NELINTRE
Cine y TV

«El triángulo de la tristeza»: no tan isósceles

Dos amigas conversan en una cafetería. La de la izquierda mueve compulsivamente la cucharilla de su té y levanta la mirada. Tras realizar una pausa, cuasi dramática, explica su duda existencial: no sé si él me gusta o, simplemente, me da asco. La fina línea del cortejo, bordeando los límites del romanticismo más estoico y el rechazo más primitivo. 

Algo parecido ocurre con los personajes ideados por Ruben Östlund en El triángulo de la tristeza (2022). Te violenta encontrártelos en el ascensor y al mismo tiempo te suscitan tanta compasión y ternura como un perro mojado haciendo un cameo en Love ActuallyÖstund tiene un don, es un profesional de la humillación y vapulea a sus personajes como nadie. La carcajada está asegurada. En esta época que nos ha tocado vivir, de buenismos desmesurados, alguien nos debería recordar que somos tan adorables como cretinos y patanes.

En el mundo de la estética, El triángulo de la tristeza es ese ceño fruncido que el botox debe congelar. Harris Dickinson interpreta a Carl, un modelo caucásico, metro ochenta y tres de manual, al que le recomiendan entre dientes perder su expresión de la mano de la toxina. El modelo, relegado a segunda fila, comparte su tiempo con su pareja, Yaya, de profesión influencer. Ella congela cada momento de su vida a golpe de vergüenza ajena. 

La película, dividida en tres partes, nos recuerda que hay segundas partes que sí son buenas y terceras que son prescindibles (ya hemos leído El señor de las moscas o hemos visto Lost). El primer acto lo dedica a presentar a los personajes recurriendo a la excusa de la mesa y una conversación banal para calibrar si la relación de los modelos es más o menos sana y con sentido. En el segundo Yaya y Carl son invitados a un crucero de lujo, con todo lo que eso implica: la miniciudad, los camarotes excesivos para los ricos y las habitaciones minúsculas para el malllamado servicio. Dosis de madera barnizada, sofás de piel y opulencia. Esperando siempre la gran cena de gala del capitán. Recuerda, no hay nada más hortera que no saber ser rico.

No son los únicos de la naviera. En un momento de la película un ruso capitalista y un estadounidense marxista deben mantener el barco a flote. A ver quién lleva el timón… La genialidad del director sueco es que coloca a los personajes en una liturgia majestuosa, rozando lo Sorrentino para después mortificarlos al son de la música (ya lo hizo en The Square). Y es verdad que, en ocasiones, en esta vida se estigmatiza al que tiene dinero, pero ojo, no se trata de castigarlo ni envidiar al que tiene más. Eso sí, si eres rico tienes que ser justo y ser menos gilipollas. O al menos igualar a un gilipollas de clase media.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba