymond Domenech, antiguo campeón con el Estrasburgo, desde el PSG. También el delantero alemán Dieter Müller o el medio del Hamburgo, campeón de Liga y UEFA, Caspar Memering, que jugaría en esta 1983-84 su última temporada en el club. También está el medio del Nantes, Thierry Tusseau. Otra demostración de las inclinaciones económicas del tejido siempre sensible del fútbol francés.

En muchos aspectos, la Eurocopa ratifica todo lo puesto en marcha por Bez y Jacquet desde 1980. El fútbol es tremendamente popular en Francia, un bien comercial de primera categoría, y la selección ha ido siendo influenciada por un modo particular de jugar y por unos jugadores ideales para ello. Michel Hidalgo había recalado en el banquillo en 1976 para sustituir la fallida estancia del rumano Ştefan Kovács, una de las luminarias del fútbol total y ex del Ajax. El proceso tardaría, sin lograr aprovechar a los jugadores o el estilo natural del Saint-Éttiene de los 70. En 1982, en el Mundial de España, ya seis jugadores del Burdeos habían formado parte de la convocatoria, tanto como los del Saint-Étienne, que incluía a Michel Platini de camino a la Juventus y a desperezar al Calcio. La brillantez del equipo de Michel Hidalgo había colisionado, en algunos casos violenta y literalmente, contra la selección de la RFA en una semifinal épica, que los alemanes se llevaron por penales tras un 3-3. Incluso la pequeña gloria del tercer puesto le fue negada a Francia, derrotada por la otra sensación del torneo, la Polonia de Lato y Boniek. En 1984, Francia había mejorado todavía más, enriqueciendo su estilo. Platini ya no era un delantero, ni siquiera un mediapunta: bajaba al centro del campo como organizador y llegaba al ataque desde la segunda línea, de la cual se habían primero desplegado Giresse y Tigana, que a su vez podían ejercer de organizadores completados con la labor de zapa de Luis Fernández; Le carré magique, el cuadrado mágico donde no se sabía quién jugada de qué y el movimiento era constante. La estrella francesa, cerebro del equipo, marcó además 9 goles en el tronero, incluido en que dio el pase a semis contra Portugal y el de la final contra España. El fútbol champán, la versión francesa del fútbol total que prorrogaba, decantado, lo que habían hecho primero Saint-Etienne y luego Girondins.

En aquella Euro se jugaron por primera vez semifinales, lo que hacía todavía más urgente y vertiginoso un torneo a muerte de solo ocho selecciones. Dinamarca, con un joven Laudrup y gente como Morten Olsen, Soren Lerby o Preben Elkjær Larsen; la España de Gordillo, Santillana, Camacho o Maceda, con Arconada en portería, ofreciendo algo más musculoso y bravo que el fútbol de alta escuela de daneses, franceses o, los rivales de estos en semis, Portugal. Aquella semifinal fue otro partido legendario, un 3-2 en la prórroga de un encuentro que fue un abismo del fútbol ofensivo en el que tres de los cinco goles se hicieron en ese añadido. La figura de aquel Portugal era un extremo de piernas de chicle y bigote dibujado por Uderzo llamado Chalana. De inmediato, sería firmado por el Girondins.

De aquel triunfo estuvo ausente Marius Tresor, que aquel verano se había encaminado a la retirada martirizado por las lesiones. Entre Batistton y Leonard Strech, otro ex del Estrasburgo, se ocuparán de cubrir la zona central (aunque una temporada después llegaría el excelente Alain Roche); Rohr y Thouvenel, formado en el Servette y fichado en el 79 tras un paso por el PSG, cubren los laterales para encarar otra temporada formidable. En ella, el único punto negro será la frustración que supuso el fichaje de Chalana, muy pronto quebrantado por continuas lesiones que impidieron brillar al que fuera uno de los mejores extremos de su tiempo. Con todo, la excelente estructura del equipo y su espectacular centro del campo no solo permiten un nuevo título con tres puntos de ventaja sobre Nantes, sino una brillante participación en la Copa de Europa, donde son frenados por la Juventus, que trataba de sostener el pináculo de su fútbol atada a Platini, Boniek, Scirea o Cabrini en un Calcio que se movía hacia Maradona, el Inter al que iría Trappatoni tras dejar la Juve en el 87, o el Milan de Arrigo Sacchi. De hecho, los juventinos ganarían su último Scudetto de la década en 1986, tras la sorprendente y fugaz aparición del Hellas Verona, y no volverían a lograrlo hasta 1995.

