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Cinefórum CXLV: Tenemos que hablar de Kevin

Las dos Películas para no dormir que disfrutamos la semana pasada buscaban el terror televisivo a través de la paternidad: en Para entrar a vivir, una joven pareja tenía la mala suerte de cruzarse con la peor casera del mundo en su búsqueda de un hogar mejor para su futuro retoño; La habitación del niño, de Álex de la Iglesia, subía la apuesta poniendo en peligro al recién nacido de un padre desesperado. Pero ¿qué pasa cuando es el hijo, incluso la propia paternidad, lo que provoca el horror? Esta posibilidad, relativamente común en nuestra sociedad y al mismo tiempo incómoda, es la razón de ser de Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011); una película que habla sin tapujos de la insatisfacción de una madre y que, repentinamente, culmina su relato con una áspera ración de pánico.

Sobre este último aspecto, poco podríamos decir sin destripar sin remedio esta producción británica protagonizada con solvencia por la siempre llamativa Tilda Swinton, secundada por Ezra Miller en el papel del Kevin adolescente. Conocer el destino de su enigmático personaje merece la pena, pero quizá el verdadero peso específico del guion de Ramsay (una adaptación de la novela homónima de Lionel Shriver), reposa en un arranque con tintes surrealistas que se va transformando en un nudo cosido al concepto de maternidad. Una realidad muy distinta a la que Eva esperaba.

Y es que su hijo, concebido por cierto tras una experiencia orgiástica en la Tomatina de Buñuel, es malo por naturaleza. Muy malo. En realidad, es la viva encarnación de la maldad. Y Eva, que debe ser su madre, decide hacer lo que se le supone: es paciente, cariñosa, comprensiva… Sin embargo, su hijo sigue siendo malvado y, a medida que crece, manipula todo su entorno para que sea ella quien parezca una mala madre. Le hace renunciar a su trabajo, a la vida que siempre había soñado llevar en la gran ciudad. Le hace renunciar a sí misma y condiciona toda su existencia hasta las últimas consecuencias. Toda una metáfora de la maternidad en pleno siglo XXI y, al mismo tiempo, una base sólida sobre la que aupar un giro de guion espeluznante.

Porque, cuando crece, Kevin parece adaptarse por fin al mundo: se convierte en un estudiante competente e incluso, en ocasiones, se acerca a su madre o su hermana pequeña en detrimento del padre al que siempre había mantenido engañado. Pero nosotros, la música y Ezra Miller nos lo dicen, sabemos que algo anda mal y que ese algo es ese maldito muchacho. Descubrir qué es, será tarea del espectador. Para entonces, muy probablemente convendrá con nosotros en que Ramsay ya ha logrado su objetivo: tenernos enganchados a la pantalla durante casi dos horas con una película de bajo presupuesto en la que se permite ciertas licencias artísticas cada vez menos comunes en los tiempos que corren. Para rematar, un final que no olvidarán. Definitivamente, Tenemos que hablar de Kevin es una película peculiar, pero en el mejor sentido de la expresión.

Víctor Muiña Fano
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