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Entrevistas

Luis García Montero: «La indignación nos prepara para que el poder nos toree»

Luis García Montero lleva años viviendo la Semana Negra de Gijón como poeta que suelta versos en veladas de amigos y conciudadanos. Es la ventaja de un festival que puso de moda el diálogo horizontal antes de que la gente se sentase en las plazas de España en una indignación compartida. El último libro de Luis García Montero nació en aquel 2011 de crisis y 15M, y el poeta lo tituló A puerta cerrada haciéndole un homenaje a Sartre, otro hombre de letras que también creía que los intelectuales debían ensuciarse las manos con los problemas de su tiempo. Hemos conversado con él acerca de este poemario poblado de lobos, de rabia y soledad. García Montero habla de una lírica a la mejor altura del pueblo, alejada de las élites soberbias, y pide un simple sentido común para darle a la historia de España una cierta decencia de la que carece. De fondo tal vez escuchen gaviotas y la música de la noria de los diques decadentes de la Semana Negra de Gijón. Trece días despúes de nuestra charla, García Montero fue nombrado director del Instituto Cervantes por el gobierno de Pedro Sánchez.

A puerta cerrada es tu último poemario. ¿Me puedes hablar brevemente de él?

Le pedí el título prestado a Jean Paul Sartre porque tiene un drama llamado igual donde los personajes descubren no sólo que están muertos sino que están en el infierno; y uno de ellos dice una famosa frase de la que se hizo casi un lema: «el infierno son los otros». Así que lo recupero para decir que uno mismo es el infierno, y que las crisis colectivas se interiorizan y son individuales. Es un libro donde he hecho ejercicio de conciencia de una crisis personal, de alguien que cumple sesenta años, pero también de una crisis económica en unos momentos difíciles para la sociedad y de una crisis de valores democráticos, porque creo que vivimos en una situación que está degradando mucho los valores a los que debe aspirar la democracia.

Hay un elemento que aparece en varios de estos poemas: el lobo, un animal que siempre ha fascinado a los seres humanos. ¿Qué significa para ti?

Confieso que pensé en el lobo porque esa frase de Sartre me recordó la famosa meditación de Hobbes que dice que «el hombre es un lobo para el hombre». A partir de ahí quise encarnar en el lobo esos momentos de indignación y furia que te hacen perder la serenidad y llegar a tener ganas de morder. Pero inevitablemente el lobo tiene su tradición literaria. Es el lobo de Ruben Darío, el de Joan Margarit, el romántico de la noche, la luna y el diálogo con el misterio. En ese sentido comprendí enseguida que el lobo de mi libro tenía una doble función. Una negativa: esa indignación que nos convierte en animales fieros y que nos prepara para que el poder llegue a torearnos. Porque hablando de degradación democrática: fíjate la gente indignada en Francia cómo es toreada por la extrema derecha; o la gente indignada en Italia cómo se está portando con los refugiados con el fascista que está en el Ministerio de Interior: o lo que ha pasado con Donald Trump en América… Cuando perdemos la serenidad siempre sale un matador que nos da unos muletazos y hace con nosotros la faena. Eso en negativo. Pero de pronto al lobo también le tomé cariño, porque la indignación es parte de mí, pero también busco la serenidad, y me di cuenta de que es una aspiración de conocimiento, de buscar la luz de la luna en la noche, y sobre todo es un testimonio de que uno no es indiferente y de que vivimos en una sociedad en la que la indiferencia, el cinismo, el relativismo, se ha convertido también en un modo de vida. Admitir que hay cosas que me sacan de quicio sirve también para dar testimonio de que me niego a ser indiferente.

Se puede no ser indiferente pero no comprender nada, como el lobo que pasea entre los cadáveres en uno de tus poemas. Cadáveres producidos por ministros, hombre de corbata, banqueros… ¿Crees que uno de los problemas que hay ahora es que no comprendemos muchas cosas?

Me parece que es fundamental asumir la propia ignorancia y volver desde el siglo XX al lema de «solo sé que no sé nada». Y a partir de ahí empezar a meditar. Porque a un nivel general hay muchas cosas que no son comprensibles. El deterioro de los valores humanos no se comprende. Que en un país democrático europeo se hable de la gente como un cargamento de carne humana cuesta mucho comprenderlo. Que de pronto se monten grandes escándalos por un asesinato mediático y la gente conviva con la muerte diaria de miles de personas en nuestras costas… no se comprende.

