Paula Corroto: «Vivimos una época reaccionaria que fomenta el miedo en las mujeres»
Paula Corroto es una de las periodistas más agudas de la realidad española. No escribe de política sino de cultura, esa hermana pobre de las páginas de los periódicos donde, sin embargo, a veces uno se puede encontrar con descripciones y reflexiones más certeras de la actualidad que en las secciones supuestamente nobles del diario. Pasa con la novela negra, por ejemplo, género antes denostado y ahora de moda porque, precisamente, nos sirve para comprender mejor el mundo que vivimos. Paula Corroto ha leído mucha novela negra y a partir de ese conocimiento ha sido capaz de reconstruir la historia reciente de lo que antes llamaríamos la España negra. El crimen mediático (Foca, 2019) es el título de esta puerta de entrada en el lado oscuro de una sociedad con una inevitable sed de mal.
«La historia de un país se puede contar a través de sus crímenes». Esta es una frase de Jesús Duva que haces tuya. ¿Este es un libro de historias o de cómo contamos las historias?
Es un libro de las dos cosas. Retrata cuatro casos que se han producido en los últimos diez años, con lo cual se hace una panorámica histórica de nuestro país desde el caso de Marta del Castillo, que sucede en 2009, hasta el de Gabriel Cruz, que ocurre en febrero de 2018. A lo largo de estos cuatro crímenes, y tal cómo se contaron, se puede ver la evolución y los cambios que ha habido en este país. Por un lado, en los medios de comunicación, con la aparición de Internet (cada vez leemos más los medios a través de sus páginas web) y de las redes sociales (que no disfrutaban entonces de la misma ebullición que hoy). Y por otro lado, en la política, donde hubo cambios políticos que produjeron alteraciones en el código penal hacia un endurecimiento de las penas. Con lo cual creo que es un libro de historias sobre los crímenes, pero también sobre la historia más reciente de nuestro país.
¿Y lo que nos fascina son los sucesos en sí o las noticias de sucesos? Te pongo un ejemplo, quizá un poco controvertido: los asesinatos de violencia machista no se consideran necesariamente sucesos (por ejemplo, en TVE no los consideran así) y sin embargo no generan la misma fascinación.
Claro, es que los crímenes de violencia machista de alguna manera están politizados, en el buen sentido de la palabra. Es decir, tienen unas connotaciones que van mucho más allá de lo que puede ser el asesinato puntual de una determinada víctima: cómo tienen que ser considerados dentro de la ley de violencia de género, que significa esta ley, cómo se desarrolló la violencia de género y si es un problema atávico o no del país, etcétera.
En cuanto a si nos fascina el suceso o la noticia, yo creo que nos fascinan las dos cosas. El suceso nos ha fascinado siempre en la historia de la humanidad, porque sucede algo que se sale de la norma, es decir un crimen, que rompe las normas sociales y de convivencia y es motivo de conversación entre amigos, en las comunidades de vecinos, en los pueblos. Y cómo se cuenta el suceso también nos fascina, porque es una narrativa con una serie de ingredientes como la víctima, el culpable o el misterio del crimen, que son los que no dejan de estar en la novela negra, en los thrillers y detrás de muchas series true crime que hay ahora en las plataformas digitales, con lo cual vamos leyendo el suceso como si fuera esa historia que cada día nos trae un capítulo y su cliffhanger.
De los cuatro casos con los que trabajas en el libro, tres claramente tienen un misterio y una gran incógnita, porque desaparecen las víctimas o no se las encuentra, y sin embargo en el caso de Bretón no es tan misterioso, aparentemente.
