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Entre el olvido y la memoria: una pequeña historia de la Banca

Decía Mario Benedetti, allá por el año 1995, que «el olvido está lleno de memoria»; muchos años antes, los bancos, que por desgracia hablan más de interés que de poesía, acuñaban el reverso oscuro del verso: «la memoria está llena de olvido». Y es que en este mundo monetarizado todo tiene su porqué, aunque el tiempo y los medios, convertidos en armas de destrucción masiva de la memoria, nos hayan hecho olvidar. Y es que hay cosas, como la historia de la Banca, que no interesa recordar.

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De aquellos polvos, estos lodos

Lo primero que deberíamos recordar es cómo los orfebres, allá por el siglo XV, alimentaron su avaricia a costa de la pereza ajena y alumbraron, creando una simbiosis de dos pecados capitales, la Banca. Los orfebres disponían de fuertes medidas de seguridad para resguardar los metales preciosos que utilizaban como materias primas en su trabajo, por lo que la gente recurrió a ellos para proteger sus monedas de oro y plata. Económicamente, esta fue una decisión racional: era más barato pagar una pequeña comisión a alguien para proteger tu oro que comprar una caja fuerte que, para más inri, permanecería casi vacía la mayor parte del tiempo. A cambio, el orfebre les entregaría un resguardo donde precisaba la cantidad de oro que habían depositado; una cantidad que obviamente podrían retirar en el momento que deseasen, previa presentación de dicho recibo. Sin embargo, esta transacción incluye un tercer elemento, que no aparece detallado en ningún escrito, y que es mas valioso que el oro y cualquier papel firmado: la confianza, la confianza diferida, la confianza de que en un futuro más próximo o más lejano se va a devolver el dinero. Y es aquí donde ganó la banca: una vez entregada la confianza, la humanidad estaba en sus manos.

Y es que la avaricia, por definición, es más rápida y constante que la pereza, y mientras los primeros clientes de la Banca se dedicaban a utilizar aquellos papeles firmados por el orfebre para pagar las compras en el mercado, porque era más cómodo que llevar el oro encima, la avaricia se esforzó en explotar aquella confianza que le habían entregado. Quería exprimirla y obtener de ella el máximo beneficio. Primero, abrió grandes, seguras y lujosas oficinas en los mejores locales de la ciudad, para así aumentar la seguridad. Después de todo, pensó el mundo, si tienen esas majestuosas oficinas con sus enormes cajas fuertes, es porque tienen mucho oro y a buen recaudo; no tendré problema en hacer efectivo mi recibo firmado.

detalle-de-banqueros-por-geriniA partir de ese momento, la Banca se dedicó a cultivar el mundo de las apariencias, convencida de que era la mejor forma de doblegar esa confianza perezosa de la gente, hasta convertirla en confianza ciega. Las apariencias siempre han sido igual de importantes y, para aprender a manejarlas, la Banca solo tuvo que girar sus ojos hacia la Iglesia, que durante siglos se había dedicado a adoctrinar a la analfabeta población a través del arte. La formula era sencilla: lo bello es bueno y lo feo es malo; por eso nunca se vería una oficina bancaria sucia o descuidada, ni un empleado de banca desaliñado. Podría parecer increíble, sobre todo en aquellos años de finales de la Baja Edad Media, que alguien pudiese confiar todos sus ahorros a un ente incorpóreo con cientos de miles de rostros y la capacidad de desvanecerse de la noche a la mañana sin explicación alguna. Nadie era tan tonto e iletrado; pero, todo pecado tiene asociado una virtud, y la de la avaricia es la paciencia. La Banca no necesitaba una epifanía general e inmediata, ni una entrega incondicional fulminante. Su plan, cocinado a fuego lento, no lo verían triunfar sus ojos. Ni los de sus hijos. Ni siquiera sus nietos, pero, aun así, en un futuro muy, muy lejano, dominarían el mundo.

Y así ha sido. Hoy en día ingresamos nuestros ahorros alegremente en oficinas de sillas calientes, donde los empleados vienen y van como en una estación de autobuses; acatamos sin rechistar el cierre de oficinas y solo necesitamos un mísero anuncio en la tele que nos prometa un (también mísero) 1% más de rentabilidad para que confiemos en un banco sin oficinas, sin dinero, sin rostro. Tan solo un hilo de voz al otro lado del teléfono. El recuerdo está lleno de olvido y la banca se ha encargado de que olvidemos por qué nuestros antepasados, mucho más lúcidos que nosotros en una época mucho más oscura, buscaban gente de su confianza, tangible, para entregarles sus monedas de oro.

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El gran timo de la estampita

Otro gran descubrimiento de los orfebres basado en la observación, fue comprobar que, aunque la gente retirase cantidades diarias de oro, siempre contaban dejaban un remanente en sus cajas fuertes. Por ello, para aumentar sus beneficios, probaron a prestar ese dinero sobrante. Es decir, empezaron a sacar réditos de la confianza que la gente les había entregado, prestando por un módico precio aquellos recibos firmados por ellos mismos y que servían para comprar cosas, porque estaban respaldados por el oro depositado en sus cámaras de seguridad. Era una forma de ganar dinero muy ética, legal, saludable y beneficiosa para el comercio en general, si no fuese por una pequeña nimiedad: aquel dinero no existía.