Pero aparte de eso hay otra cosa: creo que tienen razón los que piensan que lo real se está convirtiendo en un desierto. Hemos llegado a esa fascinación por lo real que, según Alain Badiou, era lo que caracterizaba al siglo XX. La tecnología ha creado mundos virtuales que nos enfrentan a sustitutos de la realidad, y vivimos en ellos impidiéndonos tener una relación hasta con nuestro propio cuerpo. Estamos mediatizados por un determinado relato que construyen los mundos virtuales frente a la experiencia de lo real. En ese sentido, la hipersoberbia tecnológica del mundo en el que vivimos hay que enfrentarla un poquito preguntándonos hacia dónde estamos progresando, de qué estamos tan orgullosos, cómo podemos recuperar el conocimiento de nuestras experiencias de lo real. Porque, de lo contrario, somos sustituidos por imágenes de nosotros mismos en lugar de vivir nuestra propia realidad.

El lobo nos lo podemos imaginar como animal solitario, pero en realidad es más frecuente que vaya en manada. La manada. Viven entre nosotros, y esa es otra de las cosas incomprensibles para mucha gente: el nivel de salvajismo y de inconsciencia de jóvenes que forman parte de «la generación más preparada de la Historia»…

Pues fíjate que uno de los grandes ejes de la poesía ha sido siempre la necesidad de mantener la conciencia individual y al mismo tiempo un diálogo con el otro, con lo público. Yo cuando escribo lo hago sobre mi propia conciencia intentando no traicionar mi verdad, pero al mismo tiempo necesito dialogar con los otros. Y en ese sentido me gusta defender la imagen del poeta que figuró Luis Cernuda: el farero, que por una parte está solo, tiene que defender su conciencia, está alejado del mundo en una torre; pero por otra parte no puede perder la conciencia en su trabajo, que es evitar que la navegación colectiva se estrelle contra los arrecifes. Y él hablaba de una soledad solidaria. Eso es el punto de vista que me gusta defender, y ahí relaciono cosas que estamos planteando. Por ejemplo: de qué manera no caer en el orgullo elitista de ser indiferente y despreciativo ante la sociedad y a la vez defender mi conciencia individual. De qué modo no creer que los demás son tontos, por mucho que vea lo que están haciendo, y al mismo tiempo no despreciar mi propia inteligencia y exigencia ética. Cuando veo a la Manada pienso: si representan el mundo en el que vivo… ¡qué despreciable es el mundo! Y, sin embargo, me digo que un demócrata no puede despreciar a los demás. ¿Hay una salida intermedia? Pues creo que sí. Las instituciones, las organizaciones de convivencia, los espacios públicos son la salida que tenemos los demócratas para no considerar a los otros imbéciles y para no encerrarnos en nuestro propio orgullo.

Y en ese sentido, por ejemplo en el tema de la manada, yo he tenido reacciones encontradas. Una: ¿qué ley tenemos para que no se considere violación lo que han hechos estos señores? Bueno, pues hay que cambiar la ley. Dos: se trata de cambiar la ley y mejorar las instituciones, no de creer que podemos tomarnos la venganza por nuestra mano. Lo que sí hace falta es una determinada sensibilidad democrática. ¿Qué necesidad tenían los jueces de darle la libertad condicional a estos señores en medio de un escándalo público como el que hay? Es un espectáculo triste que no hayan aplicado la ley para dejarlos tranquilamente en la cárcel, porque se lo merecen; no deberían haberlos sacado y así evitábamos el espectáculo mediático y la vergüenza de que al día siguiente haya cámaras de televisión delante de sus casas intentando convertir esas imágenes en noticia. A mí me gustaría pensar que la sensatez y la sensibilidad se pueden traducir en instituciones que sean respetables. Y prefiero una justicia capaz de hacerse respetable a sí misma cambiando lo que tenga que cambiar, a la indignación de la gente que sale para despreciar a la democracia y a su justicia poniéndose en el extremo de esos muchachos violadores que no tienen justificación ninguna.

Decías esta mañana (en la Semana Negra de Gijón) que el tiempo te rodea, como los lobos.

Vivimos en una sociedad tan mercantil que lo mercantiliza todo. Hemos hecho del tiempo una mercancía, un objeto de usar y tirar.

¿Cómo se lleva con el tiempo esta sociedad mercantilista?

Esta sociedad ha formulado su propia idea el tiempo, que es una idea del consumo: esto vale cuando se consume y después hay que tirarlo a la basura para que llegue el siguiente producto. Los periodistas lo vivís en primera piel, porque una noticia de hoy, mañana ha quedado completamente vieja… y de lo de hace dos días ya nadie se acuerda.