Sí, son un poco diferentes. El de Bretón es el que se diferencia un poco de los otros tres, porque evidentemente en esos hay una desaparición y pasa un tiempo hasta que se consigue saber quién ha matado a estas personas, y eso es lo que mantiene el interés durante ese tiempo. En el de Bretón el día que ocurre la desaparición y la denuncia el padre, la Guardia Civil ya sabía que ahí pasaba algo con él; sin embargo, la Guardia Civil va ese mismo día a la finca, a las Quemadillas, descubre la hoguera, la pila y una serie de huesos y los manda inmediatamente a analizar, pero la perito se equivoca. Si ese día hubiera dicho que eran restos humanos, el caso se hubiera acabado. Habría tenido su interés, porque obviamente es un crimen bastante execrable, pero a los pocos días se habría diluido. Pero como se dijo que no eran restos humanos se mantuvo el interés y lo convirtió en un caso bastante mediático. De todas maneras, casi todos los crímenes tienen una parte mediática porque el autor tiene cierta suerte en determinado momento. Con Bretón sucedió eso.
Estos cuatro casos tienen en común el hecho de que, efectivamente, se conoce al autor, pero también, y sobre todo, a sus víctimas, que son niños o chicas jóvenes, el perfil de la víctima vulnerable…
Sí. Hay una serie de sesgos humanos que hacen que unos casos tengan mayor interés y sean, obviamente, más mediáticos. Esto los norteamericanos lo tienen bastante estudiado con el tema de las chicas: ellos lo llaman el síndrome de la mujer blanca desaparecida (Missing White Woman Syndrome, MWWS), introduciendo el elemento de raza que nosotros en España no lo tenemos al no haber tantas diferencias raciales en el país. Así, nuestro interés crece cuando es una chica adolescente o joven, en la veintena; si pertenece a una familia estructurada, sana, de clase media o alta, porque nos llama mucho más la atención al no entender que pueda suceder algo grave en ese entorno; y luego además está el hecho de la agresión sexual, que es lo que pensamos que le puede haber pasado y que nos produce también un horror y cierto afán de justicia y de venganza, incluso, contra el hombre que lo haya podido cometer. Y luego está el caso de los niños, que obviamente son la víctima más vulnerable, incluso por biología de protección de nuestra especie: sin niños no hay nosotros.
Entrando en la parte de la narración, en cómo se cuenta: ¿se recurre en todas estas historias a ciertos arquetipos para que nos resulte más digerible y atractivo?
Todos estos casos tienen una serie de elementos que forman parte de mitos atávicos, que conocemos desde los cuentos. Podemos pensar en Gabriel Cruz como Pulgarcito, el niño que se pierde y el que la ha podido pasar algo; las mujeres pueden identificarse con esa Caperucita que se pierde en el bosque y que es raptada por el lobo; y el caso de Bretón con el de los niños de Hansel y Gretel. Son una serie de elementos inconscientes pero que de alguna manera podemos entender, porque el ser humano está siempre intentando encontrar motivos y estructurar lo impensable.
Por eso recurrimos a esta serie de mitos tan interiorizados en nuestras cabezas: son un intento de comprender por qué ha sucedido algo que, a todas luces, es incomprensible y que no debe ocurrir. En España hemos pasado de conocer los sucesos a través de El Caso, después con las televisiones, como fue Nieves Herrero y las niñas de Alcácer, y ahora ya prácticamente un relato en directo, ya sea con tuits o posts de Facebook.
Ese cambio, evidentemente cuantitativo en la cantidad de la información, ¿ha cambiado también cualitativamente en el tipo de información que se da y cómo la recibimos?
