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Ryan Adams y Taylor Swift: 1989 como la muestra de la muerte de la música pop

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Pocos conceptos musicales son tan esquivos como el de la música pop. En principio, el término proviene del concepto de música popular urbana, pero su contenido ha ido variando con el paso del tiempo hasta el punto de que muchos de los grupos que dominaban el pop en los años sesenta no podrían pertenecer actualmente a esa etiqueta. ¿Alguien se imagina un género en el que Taylor Swift, Katy Perry, Justin Timberlake o Usher compartieran membresía con The Beatles, The Beach Boys, The Byrds o The Kinks? Pues existe, gracias al extraño fenómeno que ha llevado a la continuación de un término ya superado y cuya utilidad ha dejado de existir.

Tal vez ese sea el motivo de que los aficionados a la música no podamos evitar volver nuestra mirada una y otra vez hacia el pop actual, tratando de entender lo sucedido. Nuestra narrativa personal requiere de algún tipo de explicación que haga que no sintamos que nos hemos perdido algo trascendental. La incomprensión causada por ojear las listas de éxitos del pop en cualquier medio, por seleccionar el género en Spotify o semejantes, es algo duro de llevar, que nos obliga a reflexionar y tratar de ver dónde nuestra experiencia se separó de la historia musical.

En ocasiones, muchas menos de las que uno podría esperarse, se pueden producir momentos de claridad en los que algunos artistas se convierten de nuevo en algo que siempre debieron ser: narradores del presente de su arte. De esta manera pueden ser guías que nos lleven de la mano por el panorama musical que nos ha tocado vivir, tratando de arrojar luces sobre las sombras que ofuscan nuestra comprensión. Algo así es lo que, tal vez de manera intuitiva, consiguió Ryan Adams en 2015 cuando se enfrascó en el alocado proyecto de versionar todas las canciones del disco 1989 de Taylor Swift, posiblemente el álbum más importante de la música pop en 2014.

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Ryan Adams, el perdedor eterno

Por si acaso alguien no lo conoce, Ryan Adams es uno de los músicos más importantes del llamado alt-country de nuestro siglo. También denominado como americana y rayando con el rock alternativo, el alt-country puede considerarse, con trazo muy grueso, como el resultado de la aparición de sensibilidades y maneras del rock más evolucionado dentro de la música country. Merece la pena recordar que es cierto que en un principio figuras como Johnny Cash y Elvis Presley podían compartir público, entorno y hasta canciones, pero desde ese inicio común el desarrollo del rock y el country puede llegar a verse como una sucesión de enfrentamientos en los que diferentes autores tratan de unirlos para que después otros músicos y el propio público más integrista vuelvan a separarlos de manera dramática.

whiskeytown-promoComo muchos otros músicos, Ryan Adams empezó su carrera en el punk rock, con la banda The Patty Duke Syndrome. Pero no vamos a pararnos ahora en un proyecto que sacó un single compartido y que solamente ha pasado a la historia como la primera parada de un Adams que pronto saltó a la primera plana del alt-country gracias a su pertenencia a la banda Whiskeytown. La influencia de Gram Parsons en esta época es indudable y muestra que ya entonces, apenas superada la veintena, Ryan Adams conocía sobradamente el terreno que pisaba. Aunque en Faithless Street cantara que había creado una banda de country porque el punk rock era demasiado difícil de cantar, lo cierto es que todos los que escuchaban ya debían imaginarse que no había que tomarse de forma textual sus palabras.

No es este el lugar para hacer un recorrido pormenorizado por la discografía de Ryan Adams, pero merece la pena comentar que está llena de grandes discos, como los tres publicados con Whiskeytown, grandes obras en solitario como el díptico Love is Hell o 29 y de joyas con su siguiente grupo The Cardinals como Cold Roses. Pero lo importante es señalar que a lo largo de su carrera Ryan Adams se ha destacado por dos elementos básicos: un pesimismo que parece impregnar toda su obra y una extraña cualidad para moverse por todos los géneros del rock alternativo con igual habilidad.

ryan-adams-heartbreakerEscuchar la carrera de Ryan Adams es conocer a un eterno derrotado, un perdedor que nos narra sus desdichas con la voz aparentemente cansada pero siempre firme, y que busca redimirse por medio de sus oyentes. Hasta en sus momentos más animados existe una tristeza que ya anunciaba su primer tema en solitario, el que abría realmente su disco Heartbreaker y llamado To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High). También es encontrarse con alguien que, como ya hemos comentado, sabe siempre dónde se sitúa en la historia de la música, algo que quedó muy claro gracias a su disco Rock N Roll, dónde muchos temas servían como homenaje y referencia a canciones míticas del universo roquero más amplio.

