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Cinefórum CCXI: «Pulgasari»

Desde Cuba, país que visitamos de la mano de La muerte de un burócrata la semana pasada, nos vamos a ir a otro Estado comunista. No, no es Venezuela; hoy no estamos bolivarianos y la Unión Soviética ya la hemos visitado en otras ocasiones. Pero nos queda la joya de la corona: la República Popular Democrática de Corea, vulgo Corea del Norte. Porque sí, por encima del paralelo 38 norte también se produce cine.

De hecho, Kim Jong-il, segundo gobernante de Corea del Norte, sucesor de Kim Il-sung y predecesor de Kim Jong-un, era un fanático del arte cinematográfico: al parecer hacía que las embajadas norcoreanas se dedicaran a copiar películas por todo el mundo de manera subrepticia para enviarlas luego de vuelta a Pionyang. Bajo su gobierno se intentó impulsar la industria cinematográfica del país y hasta se llegó a secuestrar o reclutar, según a quién se le pregunte, al principal director surcoreano de los años sesenta y a su mujer: Shin Sang-ok y Choi Eun-hee.

Fue el propio Shin Sang-ok, de hecho, el director de Pulgasari, una cinta destinada a ser el gran éxito de la industria norcoreana a nivel mundial. Se trataba, después de todo, de una película de kaijus al estilo japonés, algo que se consideraba muy comercial, pero que estaba dirigida por un autor de prestigio y por tanto debía producir pingües beneficios para las arcas del país. La realidad, sin embargo, fue muy tozuda, dando como resultado una obra absolutamente desastrosa, de esas que se ven en grupo para reírse de las hilarantes ideas que la jalonan. Por eso, hablar de ella  en su propio contexto cinematográfico no parece muy interesante, pero no sucede lo mismo con su contenido ideológico, que además, muy a menudo, parece ser esquivo para espectadores occidentales. Sobre todo para algunos críticos.

Un resumen rápido nos dice que Pulgasari trata sobre cómo el pueblo común, sometido por un régimen malvado, se enfrenta a sus explotadores con la ayuda de un monstruo gigante que es creado por un herrero en el momento de su muerte. Este kaiju empieza siendo un pequeño muñeco digno de ser visto, para ir creciendo según consume metal, hasta erigirse en un enorme ser capaz de acabar con todas las fuerzas opresoras. El problema es que, a medida que su tamaño aumenta, la situación empeora para los campesinos, que se ven incapaces de mantener su estilo de vida mientras su aliado consume todo el metal que necesita y que debe salir de las mismas herramientas con las que se ganan el sustento. La solución de este nuevo conflicto nos llevará al final de la cinta, que no vamos a destripar.

Se puede leer a menudo, por ejemplo en el libro de Paul Fischer en torno al secuestro de Shin Sang-ok, que Pulgasari se puede entender como una crítica al régimen que supo volar por debajo de la percepción de Kim Jong-il. Básicamente, según este análisis, Pulgasari personifica al gobierno de Corea del Norte, que se presenta como salvador pero termina acabando con su propio pueblo. Dicho así, todo parece muy sencillo, pero… ¿realmente tiene sentido suponer que esto podría ser ignorado por los espectadores y los funcionarios del Partido? La respuesta está en que, posiblemente, a algunos les traiciona su visión monolítica del comunismo internacional y de su historia.

Dejando de lado los prejuicios que convierten a los comunistas en un todo indistinguible, podríamos entender que el monstruo Pulgasari en realidad encarna a la intervención extranjera, a China, la Unión Soviética y su ayuda a la hora de liberar al pueblo norcoreano. Una ayuda que no deja de ser un mal necesario y que a partir de cierto punto debe ser abandonado por la nación para que esta siga su propio camino. Así, en realidad, Pulgasari sería una película propagandística casi perfecta… cuyo único fallo es que es muy mala.

Ismael Rodríguez Gómez
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