Yo creo que sí existen esos tres episodios de cómo hemos narrado los sucesos en los últimos treinta o cuarenta años de nuestra historia. El Caso es un periódico que procede de la Dictadura, de una época conservadora y reaccionaria, y yo tengo la sensación de que la existencia de una prensa muy de sucesos va ligada a sociedades muy reaccionarias, en las que este tipo de prensa hace una función de control al introducir el factor miedo. Luego llegan los años noventa con las televisiones privadas, que lo que intentaban era conseguir una parte del pastel de la audiencia que hasta entonces tenía Televisión Española: primero Antena 3, con aquellos programas de Nieves Herrero y Alcácer donde, para ganar audiencia, utilizaban testimonios de vecinos o familiares que, si bien no aportaban absolutamente nada, introducían rabia, ira, venganza, incluso terror o dolor; y luego Telecinco, que explotó esto con todas las conspiraciones de Alcácer. Y lo que ha ocurrido en los últimos años es que los medios impresos buscan también sus visitas a través de sus ediciones en Internet y todo lo que está ocurriendo en las redes sociales. Las redes, donde al final estamos todos dando nuestra opinión y, además, parece que todas las opiniones valen exactamente lo mismo, son altavoces de lo que antes se podía decir entre amigos o en el patio de vecinos; son un altavoz de la conjetura y el linchamiento popular; y eso repercute en los medios, que están viendo que eso tiene una conversación y que sube la audiencia. No es casualidad que incluso el Telediario pueda dedicar veinticinco o treinta minutos, como sucedió, al caso de Gabriel Cruz: le estaba generando mucha audiencia. Tiene que ver en los últimos años con una cuestión relacionada con cierta precariedad en el mundo del periodismo y con conseguir audiencia con este tipo de noticias.
¿Precariedad porque es barato hacer información de sucesos?
Porque hay que conseguir audiencias para conseguir publicidad y los sucesos pueden poner delante de una televisión o de una web a muchísimas más personas que una información política, de internacional o de economía bien hecha. Esta es una información más intelectual o racional y te exige un conocimiento de ciertas cosas, y además provoca menos conversación, pero de un suceso todos podemos hablar y opinar y a todos nos provoca sentimientos. Los medios son empresas y como tales se deben a unos rendimientos económicos y a unos beneficios, y este tipo de noticias también forma parte de todo esto. Los medios podrían invertir en tener más periodistas dedicados a economía o internacional, que viajaran más corresponsales, a una información política desarrollada de otra manera, pero es que con la información de sucesos lo tienen mucho más fácil.
Incluso podrían posiblemente contar estos mismos sucesos de otra manera. Te habla Jesús Duva, por ejemplo, de cómo ellos tenían semanas para trabajar en las zonas donde se había producido un delito y que, además, procuraban no poner mucho de la rabia popular. Sin embargo, al contrario, esto ahora parece que se explota.
¿Crees que de alguna manera eso explica que se haya endurecido la ley para este tipo de delitos y de que son cómplices o responsables los medios en ese sentido?
Yo creo que sí. Los medios somos responsables de que en el debate público esté una petición de endurecimiento de penas, y los políticos lo son también de haber recogido ese guante, porque se pueden negar al murmullo de la calle en lugar de actuar en caliente.
Y con respecto a lo que contaba Duva, hay que tener en cuenta que la información de sucesos hay que darla, y bien contada es además muy interesante. ¿Por qué no vamos a hablar de unos determinados crímenes? En el siglo XIX, Galdós escribía reportajes y hasta libros sobre el tema. Pero claro, libros quiere decir ya un determinado tiempo, reflexión, etcétera. Ahora lo que ocurre es que, si sucede un crimen, tenemos que poner siete noticias en la web o hablar diez minutos en televisión sobre este tema. Evidentemente no todo es noticioso: de esas siete noticias habrá una que realmente diga qué ha pasado, dónde y cómo y por qué; las otras son totalmente banales, superficiales, en muchos casos testimonios de esto que hablábamos de la ira, la venganza y cómo se crea ese debate público. Y al final esto es lo que ocurre: el debate público pasa a la agenda política y puede aprobarse en los parlamentos y llegar al Código Penal, que es lo que sucedió con el tema, por ejemplo, de la prisión permanente revisable, que era un asunto que no estaba ni en la agenda política. Es más, cuando sucede el caso de Marta del Castillo los padres van a ver al entonces presidente, Zapatero, y al ministro del Interior, Rubalcaba, y les piden que endurezcan la ley y ambos les responden que van a poner todos los efectivos posibles para encontrar a su hija pero que no van a cambiar las leyes. Sin embargo, el PP, en solitario, aprobó la prisión permanente revisable.
