De una cinta coreana preñada de lecturas metafóricas, pasamos a otra adscrita a un género, el zombi, cuya dimensión alegórica es casi infinita. Todo vale a la hora de interpretar las andanzas relacionadas con unos muertos vivientes que dadas las circunstancias políticas y sociológicas en la Península de Corea, se convierten allí en una especie de agujero negro de la imaginación. #Vivo (#Saraitda, 2020), de Il Cho, es su último exponente.
La premisa, con guion del propio director junto a Matt Naylor, parece una adaptación libre de unos de los capítulos de esa indispensable oda al what if zombi que es Guerra Mundial Z. Concretamente al episodio que Max Brooks le dedica a un hikikomori, marginado social nipón al que le pilla el apocalipsis encerrado en su bunker-habitación. En este caso, el protagonista también tarda en enterarse de que la cosa anda un poco movida fuera de su caverna platónica, pero a diferencia del japonés, será el amor por su familia el que le mueva a intentar sobrevivir atrincherado en su casa. Eso sí: ambos se dan cuenta pronto de que su socialización cibernética es tan frágil como la señal wifi que reciban. Ok, metáfora pillada.
La principal virtud de #Vivo es que, pese a la inevitable sensación de déjà vu que desprende, logra imprimir al relato el ritmo suficiente como para que su poco más de hora y media se pase en un suspiro. Esto se debe a su fluidez visual, sencilla pero efectiva, y al encanto de un protagonista que pierde su profundidad psicológica a cambio de revestirse de arquetipo milenial. No es casualidad que buena parte del metraje se dedique a que el hikikomoru coreano juguetee con sus cachivaches tecnológicos y lidie con sus traumas de adolescente acunado en las redes sociales.
Pero, como suele pasar en casi todo relato distópico, y más aún en uno perteneciente a un género tan trillado como el zombi, el impulso inicial de su premisa no resiste lo suficiente las exigencias de su desarrollo narrativo y determinadas decisiones del guion, sentido de la maravilla aparte, acaban volviendo el film una boutade involuntaria. En ningún momento se llega a temer por el devenir de los diferentes personajes, parapetados en una seguridad invisible que, quizá, sea lo que justifica el éxito de una película estrenada, precisamente, durante un confinamiento pandémico. De hecho, el contexto de #Vivo hace inevitable una nueva lectura que puede que acabe proyectando el mensaje contrario al que pretendía: como el protagonista de la cinta, en estos tiempos convulsos lo que anhelamos es encerrarnos en casa y esperar que en la calle un Deus ex machina lo solucione todo.
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