Esto ocurrió hace ya más de cinco siglos y, por tanto, la sociedad ha evolucionado mucho desde entonces, pero los gobernantes actuales encaran esta situación de la misma manera que los reyes del siglo XVI: ellos defendieron y potenciaron la tradicional confianza en la Banca, porque si esta desaparecía y sus clientes hubieran acudido a su banco para recuperar sus metales preciosos, solo unos pocos podrían haberlo hecho. De hecho, el principal cambio que han introdujeron tuvo lugar cuando decidieron eliminar definitivamente el factor oro de la ecuación: sería mejor emitir papeles de colores respaldados por nada en absoluto, y así no habría que preocuparse ni siquiera de recaudar oro para después imprimir billetes. Así, los gobernantes y la Banca podrían darle a la máquina de hacer dinero en función de sus necesidades. Y aun así, a pesar de que los papeles de colores no valen en realidad nada, tampoco hay suficientes para todos. ¿Recordáis al gobierno de España tranquilizando al país para que no hubiese retirada masiva de fondos en los bancos? ¿Os suenan rumores de cajas de ahorros quebradas y masas de gente acudiendo a sacar su dinero? No hace falta retrotraerse demasiado tiempo para revivirlo, ni siquiera diez años, y no es el único ejemplo reciente de un fenómeno semejante.

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Refrescando la memoria

No hace tanto tiempo, se produjo un retroceso de la producción industrial; una quiebra de la actividad financiera y del comercio internacional; un incremento bestial del paro, una ruina generalizada de los inversores, ahorradores y asalariados, un empobrecimiento de las clases medias y populares y un aumento de la mendicidad, los sin techo y el hambre… Puede que estén pensando en 2008 y lo cierto es que no se equivocan, pero llama la atención la efectividad con la que la mano invisible se ha encargado de borrar de nuestra memoria la crisis de 1929, la conocida como Gran Depresión de los años 30, que desembocó finalmente en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo algo que produjo tanto dolor y sufrimiento hace menos de cien años se ha vuelto a repetir? ¿Acaso no conocíamos la historia para evitar que volviese a ese punto de no retorno? ¿Por qué hemos olvidado las políticas que pusieron solución a una situación tan dramática?

Franklin Delano RooseveltAlguien malintencionado podría pensar que, quizá, a ese 1% tan rico no le va tan mal cuando estas cosas ocurren; quizá ese 1% compra con unas pocas migajas a políticos, periodistas y creadores de opinión porque no les interesa que se recuerden algunas lecciones de la historia. Lecciones como la Ley Glass Steagall, una de las principales medidas tomadas por el gobierno de los EEUU tras el crack bursátil y que identificaba los excesos bancarios como uno de los principales culpables de la crisis, y que introdujo una serie de reformas bancarias para controlar la especulación. Entre ellas destacaba la separación de la banca de depósitos y la banca de inversión. Es decir, la división de la banca que concede préstamos y guarda los depósitos de las personas y la que invierte esos depósitos y créditos en los mercados, en productos más complejos que pueden ofrecer una mayor rentabilidad pero, lógicamente, tienen más riesgo. La frase «prefiero rescatar a los que producen alimentos que a los que producen miseria» no es de un radical de extrema izquierda, ni de un populista antisistema, sino del presidente de los EE.UU., Franklin D. Roosvelt, único en la historia en ganar cuatro elecciones presidenciales en esa nación.

Todavía hoy vemos a miles de afectados por las prácticas bancarias a las puertas de los juzgados y los principales bancos de España; aún estamos pagando el timo a escala nacional que supuso la salida a Bolsa de Bankia. Buena parte de todo este sufrimiento se podría haber evitado manteniendo una ley como la ley Glass Steagall, aprobada originalmente en 1933, hace más ochenta años. Pero ¿qué ocurrió con aquella ley? Fue derogada en 1999, en pleno mandato del presidente demócrata Bill Clinton. Solo nueve años más tarde, se desató la crisis más brutal que hayamos vivido, replicando las consecuencias de la vivida en los años 30. Ningún gobierno de los llamados países desarrollados, en todo este tiempo, ha tomado medidas para controlar la Banca; al contrario, la mayoría han utilizado miles de millones de dinero público para salvar a aquellos que han hecho temblar los cimientos del capitalismo. Es decir, las entidades no solo han arruinado a millones de personas, sino que esas mismas personas, a través de sus impuestos y recortes de derechos, están pagando su rescate.

bring-back-glass-steagallLa gente sale a protestar a las calles y, con suerte, solo recibe silencio mediático; otros, son considerados prácticamente unos criminales por parte de las plumas a sueldo. Ahora, aunque el murmullo de la confianza quebrándose se ha convertido en un clamor, nos damos cuenta de que los tentáculos de la banca han tenido demasiado tiempo para expandirse por todos lados: en la política, en los medios de comunicación, en las universidades… creando una tupida red específicamente diseñada para mantener el control y evitar que descubramos cómo eran las cosas antes de que impusieran el neoliberalismo como doctrina única; antes de que empezaran a repetir constantemente una mentira que han acabado convirtiendo en verdad incuestionable. Solo cabe luchar contra nuestra propia pereza, contra nuestro impulso de confiar nuevamente en las instituciones y las entidades, para poder decir, de nuevo, como dijo el poeta, que «el olvido esta lleno de memoria».

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