Me interesaba mucho en el libro resaltar la responsabilidad de los medios de comunicación y de los políticos para llevar de la calle al Código Penal nuestros castigos, los que nos imponemos, y eso exige una reflexión más allá del grito de dolor que puedas tener en un determinado momento.
Antes hablabas de El Caso y relacionabas la época en la que era muy popular con la sociedad franquista en la que se publicaba. Hay que comentar también que a El Caso se le censuraba mucho por parte del gobierno de Franco, porque tampoco querían dar una sensación de que esto estaba descontrolado y había unos crímenes horrorosos. En todo caso, no falta gente que dice que cuando se da mucha información de sucesos, como es el caso actual, lo que se está haciendo es no dar otra información porque hay también un intento de control social. En ese sentido similar al de una dictadura. ¿Crees en ese sentido que vivimos también en una época reaccionaria?
Sí. Creo que estamos en una época más reaccionaria, porque cuando hay una proliferación de información de sucesos hay una muestra de ciertas políticas y pensamientos reaccionarios que se han hecho fuertes y han inoculado el debate. Por ejemplo, a mi modo de ver cuando tenemos noticias sobre lo que le ocurre a las mujeres hay una cuestión de control sobre lo que pueden o no pueden hacer.
Eso se ha visto con Diana Quer.
Se ha visto con Diana Quer y en otros casos. Con Marta del Castillo, precisamente, no llegó a ocurrir porque las redes sociales no estaban tan desarrolladas, porque los políticos frenaron ese tema y porque los medios no estaban tanto en Internet; y eso que se habló muchísimo de ella. Pero con Diana Quer ya están una serie de factores, como su presencia en redes sociales; aparece en selfis, en fotos bebiendo, con amigos, o en los que se le ve cómo vestía… Y todo eso alimenta la especulación y el juicio, ese «iba así vestida, bebía o fumaba… claro, lo que le pasó fue por algo». Por supuesto, este tipo de reflexiones no se verbalizan así, tan claramente como podría hacerse en el franquismo, porque el pensamiento reaccionario tiene otras formas de proceder más sibilinas, más sofisticadas, pero está ahí.
Y por supuesto que hay que dar información que hable de lo que les pasa a las mujeres, pero hay que plantearse el cómo darla, porque esto puede generar también unos determinados miedos, mientras nunca se comenta la contraparte, como que este es uno de los países más seguros de Europa. Lo estamos viendo un poco ahora, cuando partidos reaccionarios como Vox están hablando también de los crímenes, manadas y de cosas así, a lo mejor porque alguien los ha puesto en el debate.
Ya para terminar: leyendo el libro estaba pensando en varios momentos en Jack el Destripador, porque es un caso mediáticamente fascinante, que tiene mujeres como víctimas; además mujeres de la mala vida que, se contaba entonces, igual se lo merecían o estaban jugueteando con el peligro… ¿Cuánto crees que le hubiera durado a los medios de hoy y a nuestra propia sociedad la fascinación por un Jack el Destripador?
Si hoy en día tuviéramos un Jack el Destripador creo que hubiera dado carnaza para los matinales de por lo menos un par de años, pero el tema de que fueran prostitutas es un factor importante, porque se hubiera tratado desde un punto de vista reaccionario y muy conservador: a estas mujeres les pasó eso porque estaban en sitios donde no debían estar y, por tanto, expuestas a un peligro; con lo cual tú, mujer, chica, ándate con ojo y no hagas determinadas cosas ni te relaciones con determinadas cuestiones porque entonces te puede pasar lo mismo.
Fotografía: Álvaro Minguito
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En el caso de Bretón, qué raro que una Perito se equivoque.
En el caso de Alcasser, no conocemos nada; llamar conspiraciones a algo que se cae por su propio peso es igual que engañar.
En el caso de Marta del Castillo, la única imputada que no pasó por la cárcel es familiar de una alto cargo del psoe.
qué curioso que estos datos no salgan en los medios.
Podía escribir sobre el caso del Bar España, de Macastre, del sheriff de Puente Genil, de la operación caldo de pollo o del pizzagate, por ejemplo.
saludos