Aquella Copa de Europa fue, además, la más patética y sobrecogedora que se recuerda, debido a una configuración de factores catastróficos que dieron con la muerte de miles de personas en el Estadio Heysel, en Bruselas. Con Juve y Liverpool obligados a jugar mientras aún se retiraban los cuerpos. Copa de la vergüenza, tras ellos los equipos ingleses recibieron una sanción de años; la Juventus, el título. En todo caso, era demasiado hueso entonces para el Girondins, que tenía todo lo de aquella Francia campeona menos lo esencial: Platini. Pese a ganar la vuelta 2-0 en Burdeos, se quedaron cortos por un par de goles, tal vez los que hubiese podido hacer aquel jugador total. Unos años después, apurando todavía el ciclo vencedor, el Girondins se plantó en cuartos para volver a caer contra el campeón del 88, aquel PSV de Gus Hiddink y Koeman que era pura roca. Años después, Bez contó cómo intentó sobornar al árbitro del partido mandándolo de putas. Y entre medias, otra semifinal, aquella de la Recopa, donde fue frenado por el Lokomitiv, a su vez derrotado luego por el Ajax, en los penales. Europa seguía negándose al fútbol francés, algo que sucedería hasta los títulos del Marsella y el PSG en los 90, pero ni tan siquiera entonces el Girondins tendría la suerte de cara en aquella UEFA que antes mencionábamos.

Tal vez ese quedarse a las puertas de algún título europeo se vio resarcido por las dos victorias coperas consecutivas (86 y 87) en la encolerizada rivalidad nacional que se forjó en estos años contra el Olympique de Marsella; o mejor dicho, contra Bernard Tapie, un antiguo vendedor, presentador, cantante, empresario especializado en negocios en quiebra, político y self made man que se había introducido en el deporte a través del ciclismo; su equipo, La Vie Claire, había ganado un par de Tours con Hinault al americano Greg Lemond. Suerte de Berlusconi a la francesa, lo más importante de Tapie es que era un protegido del miterranismo y sus aventuras futbolísticas tenían mucho que ver con intrincadas luchas políticas. Así, la oposición entre OLM y PSG simbolizaba la de Mitterrand y Chirac; y la del Girondins el intento de la minar a un elemento como Bez, cuya equivalencia tal vez fuera Jesús Gil, y sus coqueteos con la extrema derecha. Lo que ocurría es que la corrupción y megalomanía del uno era reflejo del otro. La escalada hizo cumbre cuando Tapié convenció a Giresse para irse al OLM, aprovechado una serie de desacuerdo económicos y deportivos con Bez y Jacquet tras el mundial de México. A Burdeos llegaron entonces los hermanos Vujovic y otros dos centrocampistas internacionales franceses, Jean-Marc Ferreri y Philippe Vercruysse, desde el Lens y solo por un año; ambos, curiosamente, acabarían en Marsella en los primeros 90. Incluso llegó a firmar a uno de los mejores jugadores de la historia del Nantes, José Touré.

El equipo volvió a ganar, incluso aplastó 3-0 al Marsella en el regreso de Giresse, pero la cosa se estaba pudriendo. El dinero entraba en el club e iba a los bolsillos de Bez, a extrañas reformas, a fantasmagóricas infraestructuras y, bajo la mesa, más todavía bajo la mesa, a sobornos, compras, prebendas. La caída de Bez y el Girondins, así, no se fragua en el fracaso, en los malos tiempos, sino en la exuberancia; es la hibris que atraviesa el fútbol francés en estas personalidades. Goethals maquilló el desastre tras la salida de Jacquet, pero el club estaba señalado y en 1991 es descendido de modo fulminante por la vía administrativa. En 1994, Bez será condenado por fraude en la edificación de esas mencionadas instalaciones deportivas y acabará sentenciado a dos años de cárcel e inhabilitado. En ese lapso de tiempo, Tapie ganaba la Copa de Europa. No tardaría tampoco en precipitarse.

En 1992 el Girondins vuelve la Ligue 1. Tiene un nuevo mecenas y se está forjando otra generación que afectará tanto al club como a la selección en esa curiosa sinergia. El nuevo presidente era el empresario óptico Alain Afflelou: de origen argelino y antiguo futbolista, había patrocinado al Mónaco desde mediados de los 80, pero deseaba involucrarse más. En el 91 se hace con el control del club y lo mantiene hasta 1996. El segundo elemento fue Gernot Rohr, quien tomó la responsabilidad del banquillo, apoyado por otro veterano como el portero Dominique Dropsy. Algunos jugadores permanecieron, casos de Battiston o Ferreri, pero lo más importante fue la profunda renovación de jugadores, con la aparición o llegada en un par de años de nombres como Christophe Dugarry o el carrilero Bixente Lizarazu. Afflelou era un presidente intervencionista y él mismo fue a buscar al nuevo entrenador para primera a Toulon, Rolland Courbis, que había jugado y ganado en Sochaux y Mónaco en los 70 y 80. También fue a Cannes a por un jugador que iba a heredar la aureola de Giresse: Zinedine Zidane.

Su peor temporada liguera es la última de Afflelou en la presidencia y aquella en la que a punto están de ganar la UEFA. En unos meses se suceden los entrenadores: Eric Guérit, Slavoljub Muslin y otra vez de urgencia Gernot Rohr. Pero no importa porque el equipo es soberbio y está enfocado en una competición que adivina como más trascendental. Tanto como para levantarle al Milan un 2-0 y firmar una noche legendaria en el  Jacques Chaban-Delmas con goles de Tholot y Dugarry por dos veces, ambas a pase de Zidane. El Girondis ya no le puede retener más y como le sucedió al Saint-Étienn con Platini, la Juventus se lo lleva. No es el único. Lizarazu sale hacia el Athletic de Bilbao que acaba de fichar como entrenador a Luis Fernández; Dugarry se va al Milan. También Richard Witschge, un fenomenal interior holandés que había fallado en el Barcelona y que tras rehabilitarse vuelve a un Ajax que con Louis Van Gaal se prepara para sacudir Europa.

