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El seriéfilo: diciembre de 2014

Es curioso el comportamiento seriéfilo: lo que en el mes de noviembre me parecía una aberración (series que se cogían vacaciones sin avisar y dejaban el panorama catódico cual desierto del Gobi), en diciembre lo veo como una bendición. Porque sí, los síntomas son los mismos: las pocas series que quedan en antena se despiden hasta bien entrado el nuevo año, mientras que otras se enzarzan en lamentables capítulos especiales de Navidad. Al final te encuentras con que, en las dos últimas semanas del año, eres afortunado si tienes un capítulo diario que llevarte a los ojos. Pero claro, con un mes lleno de fiestas, eventos sociales (sí, amigos, intento reducir al mínimo estas ocasiones, absolutas pérdidas de tiempo, pero por alguna extraña razón al resto de mortales les parecen necesarias e incluso pueden llegar a sentirse ofendidos si osas insinuar que no está entre tus prioridades asistir a tales chorradas, ¿os lo podéis creer?), comilonas (estas no las rehuyo, sino más bien todo lo contrario) y vacaciones (también tengo derecho a desconectar de vez en cuando), es imposible seguir el ritmo habitual de visionados. Hay que admitir que, al final, este bajón de actividad se agradece.

A pesar de todo ello, he tenido tiempo para ver alguna que otra miniserie que tenía pendiente y que ha conseguido dejarme un muy  buen sabor de boca. Con la primera no había fallo posible, pues era inglesa. Happy Valley (BBC) narra durante seis capítulos las andanzas de Catherine Cawood, sargento de policía que además es abuela, madre, hermana y amante, en el difícil momento de  la puesta en libertad del violador de su hija. Una trama que hilvana perfectamente los devenires personales con los profesionales y que mantiene el interés del espectador al crear personajes y situaciones interesantes en las dos caras de esa moneda de uso corriente que es la ley. Posiblemente, una de las mejores miniseries del año y un gran trabajo de la actriz protagonista Sarah Lancashire.

Klondike (Discovery Channel) no es inglesa, pero juega la baza de contar con el malogrado Robb Stark (Richard Madden) de Juego de Tronos como protagonista. Hasta la música de cabecera nos recuerda a la exitosa producción de HBO. Por suerte, las similitudes se acaban ahí: no es este un producto que trate de aprovecharse de los éxitos ajenos. La serie brilla por sí misma, mezclando aventura y acción durante la fiebre del oro a finales del siglo XIX en las inhóspitas tierras del Yukón. Por ponerle un pero, la larga duración de cada uno de sus tres capítulos (90 minutos) que hacen algún momento (sobre todo en el primer capítulo) bastante tedioso; más allá de eso, con giros ágiles de guion y escenas de acción bien dosificadas, logra que el resto del metraje no provoque sopor alguno.

No sé si se quedará en miniserie o sus productores se aventurarán en una segunda temporada, ya que el final de Ascension (Syfy) es muy abierto, pero estos tres primeros episodios también me han parecido bastante interesantes. Como si de una cebolla se tratase, parte de un asesinato en una nave espacial bastante peculiar, para poco a poco ir desvelando el resto de capas de una historia mayor y más retorcida, que no dejará de crecer hasta el último capítulo. Dicho esto, una vez descubiertas todas las cartas no creo que una segunda temporada logre mantener el interés de la trama.

Uno de los capítulos más esperados de estas fechas (y a pesar de ello no defraudó en absoluto) fue el especial de Navidad de Black Mirror (Channel4) con la mejor entrega de la serie hasta la fecha en mi humilde opinión. En él, varias tramas que conviven dentro de la historia principal confluyen al final de una manera soberbia. Además, el capítulo cuenta con la genial actuación de Jon Hamm (que lleva el peso narrativo del capítulo) y la aparición estelar de Oona Chaplin, una de mis debilidades personales desde Dates (Channel4).

Por seguir con el ambiente navideño más british, destacaré los dos últimos capítulos de The Fall (BBC Two) que, con un in crescendo portentoso, dotan de un magnífico cierre a la temporada y, en principio, a una más que notable serie.