Lo analiza muy bien una pensadora que respeto, Martha Nussbaum, cuando habla del tiempo de la literatura, que es el tiempo del relato. Los seres humanos venimos de una historia, tenemos memoria; esa historia se actualiza en el presente y nosotros recibimos una herencia que dejamos a los demás. Y los jóvenes tienen que actualizarla. Creo que ese tiempo de la literatura es el tiempo humano y es una alternativa al del consumo, al del instante, al de usar y tirar. John Berger, el novelista inglés, decía que la peor manera posible de quedarse sin futuro es olvidarse del pasado. Porque si queremos dejar un legado de futuro responsable, tenemos que responsabilizarnos de lo que heredamos del pasado. A mí, ese tiempo de la literatura me parece la mejor respuesta al tiempo de mercancía.

Hablando del tiempo… ¿el tiempo político de España se ha quedado viejo?

Mira, tenemos muchas deudas pendientes y hay que hacer un esfuerzo de análisis y conocimientos. Vivimos en una democracia, cosa que yo no me canso de celebrar, porque a mí me tocó nacer en el franquismo y todavía en la universidad me llegaban noticias de cuando la extrema derecha entraba en un despacho de abogados y ametrallaba a la gente. En ese sentido lo que tenemos que hacer es comprender lo importante que son los valores demcráticos y, a partir de ahí, mejorarlos. Yo estoy de acuerdo con los juristas que creen que una constitución no es un libro muerto, cerrado y fijado para la eternidad, sino que tiene que dar respuesta desde la vida a los cambios de la sociedad. Y desde luego, la sociedad de 2018 ya no es la misma que la de hace cuarenta años. Creo que hay que cambiar la Constitución a partir de ahí. Aunque no tengo nada claro que en el tiempo del neoliberalismo radical que estamos viviendo los cambios que salgan adelante la mejoren en lugar de empeorarla. Porque desde el 78 hasta ahora, cada vez que se han reformado las leyes ha sido para peor: se cambió la Constitución para decir que había que pagar antes las deudas con los bancos que invertir en sanidad y educación pública; y con la reforma laboral ni te digo… Hemos ido perdiendo valores. Así que me parece que los progresistas tenemos que reivindicar el derecho a cambiar las cosas para buscar soluciones pegadas a la vida, y no dejar de vigilar para que esos cambios no empeoren las cosas en lugar de mejorarlas.

En la rueda de prensa de esta mañana se te ha preguntado sobre el reciente caso de sacar los restos de Franco del Valle de los caídos y sobre un supuesto resentimiento de la izquierda. ¿Por qué crees que la izquierda tiene preocupación por la Memoria Histórica?

Déjame que formule la cuestión de otra manera: ¿Por qué estos problemas no preocupan a la derecha? La democracia no es sólo un bien de la izquierda. La izquierda luchó mucho en este país por ella, pero los partidos de derecha deben ser democráticos también y la sociedad española se ha ido consolidando en la democracia. Entonces, ¿cómo un partido de derechas como el Partido Popular se pone nervioso cuando se le explica que el responsable de una de las grandes crisis humanitarias del siglo XX, uno de los grandes asesinos del siglo pasado, comparable con Hitler o con Stalin, lo tenemos en un monumento nacional para rendirle culto? Eso es un disparate y debe afectar tanto a un demócrata de derechas como de izquierdas. Me parece que después de tantos años, más que e resentimiento hay que hablar de sentido común, y hay valores democráticos que si no se respetan empobrecen la virtud pública, el pudor y la decencia pública. Y uno de estos es el cerrar los ojos a lo que significó el franquismo: una vulneración de la legalidad democrática en este país que costó una guerra muy cruel y muchos años de dictadura. Y eso hay que decirlo y tomar medidas. Han pasado cuarenta años, los responsables son ya ancianos… yo no quiero juzgarlos, pero sí quiero que se aclaren las cosas, que se ampare a las víctimas, que las familias sepan dónde están sus desaparecidos, y que sin juzgar a los torturadores tampoco se les premie. Es que nos acabamos de enterar que un torturador muy canalla, el famoso Billy el Niño, tiene tres condecoraciones que le complementan la pensión como policía modelo, y este señor machacaba a la gente que estaba luchando por la democracia. Un poquito de pudor democrático.

Dice la derecha que la izquierda se dedica a estas cosas por propaganda, «por poesía»… porque en política y economía ya no hay nada que hacer ni que discutir.

