Retratos de Nueva Inglaterra
Ahora que la Tate Britain de Londres presenta la fabulosa exposición Sargent and Fashion (Sargent y la moda) con unas sesenta obras del pintor (se puede visitar hasta el 7 de julio de 2024), me viene a la cabeza el estrecho vínculo trabado entre Sargent y Henry James (fueron amigos durante más de cuarenta años), y el poder del arte y la literatura para retratar a una sociedad y sus protagonistas.
Sargent, de padres americanos, consideraba Boston como su hogar en Norteamérica. Henry James, aunque había nacido en Nueva York, fue un conocedor íntimo de Nueva Inglaterra. En vísperas de la Guerra Civil estadounidense, la familia James se instaló en Newport, Rhode Island, y más tarde en Boston, donde Henry se matricularía en la Facultad de Derecho de Harvard. Viajaría, asimismo, con gran profusión por Europa, nacionalizándose británico en 1915 en rechazo a la no intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial. Irónicamente murió en 1916 en Londres, y ello hizo imposible que viera con sus propios ojos cómo su país de nacimiento entraba en la contienda en 1917.
James era un observador de las almas que se movía magistralmente entre las sombras de situaciones y personajes, en la profundidad de los rincones y pensamientos más oscuros (Otra vuelta de tuerca, la meditación nocturna de Isabel Archer en Retrato de una dama…). Así lo entendió también Gamaliel Bradford, crítico y biógrafo bostoniano, en cuyo artículo dedicado al escritor en The North American Review (1921) señala que toda la obra de James es una gran historia de fantasmas. El escritor fue, a su manera y con la pluma, un pintor de la sociedad americana que retrató magistralmente el complejo y retorcido como una tuerca mecanismo de relaciones e intereses en la alta sociedad, el papel de la mujer americana en el paso entre el viejo y el nuevo mundo, el roce y el abrazo con Europa. Y, como buen pintor, tuvo una excelente y amplia relación con el ambiente artístico de su entorno. «Era un hombre cuya vida entera estaba en el arte, para quien la vida era arte, y el arte era la vida», señala de nuevo Gamaliel Bradford. Conocida es su admirada y gran amistad con los pintores John La Farge, John Singer Sargent (quien realiza el soberbio retrato de James en 1913) y James McNeill Whistler. En Singer Sargent verá reflejada la complicidad en los claroscuros de personajes y habitáculos, esos lugares secretos que James toma como terreno propio.
Pero otro triángulo artístico se coló en el corazón y la obra de Henry: el del matrimonio formado por la pintora Elizabeth (Lizzie) Boott, el pintor Frank Duveneck y el padre de ella, Francis Boott. Francis era compositor y profesor de música en Harvard. Tras la muerte de su esposa se traslada con Lizzie a Florencia, donde recibieron numerosas visitas y afectos por parte de Henry James. Lizzie, inclinada también a las artes, tomaba clases del pintor Frank Duveneck en Munich, con quien terminó casándose, no sin dificultades, ante la reiterada negativa de su padre por la escasez de medios económicos del pretendiente frente a la casi aristocrática posición de los Boott. La bendición del padre vino tras el mayestático retrato que de él hizo Duveneck. Pero, por desgracia, el matrimonio duraría muy poco: tan solo un par de años, pues la joven Lizzie se desvaneció fulminada por la neumonía. Para hacerla eterna, Duveneck encargó a su amigo Clement John Barnhorn una escultura funeraria de su amada recubierta de bronce y pan de oro. Su belleza estremece al verla, y tal podría ser la Laura de Petrarca. James escribió al padre de Elizabeth: «En Florencia, donde pasé unos días de camino a Roma, hice una peregrinación intensamente piadosa al lugar donde Lizzie yace en majestuoso y perenne bronce. Extraño, extraño parecía, todavía verla solo así, pero así será vista en los siglos venideros».
Dicen que James tomó trazos de la vida de Elisabeth para componer algunos de sus intensos personajes femeninos, fundamentalmente La copa dorada y el conocido Retrato de una dama. El padre, viendo a su hija tan lejos y queriendo acercarla, encargó una copia de la tumba en níveo mármol que puede verse en el Museo de Bellas Artes de Boston. Duveneck, James, Sargent, nos muestran que el arte conmueve más allá de la vida y de la muerte, y en sus obras nos entregan de nuevo los bellos rostros de aquellas fugaces damas.
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