Trabajadores: división y explotación sin relato
Ciento sesenta millones de niños trabajan en el mundo. Uno de cada diez. Ciento doce millones pastorean o cultivan. Setenta y nueve millones realizan industriales: extraen coltán de las minas del Congo o hacen camisetas en turnos infinitos en Bangladesh. En total, son ocho millones más que hace cuatro años, según Unicef, que no ha contado con los efectos de la pandemia y el cierre de escuelas. El trabajo infantil se concentra en el África subsahariana, donde casi un cuarto de los menores de 17 años hace tareas de adulto. Son, sobre todo, niños. A las niñas las explotan en casa. Los cuidados son un sueño distorsionado de la igualdad.
Los niños que pierden la risa, en letras de Víctor Hugo, fueron la marca de la revolución industrial en Europa y Estados Unidos. Hoy el paro juvenil es seña de España, Grecia o Italia, donde uno de cada tres jóvenes congela su sonrisa ante la pantalla del fracaso. Aquí también cae vertiginosamente la afiliación a los sindicatos. Y más entre los jóvenes: creen que les irá mejor solos que bajo el paraguas de un convenio colectivo. En Alabama, los trabajadores de Amazon han rechazado sindicarse: un empleado de 19 años decía que el ladrón era el sindicato por sus cuotas, no la empresa que lo explota.
«Mucha gente viene a mi consulta con estrés, insomnio e incertidumbre por el trabajo. Yo les digo que no necesitan un psiquiatra, sino un sindicato», cuenta el psiquiatra Guillermo Rendueles. Pero la resiliencia gana a la resistencia: un valor subjetivo, carne de terapia, frente a otro objetivo y potencialmente colectivo. David Peace le recuerda a Paula Corroto que el siglo XXI está borrando la memoria de las luchas laborales. Y que la novela negra debería exponer la corrupción del sistema, no hacer caja con fantasías sádicas que lo perpetúan. Somos voyeurs de la derrota, hasta que nos alcanza.
Divide et impera. Divide y manda. Los ingleses lo aplicaron en el Raj del que nació Bangladesh. En las fábricas de pantalones, en los almacenes de Amazon, no hace falta latín para saber quién gana con la división amnésica de trabajadores. La agencia Pinkerton creció en los Estados Unidos a base de reventar huelgas. En Homestead asesinaron a diez metalúrgicos. Dashiel Hammett fue Pinkerton de joven. Luego escribió novelas negras como Cosecha Roja, donde su agente, cínico y ético, expone las malas artes de ricos y criminales. El happy ending es que se matan entre ellos.
Notas de extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla aquí.
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