Es curioso que el momento de mayor éxito comercial de Ryan Adams haya llegado con la nueva década, cuando ya llevaba más de quince años en la industria. Aupado a dimensiones casi mesiánicas por algunos músicos americanos actuales, que a menudo lo toman como su letrista de referencia, su primer número 1 en el Billboard de los Estados Unidos llegó en 2014 con un disco titulado simplemente Ryan Adams. Para entonces, eso sí, ya era el tipo que compuso When The Stars Go Blue para que The Corrs nos empalagaran a todos en una versión en directo, ayudada por un muy perdido Bono que solamente fue single en España. Aquí siempre vamos a lo nuestro.

El caso es que es posible que Ryan Adams sea el único músico con credibilidad dentro de la esfera alternativa que puede decir públicamente que se obsesiona con un disco de Taylor Swift sin que suene a broma de mal gusto. Su eclecticismo le permite eso y más, aunque muchos echemos de menos a aquel joven que fue capaz de despedir a casi todo Whiskeytown en Kansas City en 1997 y quedarse solamente con Caitlin Cary, para acabar los últimos cuatro conciertos de la gira como un dueto acústico; aquel dejó un mensaje en el contestador automático de un crítico para ponerle a caldo por criticar su disco, o el que expulsó a un asistente a un concierto por pedirle que cantara el Summer of ’69 de Bryan Adams. El Ryan Adams actual, dice que en realidad echó al tipo porque estaba borracho, que fue un error realizar esa llamada y además es una figura tremendamente amable en las redes sociales. Por suerte, su música sigue siendo tan buena como antes, aunque se extrañe a aquel artista salvaje que quería quemarlo todo a su paso.

Ryan Adams puede ser criticado por muchas cosas. Musicalmente no hay disco suyo que no tenga algún tema realmente malo, fruto a menudo de su excesiva producción. Como figura pública, su progresiva rehabilitación ha conseguido que pasara de ser el chico malo de la escena alternativa americana a poco menos que un tío amable con el que parece que todo el mundo quiere pasar un rato. Es una suerte que siga sacando singles como No Shadow o discos tan locos como 1984, un ejercicio de música hardcore que aprieta diez temas en menos de trece minutos y muestra que todavía tiene mucho que decir.

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Taylor Swift, el triunfo de la industria 

La historia de Taylor Swift podría verse como el sueño americano hecho realidad. Una chica de Pennsylvania sueña con ser cantante y su familia lo deja todo de lado para ayudarla. Con once años ya intentó conseguir un contrato en Nashville, pero sin lograrlo. Por en medio, y hasta su explosión con diecisiete años en 2006, su familia se muda a Tennesse para que pueda tener más cerca su sueño, trabaja como modelo para Abercrombie & Fitch y llega a colocar una canción en disco promocional de Maybelline. La constancia y la fuerza del deseo terminan triunfando, nos quiere decir su historia.

taylor-swift-2006Lo cierto es que, dejando de lado los aspectos biográficos y casi hagiográficos que suelen surgir en torno a este tipo de artistas, la realidad es que hay un dato que nos dice más de la carrera de Taylor Swift que ningún otro: decidió dedicarse a la música por las canciones de Shania Twain. Y es que es normal que ese sea su espejo, con la diferencia de que Shania Twain tardó bastante más que Swift en realizar el giro en su carrera con el que seguramente soñaba la de Pennsylvania.

La carrera de Taylor Swift estuvo unida a la música country en su vertiente adolescente durante sus primeros años. De la mano de su trabajo con gente como Liz Rose, se convirtió en un icono absoluto, la figura central de un panorama musical orientado a un público joven femenino al que le daban un modelo a seguir que fuese igualmente aceptable para sus padres. Una joven enamoradiza con el corazón roto permanentemente podría ser un resumen de la figura pública de la joven Taylor Swift, cuya gama musical no se salía nunca de lo esperado, o como mucho se atrevía con algún tema más acelerado que sirviese para demostrar que estaba muy enfadada. Por el camino, podía permitirse llamar puta a una actriz por robarle al novio, ella era la chica buena así que eso eran detalles sin importancia.

