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Cinefórum XI – El baño del Papa

Una sola película dedicada a los problemas provocados por la visita de un Papa a Latinoamérica, no era suficiente para la cosecha cinematográfica de 2007. Algo o alguien debió pensar que era necesario un segundo proyecto, este cocinado en Uruguay, y sería divertido que el protagonista se llamase exactamente igual que el de Tropa de élite: Beto.

Pero, si el brasileño era un policía del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales), endurecido por la lucha contra el narcotráfico y la inseguridad de las favelas, el de la pequeña ciudad de Melo es un amable bagayero, un contrabandista que hace todos los días ciento veinte kilómetros con su vieja bicicleta para conseguir unos pesos con los que salir adelante. Su vida depende de cruzar la frontera sin que le quiten unas pocas pilas y bebidas que esconde en los paquetes de legumbres y mate que compra en Brasil y revende al otro lado de la frontera.

portada-el-bano-del-papaEl crimen, en pequeño, y sus alrededores, son muy diferentes a los reflejados por la cinta brasileña de José Padilha. Porque, aunque organizado, las pequeñas faltas del Beto uruguayo y su amigo el Negro son tan justificadas como entrañables: echando carreras por interminables llanuras para divertirse mientras recogen la mercancía, hacen además un servicio a sus vecinos, incluido el tartamudo que regenta el bar donde gastan sus ahorros por las tardes. Una imagen que, sin llegar a ser idílica, dista mucho de la constante tensión de la vida de Beto Nascimento en Río de Janeiro. De hecho, la tendinitis y los problemas con la policía corrupta del primero, tienen poco que ver con la inminente paternidad y la búsqueda de un sucesor del segundo. Sólo un aspecto les une: los problemas que les provoca Juan Pablo II.

Porque ese es también el punto de partida de la cinta escrita y filmada a cuatro manos por los uruguayos César Charlone y Enrique Fernández, que se decantaron por una historia pequeña (chiquita, que dirían en el subcontinente), porque fue para lo que les alcanzó el presupuesto y, posiblemente, era lo que demandaba su intento de explicar lo que pudo significar para una pequeña comunidad uruguaya la visita del Sumo Pontífice. El pobre Beto logra estresarse tanto como su tocayo brasileño, a pesar de que su principal problema radica en conseguir un retrete que alquilar a los fieles, algo bastante alejado del intento de pacificación de un gueto lleno de armas. El resultado no deja de ser otra radiografía de una de las pequeñas partes que forman la osamenta que llamamos Sudamérica, ese mundo entero al que le presentaron a su Dios cuando lo descubrieron a la fuerza, y que por eso debe engalanarse cuando le visita el Santo Padre.

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