Entre el juego y el destino. El tarot en el arte
¿Hay algo más determinista que el juego, con sus reglas, principios e instrucciones? ¿Hay algo más azaroso que el destino, cuyas normas (si es que existen) desconocemos absolutamente? Los hilos con los que manejamos nuestra vida (o con los que somos manejados) nos llevan de cabeza desde hace siglos, y con ellos la humanidad ha tejido toda una serie de construcciones filosóficas, religiosas e incluso lúdicas de lo más variado y apasionante, en el intento de tejer una explicación plausible y soportable de nuestra posición en el mundo.
Sin meterme en el inabarcable jardín de lo religioso, hay un segmento entre la superstición, el misterio y el arte con el que me he topado hace poco por ciertas lecturas recientes. Esta historia comienza en la época renacentista, donde la tríada fortuna-amor-muerte adquiere gran importancia en todas las manifestaciones artísticas y literarias (además de las propiamente vitales). Esas tres cartas que están presentes en toda vida humana influyen, lo queramos o no, en el rumbo de nuestra existencia. La suerte y el amor son mudables, mientras que la muerte es un fin cierto y siempre acecha. La fortuna es caprichosa y la forma de su rueda nos recuerda que puede cambiar con un simple giro, pero si dirigimos el timón de nuestra voluntad correctamente tendremos mayores oportunidades de que nuestro hado sea más favorable. Con el objeto de orientarnos un poco en la difícil tarea de vivir se ha utilizado tradicionalmente el recurso a la alegoría como instrumento, tanto en la literatura como en otras artes, para mostrarnos un significado más allá de la mera literalidad. Esta figura nos ayudaría a comprender mejor la medida de los actos y sus consecuencias. La alegoría y la fábula tienen algo de juego, en cuanto que nos invita a recrear un pensamiento o situación desde una aproximación más creativa que la explicación literal, monda y lironda. Precisamente como juego y método de aprendizaje memorístico y moral, las cortes renacentistas utilizaron ciertas barajas de naipes con figuras que representaban valores, virtudes, vicios o debilidades, jerarquía de poderes, caminos, obstáculos, los astros y el destino. Utilizadas originariamente como un entretenimiento de cartas en la corte del Renacimiento se transformaron a lo largo de los siglos siguientes en una herramienta de adivinación. Me refiero claramente al tarot, un método que trata de construir un significado sobre el azar, como hacemos nosotros con la vida misma.
El término tarot deriva, curiosamente y según parece, de los Trionfi de Petrarca. En estos versos, el autor narra los sucesivos triunfos del Amor, la Castidad, la Muerte, la Fama, el Tiempo y la Eternidad como valores en el camino vital de los hombres. Estos trionfi son traspasados luego en la baraja del tarot con la forma y denominación de Arcanos mayores. La primera referencia escrita sobre la existencia del tarot (aún sin el marcado significado esotérico y supersticioso posterior) data de 1443 en Ferrara. El más famoso y antiguo es el llamado Tarot Visconti-Sforza. Cobra tal nombre debido a la presencia, en algunas de sus cartas, de la heráldica de esta casa milanesa (Visconti) así como de la familia Sforza (según parece se realizaron por encargo de ellos), y están bellamente decorados. De hecho, se conservan como piezas artísticas tres mazos de cartas en cantidad desigual (incompletos) que se hallan repartidos en diferentes colecciones: la Pierpont-Morgan Bergamo (atribuido al artista Bonifacio Bembo, se halla en Nueva York), la colección Cary-Yale-Visconti (cuya autoría también se atribuye a Bembo y se halla en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale), y la llamada Brera- Brambilla (depositado en la Pinacoteca de Brera desde 1971). Hermosísimos cuadros en miniatura con el resplandor del oro en su fondo. Pero los elementos representados en ellos y su misterioso poder continúan aflorando en años muy posteriores y hasta la actualidad. Así, por ejemplo, en la obra de la pintora Remedios Varo. Remedios no esconde su interés por el mundo del ocultismo, la magia, lo esotérico (ella misma lo señala en el comentario de sus obras) a la hora de elegir los motivos pictóricos y simbólicos, muchos de ellos coincidentes con las figuras del tarot: la estrella de seis puntas, la torre, el mago, el carro, la luna, la rueda… La rueda se vincula a la alquimia y se asocia, además de a la fortuna, al viaje o camino de conocimiento, al proceso transformador hacia una meta superior. Es un elemento tratado también por el artista Ramón Pérez Carrió en su exposición Les rodes de la memòria, 2018).
Varo había bebido de las fuentes surrealistas y subido hasta sus estrellas. Y en el cosmos de este credo surgió un nuevo y flamante juego de cartas al que sus creadores llamaron Le Jeu de Marseille. Los diseñadores de esta baraja fueron Victor Brauner, André Breton, Oscar Domínguez, Max Ernst, Jacques Hérold, Wilfredo Lam, Jacquelina Lamba y André Masson. Se destronaba a reyes y reinas, se sustituían por genios y literatos (Baudelaire, Paracelso, Novalis…), sirenas y magos. Los palos principales cambiaron su simbolismo: el amor quedó representado por una llama, los sueños, por una estrella negra, la revolución, por una rueda ensangrentada, y el conocimiento, por el ojo de una cerradura. Una verdadera joya. Reinterpretaciones posteriores han tenido lugar con artistas como Laura Boj (El tarot maravilloso, 2015), o Tarot, de Pepe Miñarro (2019).
Al tarot podemos preguntarle cualquier cosa, y ponerle tanta o tan poca fe como al resto de enigmas de la vida. Por suerte, el arte siempre nos dará una respuesta a la que aferrarnos.
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