Fuera de Estados Unidos, sin embargo, su figura no era siquiera una sombra de su peso más allá del Atlántico. Siempre ha pasado lo mismo con los artistas más tradicionales del country: su influencia se ve limitada a un territorio geográfico muy determinado y su único sueño es salir de él y llegar a ser un fenómeno mundial. Al revés les pasa a los artistas europeos, siempre obsesionados con el éxito en los Estados Unidos.

El caso es que en 2012 todo parecía haberse alineado para que Taylor Swift empezara su asalto a los cielos. Sería un trabajo de industria, efectivo y seguro. Lo primero era conseguir que Swift, que contaba ya con veintitrés años, no dejara del lado a sus antiguos seguidores. Para ello el álbum todavía debería ser, al menos nominalmente, un disco de country. De ahí que los Grammy lo nominaran y que apareciese en el Billboard del género. Lo que importaba en este aspecto era la consideración de la industria, lo que pasara una vez el CD entrase en el reproductor ya era otra cosa.

max-martin-shellback-taylor-swiftEl arma secreta que había encontrado la discográfica era tan evidente como imparable y respondía al nombre de dos productores suecos: Max Martin y Shellback (el nombre real del segundo es Karl Johan Schuster). Estos dos escandinavos se encargarían de convertir a la reina del country adolescente en la futura reina del pop. Su currículum demostraba su habilidad: el primero contaba con la autoría del I Want It That Way de los Backstreet Boys, el Baby One More Time de Britney Spears, That’s The Way It Is de Celine Dion, Since U Been Gone de Kelly Clarkson, So What de Pink, DJ Got Us Fallin’ in Love de Usher o los I Kissed a Girl y Hot n Cold de Katy Perry, poca cosa; por su parte, Shellback, nacido en 1985 y por lo tanto apenas cuatro años mayor que la propia Taylor Swift, no se quedaba atrás habiendo escrito canciones y producido discos para (muchos nombres se repiten) Britney Spears, Pink, Kesha, Usher, Maroon 5, Christina Aguilera, One Direction, Lily Allen o Adele. Podríamos considerar que, si te gusta la música pop actual, en realidad lo que te gusta son las canciones de estos dos autores y productores.

Ambos se reunieron para empezar el lanzamiento global de la marca Taylor Swift por medio de tres sencillos en su disco Red. I Knew You Were Trouble, 22 y We Are Never Ever Getting Back Together se convirtieron en la cabeza de puente para crear una nueva reina del pop. De su mano Taylor Swift dejó de ser una cantante para jovencitas a las que les gusta el country más acaramelado y pasó a funcionar igual de bien en los entornos más urbanos. Había llegado su hora y tenía que aprovecharla.

poster-bad-bloodLa manera de sacar el mayor partido a la situación resultó ser, como es habitual en la industria musical actual, no cambiar nada y seguir para adelante. 1989 sería el disco de Taylor Swift de 2014 y en él entre Martin y Shellback producirían nueve temas y co-escribirían siete. No es casualidad que los cinco primeros sencillos del disco estuvieran tanto co-escritos como producidos por ellos. En realidad, a estas alturas, y nos digan lo que nos digan desde la industria, está claro que la gente no está comprando un disco de Taylor Swift sino uno de Martin y Shellback promocionado por un icono determinado.

Taylor Swift es ya simplemente una más de las intérpretes elegidas por una industria que sigue manteniendo en funcionamiento una gallina de los huevos de oro que de momento no muestra signos de agotamiento. No voy aquí a poner en duda que Swift tenga más peso en sus temas que otras artistas (se dice que las letras son básicamente suyas), sino que realmente se esté escuchando un disco suyo cuando alguien pone a sonar 1989. ¿Shake it Off podría haber sido un single de Katy Perry? ¿Bad Blood sonaría fuera de lugar en el último álbum de Ariana Grande? La respuesta es no, porque esas artistas, más allá de compartir género musical, en realidad son el producto de los mismos autores, que han convertido el pop en su propio campo de juegos. El nombre del intérprete es algo sin importancia: si TLC no quieren tu canción siempre estará Britney Spears; si Pink y Hillary Duff no están por la labor puede que Kelly Clarkson sea su nueva cara. Son cantantes de usar y tirar, vehículos para la industria y Taylor Swift puede que solamente sea la última de una larga lista.

