«Panza de burro»: un canto a la libertad del lenguaje
«La guagua es la guagua» contesta la protagonista de Panza de burro (Andrea Abreu, Editorial Barret; 2020) cuando una niña madrileña le dice, entre risas, que la guagua es el bus. Una niña que reproduce lo que aprende en su entorno: cómo se debe hablar, cómo no; que guagua es una palabra para denominar un autobús, pero su verdadero nombre, el español, castellano y correcto, es autobús. Un clima de formalismos, acentos neutros y lecciones lingüísticas marcadas a fuego, que chocan con muchas realidades del país.
Panza de burro es la novela de la periodista y escritora tinerfeña Andrea Abreu (1995). Ha sido uno de los libros que más polémica ha generado en el último año por la total libertad con la que la autora se enfrenta al lenguaje, convirtiéndolo en otro personaje más de la historia. Tanto es así, que el empleo de la lengua resulta crucial para sumergirse en el mundo que rodea a las dos niñas protagonistas, situadas en un pueblo del norte de Tenerife. La novela está narrada a través de una niña de once años que nos cuenta lo que sucede en su día a día y, sobre todo, la relación de amistad forjada a fuego que mantiene con una chica llamada Isora. La autora consigue adentrarnos en la cabeza de la protagonista sin nombre, fluyendo por sus pensamientos que salen a borbotones, como la lava de un volcán en erupción, como la mente de una chica de once años que ya no es una cría, pero tampoco una adolescente, y permanece en ese limbo que es la pubertad.
Sin filtros ni ataduras, sí con frescura, espontaneidad y lirismo, Andrea Abreu consigue impregnar oralidad a su novela, gracias al uso de coloquialismos, localismos, palabras escritas tal como las pronuncian los personajes (sisá por zigzag), términos anglosajones como shit o méssinye (messenger), e, incluso, capítulos enteros en los que no hay ni un solo signo de puntuación:
«[…] isora decía que en el monte había brujas que hablaban de la madre isora hablaba sola a veces a veces dormía con los ojos abiertos y me insultaba en sueños a veces nos veíamos dormidas a las tres de la mañana por fuera de la venta y éramos fantasmas que se tocaban los huesos debajo de la luna Isora parecía una oreja de burro […]».
Abreu ha sido criticada tanto por la plasticidad de su escritura, como por no aclarar el significado de los términos canarias en un glosario. La escritora defiende la elección de no incluirlo, puesto que quería dejar que la lectura fluyera, sin interrupciones. Hay muchas palabras que pueden entenderse por su contexto, sin tener que detener la lectura para ir corriendo a buscar el significado. Abreu suele citar a Julio Cortázar y Rita Indiana como ejemplos perfectos de una escritura en la que prima la fluidez, que no necesita incorporar anexos aclaratorios. En las obras del escritor argentino encontramos ejemplos en los que intercala el porteño con el francés y el inglés. Por su parte, la escritora y cantante Rita Indiana emplea coloquialismos y jerga de la República Dominicana en La trilogía de las niñas olvidadas.
La autora de Panza de burro ha declarado en varias ocasiones que su escritura no intenta representar el canario que habla cada habitante de las islas, un canario genérico, ni siquiera el habla de Tenerife, sino que rescata el acento canario con el que se crio en el barrio de los Piquetes, situado en Icod de los Vinos, y con el que convivió durante su infancia y juventud. También ha reiterado su intento de ser lo más fiel posible a la forma de hablar de su familia y su entorno a principios del 2000, dejando claro que el lenguaje que aparece en la novela está acotado en un marco espacio-temporal concreto.
Lo tradicional y académico existe y seguirá existiendo. Siempre se harán obras dentro de las reglas que hemos aprendido desde pequeños, pero la experimentación de nuevas formas de expresión es un ejercicio que enriquece nuestra cultura. La lengua es cambiante y, por ello, es necesario empaparse de nuestro alrededor para romper los esquemas de los lectores. Leer obras que, aunque nos incomoden o nos diviertan, nos perturben o nos fascinen, busquen, al menos, ponernos a prueba.
Panza de burro se ha convertido en algo más que en la novela revelación del año pasado. Ha supuesto un canto de reivindicación de lo autóctono y lo puro, de todo aquello que se ha quedado al margen de los cánones, tanto en materia lingüística como social. Una narrativa transgresora que sitúa las raíces en un primer plano, con el empeño de que la guagua siga siendo, sin glosarios de por medio, la guagua.
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Un libro muy prescindible y bastante absurdo. Que pena no poder recuperar el tiempo que perdí leyéndolo.
En cambio, buscar críticas al libro, entrar en una de ellas y decir que no te gustó… es un tiempo muy bien invertido y que no te importa no recuperar 🙃