Yo creo que en economía hay mucho que discutir. Sin irse a las quimeras. Se puede hacer una ley laboral más justa; de hecho ya la hemos tenido hace unos años. O que paguen un poquito más de impuestos los bancos y las empresas del IBEX 35. Eso no es demasiado quimérico. Esas cosas se pueden hacer. Que paguen un poquito más los ricos que los autónomos, que no tienen modo de ganarse la vida. Se puede comprender que si queremos mantener los valores democráticos tenemos que sacar a la gente de la miseria, porque, si no, los derechos humanos se acabarán convirtiendo en un privilegio para pijos. Hemos vivido un tiempo en Europa donde querer hacerse muy rico costaba dinero: porque tu trabajabas mucho, ganabas mucho y acumulabas mucho, pero después tenías que pagar unos impuestos donde el Estado te quitaba todo lo que pasaba el límite de una fortuna razonable. Ahora se ha diluido eso y hacerse rico no cuesta dinero, y si para eso tienes que pagarle a tus empleados cuatro veces menos de lo que se merecen, pues lo haces y luego el Estado no te lo va a reclamar para crear servicios sociales para tus empleados. Yo no creo que esto sea quimérico, sino que entra dentro de la sensatez y si no se hace es porque no se quiere.

Y dicho todo esto, te digo que creo que es muy importante que haya poesía en la política, porque no puede ser un jaleo de despachos para que cuatro cargos públicos se aseguren su futuro. Tiene que ser una defensa de valores y esto está relacionado con la poesía. Y me gustaría decir también que más importante aún es que haya poesía en los planes de estudio de las escuelas y los bachilleratos. Por volver a Martha Nussbaum: sin humanidades no hay democracia. Y si entendemos la educación no como formación de personas si no como formación de mano de obra barata y tonta para poder manipularla después, la democracia se degrada mucho. Y está muy bien que se estudien de humanidades, ciencia y tecnología. Unos planes de estudio integrales.

Eso de que una poesía es un arma cargada de futuro… también puede ser un reloj listo para que le disparen, como a uno de los que salen en tus versos.

(Risas). Sí, hay que asumir que muchas veces mantener una opinión te enfrenta a la manada, y puedes convertirte en un enemigo público, en un Enemigo del pueblo, por citar un titulo clásico, y en ese sentido me parece que un acto muy modesto puede convertirse en uno de valentía: intentar ser honesto. Y no es creerse en posesión de la verdad, sino procurar no mentirse a uno mismo. En ese sentido, me parece que la poesía invita a un diálogo con la verdad que es muy importante en esta época de la postverdad. Hay cosas que merece la pena defender y la poesía establece ese diálogo con la conciencia. En ese sentido tiene una dimensión política y la poesía puede ser un arma cargada de futuro, como lo escribió Gabriel Celaya y como lo cantó Paco Ibáñez.

Hay elecciones el año que viene. ¿No te querrás presentar otra vez?

No. Yo no me presenté como un poeta que se mete en política, sino como un militante que llevaba cuarenta años en una organización y creía que en ese momento se podía aportar algo. La Comunidad de Madrid estaba en una situación de crisis por las diferencias de la izquierda. Había mucha gente de IU que no quería votar ni a Podemos ni al PSOE, y estuvimos muy cerca de que hubiera un gobierno de izquierdas. Faltaron unas décimas. Simplemente con que la dirección del Partido Comunista que había perdido la asamblea de IU en Madrid no hubiera pedido en el nombre del partido que no se les votase, habríamos sacado los cinco diputados que nos dieron los votos que teníamos. Y en vez de Cristina Fuentes habría sido Ángel Gabilondo el presidente y eso habría tenido repercusiones también para el gobierno de España. A lo mejor la moción de censura habría podido promoverse como pacto y no como moción antes del segundo tramo de gobierno del Partido Popular.

Ahora seguiré votando, y lo haré por formación y por mi sentimiento a la izquierda. A una izquierda a la izquierda del PSOE, pero que no sea sectaria y pueda dialogar con ellos. Me gustaría mucho que hubiera una izquierda sólida que a la hora de gobernar pudiese pactar. A partir de ahí, yo seguiré votando, pero ya mis siglas han desaparecido y no hay razones sentimentales para meterme en camisas de once varas. Estoy muy contento dando clases en la Universidad y escribiendo mis poemas, y no enfrentándome a estos jaleos de los despachos y las peleas internas en las que una dirección puede hacer incluso que fracase su propio partido para buscar después un acuerdo con otro.

Víctor García Guerrero
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