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1989: Versiona para saber qué hay detrás

Decían en Pitchfork que es más divertido hablar de la versión de Ryan Adams de 1989 que escucharla. No les vamos aquí a quitar la razón a los de Chicago, porque lo cierto es que la tienen. No vamos a poner en duda la finalidad de Ryan Adams: según dice él mismo, lograr una cierta catarsis tras su divorcio de Mandy Moore; pero lo cierto es que la idea del antiguo enfant terrible del alt-country enfrentándose al disco pop más importante del año anterior, publicado por la antigua estrella del country más meloso… bueno, suena glorioso.

ryan-adams-1989-coverLa desgracia para el oyente es que realmente en 1989 no hay suficiente material bueno como para que Ryan Adams se pueda lucir. Tal vez los primeros temas grabados en un cuatro pistas, recordando el Nebraska de Bruce Springsteen, hubiesen sido muy buenos, pero esas cintas se han perdido. En su lugar Adams trata de construir un disco más convencional donde la verdadera novedad está en su capacidad para reconstruir los sentidos de las canciones y hacerlas propias, convertirlas en auténticos lamentos de perdedor. Pero no hay más cera de la que arde y los temas originales se basaban en su casi totalidad en trucos de producción y poco más. Es indudable que las letras parecían mejores que la media del pop, y seguramente lo sean, pero cuando cambias de género se le ven sus puntos débiles.

Se dice a menudo que Taylor Swift sigue al pie de la letra el mandato de Nashville que dice que la canción siempre es lo principal, pero esas palabras suenan vacías cuando uno se enfrenta a un disco completo de la americana como 1989. En realidad, podría definirse la experiencia como singles puestos uno detrás de otro sin mucho sentido más allá de dejar los temas más flojos para el final, esperando que el posible oyente no llegue por agotamiento o porque está demasiado ocupado dándole al repeat en los temas más potentes. Es este otro problema que se hace más evidente cuando se escucha a Ryan Adams tratar de dar algo de fuerza a unas canciones que no tienen más sentido que el rellenar el disco hasta llegar a los trece cortes, los cuales suponemos que serían los que la discográfica le pedía a Taylor Swift y su ejército de colaboradores a pesar de que eso significara introducir temas que no le interesaran a nadie.

ryan-adams-y-taylor-swift-en-entrevistaBajando al barro y siendo sinceros, 1989 es un disco mediocre de Ryan Adams con menos canciones que salvar de las habituales y que se muestra como el reflejo de mediana edad de una colección de potenciales singles. Cuando Adams puede liberarse un poco, el resultado es muy superior al original, como en Welcome to New York, Style o Bad Blood. Cuando el original le resulta difícil de mejorar, se va por otro camino y lo iguala como en Shake it Off, el mejor sencillo que salió del trío Swift-Martin-Shellback y aquí convertido en un lamento en tono menor con reminiscencias del mejor Springsteen. En otros muchos temas, Adams se queda en tierra de nadie, como ya le pasaba al disco original y nos regala composiciones poco afortunadas que defiende con su proverbial habilidad.

Se ha leído de todo respecto al disco y su relación con el de Taylor Swift. Lena Dunham decía que era Taylor Swift como nunca se había escuchado, otros dicen que es la muestra de su calidad como compositora, algunos que es una obra maestra inesperada… Lo cierto es que la realidad es más banal de lo que nos gustaría y ambas versiones de 1989 consiguen objetivos parecidos. Las dos versiones tienen temas muy resultones en su género y las dos tienen relleno para aburrir al más pintado. Uno puede tratar de engañarse creyendo que algún oyente despistado de Taylor Swift va a acabar descubriendo nuevos horizontes musicales de la mano de Ryan Adams, pero es muy probable que a estas alturas su atención ya esté atrapada por el siguiente single manufacturado por Martin, Shellback o cualquiera de sus muchos imitadores.

¿Qué nos deja al final la locura de Ryan Adams con 1989? Un puñado de buenos temas y la confirmación de que no nos debemos dejar engañar; de que Taylor Swift escribe canciones tan mediocres como el resto de los compositores y que cuando miramos debajo de la producción, comprendemos que muchas de ellas no dejan de ser canciones de amor adolescente que podría haber firmado en sus primeros discos, antes de que la industria decidiera que iba a ser la siguiente reina del pop.

Ismael Rodríguez Gómez
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