Con los jugadores se marchó también Alain Afflelou y cuando se presagiaba la tranquila decadencia, resultó que al final de aquello había un premio inesperado. El Girondis gastó bien el dinero de aquellos talentos y se aseguró otros como Patrick Colleter, el luego celtista Peter Luccin o incluso un Pappin de retirada. Ellos garantizaron un colchón y otros como Lilian Laslandes, uno de esos troncodelanteros que el fútbol francés ha convertido en especialidad, el defensa tunecino del Cannes David Jemmali, el el laborioso Kiki Musampao pescado en el Ajax o el ex de Montpellier Michel Pavon dieron cuerpo a una estructura que completaron dos verdaderos talentos como el extremo-delantero Sylvain Wiltord y el delicioso centrocampista Johan Micoud. Como Zidane fichó del Cannes y venía a continuar el linaje de Giresse, Tigana o Zidane, aunque tenía personalidad propia. Alto y parsimonioso, falso lento, la sombra de Zidane le ayudó en Burdeos y le perjudicó en la selección, donde Roger Lemerre no hizo esfuerzo alguno por acomodarlos juntos, aunque Wiltord sí fue un recambio habitual. En todo caso otro guiño, otra sincronicidad, entre Girondins y el triunfo de la selección francesa. Como sucedió unos años antes con Rohr, el equipo acabó un poco por casualidad bajo la responsabilidad de Élie Baup, entonces segundo entrenador, y el título se redondeó al ser conquistado sobre el OLM.

Y, de igual modo, otra vez el desmontado: Musampa se fue al Málaga, Micoud al Parma y luego a Werder Bremen, Wiltord al Arsenal con Arsene Wenger… Y vuelta  empezar pacientemente, a sostenerse y esperar. El club se fusionó durante unas temporadas con el cuarto puesto como si fuera suyo. En el horizonte, la tormenta de títulos del Olimpyque Lyonnaise, siete seguidos, que apagaron un tanto la liga francesa, su emoción y expectativas de constante cambio. En 2005 el Girondins fue el segundo de turno, con el brasileño Ricardo Gomes en el banquillo y el extravagante Denilson en el campo. Repitieron en 2008, el año de la vuelta de Micoud, ganándole además entremedias una Copa de la Liga al Lyon y finalmente despertaron con el acierto del fichaje de Laurent Blanc para el banquillo, quien nunca volvió a hacer un trabajo tan brillante ni a lograr un equipo que jugase tan bien. Casi diez años. No solo era volver a ganar y hacerlo dejando al Marsella segundo de nuevo, era también romper aquella racha que no parecía ir a terminar nunca y amenazaba con estrangular al fútbol francés. El año lo completaron con otra Copa de la Liga, esta vez al modesto club bretón del Vannes. En el centro de todo, otro eslabón de la cadena, otro centrocampista ofensivo: Yoann Gourcuff.

Al igual que Blanc, nunca volvió a brillar tanto. Demasiado joven cuando llamó la atención en el Rennes, no se lo pensó correctamente y se marchó al Milán. El fútbol italiano se lo comió. Antes de que lo digiriera escapó a Francia y encontró acomodo natural en Burdeos. Nunca llegó a lo que parecía, es cierto, pero su paso por el Girondins y sus años de madurez en Lyon dejaron ver a un jugador elegante, hermoso, de esos que parecen fuera de tiempo en el fútbol del presente; un poco como era Micoud, como era Zidane, pero por debajo del primero y a cien vidas del segundo. El equipo tenía un par de buenos delanteros como Fernando Cavenaghi, quien había dado algunas extrañas vueltas tras salir de River, y el marroquí Marouane Chamakh. Trémoulinas, luego en el Sevilla, y Matthieu Chalmé, corrían las bandas y Alou Diarra honraba la escuela de mediocentros africanos que dominaba el fútbol francés desde mediados de los 90. Al año siguiente la Copa de Europa les pasa factura. El equipo es aún mejor, con la base intacta e incorporaciones como el medio checo Jaroslav Plašil, pero son absorbidos por la competición europea. Su fase de grupos es un aviso: se llevan por delante a la Juve y relegan al Bayern al segundo puesto. La ironía es que lo alemanes terminar campeones de nuevo, tras vencer al Inter, y el Girondins recibe la venganza del Lyon, que los elimina en cuartos de final con un contundente 3-1 en la ida.

Blanc se marcha, en Francia el dinero comienza a desplazarse hacia París y el Girondins no puede aprovechar el interregno donde son campeones Marsella, Lille y Montpellier. Luego, los jeques, el PSG, glamour a la fuerza. Mucho menos el Girondins, que da pasos hacia el refugio de mitad de la tabla, tal vez a la espera de otro eslabón, de otro centrocampista con pies y cerebro; del Giresse de la siguiente época.

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