Pero como no todo puede ser bueno, también se consumó este mes el gran bluff del año, que ya os avancé el mes pasado. Lo tenía todo para triunfar: un reparto con actores de renombre, una producción sólida, una interesante y novedosa puesta en escena (contar la misma historia desde dos puntos de vista en el mismo capítulo)… Pero aun así, batacazo seriéfilo. El problema de The Affair (Showtime) siempre fue la historia. Cuando lo que se quiere contar tiene menos fundamento que un plato de Arguiñano sin perejil, la cosa tiene poco arreglo. Algo parecido le pasa a esta serie en la que, como su propio nombre indica, se cuentan las peripecias de un tío casado y con cuatro hijos, que tiene una aventura de verano con una camarera y… ¡nada más! Que, vale, sí, si eres fan del género corintelladesco puede que esto sea suficiente para ti, pero diez horas para contar básicamente lo que acabo de explicar es algo infumable. Y, es más, creo que los guionistas lo sabían porque meten a calzador el McGuffin de un asesinato para dar un poco de chicha, al mismo tiempo que se sacan de la chistera otros negocios de la familia de Allison. En fin, lo mejor de la temporada, los diez primeros minutos del último episodio que, por supuesto, no tienen nada que ver con la historia en sí y que no maquillan en absoluto el cómputo global.

Otra serie de la que esperaba más es The Librarians (TNT), pero en esta ocasión tengo que reconocer que es culpa mía. Me quise imaginar una especie de aventuras a lo Indiana Jones, mezcladas con magia, y el resultado es bastante más pobre que lo creado por mi perturbada mente. Las historias parecen más enfocadas a un público infantil (tienen un humor totalmente blanco) y contrastan con escenas de acción y violencia que, lamentablemente, tienen un acabado bastante deficiente, en las que se pone de manifiesto la falta de presupuesto. Aunque quizás lo que más le hace perder enteros es esa indefinición sobre el público al que va dirigido, que impide que tanto jóvenes como adultos logren identificarse con los personajes y con las historias. Los protagonistas que, en principio, son genios cada uno de su materia, están totalmente desaprovechados, sin química entre ellos y forzando bromas torpes con frases de guion poco afortunadas. Mejor hubiese sido que echasen un vistazo al tratamiento que se hace de personajes superdotados en la serie Scorpion (CBS), donde exprimen esa condición para crear empatía con el público y, a la vez, aprovechan sus carencias emocionales para provocar situaciones cómicas nada forzadas que le dan un plus entrañable a la serie.

Pero, en fin, para no acabar el año de forma tan negativa, daré un par de apuntes sobre series que me sorprendieron para bien (que haberlas hubo y bastantes). Primero, hacer referencia al final de la cuarta temporada de Homeland (Showtime) que, a pesar de un último episodio muy light y algo aburrido, no empaña una campaña sobresaliente que consiguió reinventar y resucitar la franquicia. Y, finalmente, una recomendación: ojo a los chicos de Amazon Studios, que le están cogiendo el punto a los «dramedias» o «comedramas» o comoquiera que los llamen. Después de sorprender con Transparent (de la que algo se comentó el mes pasado), se han sacado de la manga Mozart in the Jungle que, repitiendo la fórmula de capítulos cortos (no llegan a la media hora) y la receta de drama aderezado con unas gotitas de humor, funciona de nuevo cual metrónomo, en esta ocasión contándonos la historia de una joven que trata de sobrevivir en la ciudad de Nueva York. En esta ocasión las pelucas y el maquillaje son sustituidos por instrumentos y conciertos de música clásica. Así, la serie hace las delicias de los melómanos, aunque continúa funcionando perfectamente también para el público en general.

Y ahora sí, sin más que añadir, me retiro a comer polvorones escondido en mi guarida. A ver si es posible que me dejen tranquilo y sin compromisos sociales, para poder acabar mi lista de lo mejor de este año seriéfilo 2014.

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