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Quatermass y el nacimiento de cierta ciencia ficción británica

Si buscamos un aspecto inherente a la propia concepción de la ciencia ficción como tendencia general, seguramente acabaríamos llegando a su condición de gigantesco cajón desastre, donde casi cualquier opción imaginable tiene cabida. Así, literariamente iríamos desde las paranoicas narraciones de Philip K. Dick hasta las inocentes aventuras de Julio Verne; desde la space opera de Lois McMaster Bujold a la visión militarista de Jerry Pournuelle. Y lo mismo en el cine.

La gran pantalla puede ser el lugar en el que esa disparidad ha alcanzado una mayor carta de naturaleza. Nadie se extrañaría si al abrir la pestaña dedicada a la ciencia ficción de su proveedor de contenidos digitales favorito se encontrase a Matrix (Matrix, 1999) de la mano de Doce monos (12 Monkeys, 1995), a La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) junto a 2001, una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) o a todas las anteriores dándose la mano con Los vengadores (Marvel’s The Avengers, 2012) de Marvel o Los juegos del hambre (The Hunger Games, 2012). ¿Realmente tienen mucho en común?

Lo cierto es que no, pero todas ellas corresponden a lo que nuestro imaginario colectivo ha querido identificar con la ciencia ficción: un contenedor de todas aquellas narraciones que se separan de un supuesto naturalismo en la presentación del universo ficticio en el que discurren. Un universo cinematográfico y literario en el que todo es posible y los límites no existen, pero donde a veces se pueden construir barreras de manera inconsciente.

Ese toque british

Resultaría interesante buscar una suerte de tendencia unificadora en la mayoría de la ciencia ficción británica en la pantalla. Desde luego una afirmación como la anterior nunca puede ser absoluta, seguramente cada lector podrá encontrar sus excepciones a la misma, pero creo firmemente que es cierta para la casi totalidad de las cintas británicas.

Podríamos situar gran parte de la identidad particular de este movimiento en la situación del mismo, en un punto intermedio entre las dos grandes tendencias de la ciencia ficción a nivel mundial. Los dos extremos de ese imaginario continúo del género serían la ciencia ficción llamada dura (hard sci-fi para los angloparlantes) y la blanda (soft sci-fi). Por un lado, tendríamos aquellas obras que entienden que la especulación científica debe colocarse en el centro del relato, siendo el objetivo del mismo una reflexión informada acerca del posible progreso de nuestra sociedad; en el otro, las que entienden la obra con un sentido más lúdico y aventurero, encontrando en la ciencia ficción una herramienta inmejorable para liberarse de toda atadura.

Entre ambas opciones se sitúa esa ciencia ficción británica de la que estamos hablando, cuya denominación dejaré a alguien con mejor habilidad para esas lides. Se sitúa sin ninguna duda en el universo propio de la narración popular, al tiempo que no huye en ningún momento de un fondo didáctico tanto en lo científico como, sobre todo, en lo ético y lo moral. Para esa ciencia ficción, la educación de los espectadores no se centra en la adquisición de unos conocimientos técnicos, sino más bien en la transmisión de una serie de valores que se entienden como universales.

Uno puede situar en esa corriente las aventuras del Doctor de Doctor Who, las peripecias del Gary King de Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), las aventuras de los protagonistas de Preguntas frecuentes sobre viajes en el tiempo (FAQ About Time Travel, 2009) o, incluso, las del personaje interpretado por John Boyega en Attack the Block (Attack The Block, 2011). Todos ellos, sin embargo, son a su manera hijos y nietos del personaje fundacional de este subgénero: el profesor Bernard Quatermass.

Quatermass (Reginald Tate, left) helps the dying astronaut Carroon in The Quatermass Experiment. Pho

Los orígenes de Bernard Quatermass

El origen del profesor Quatermass se encuentra en la pequeña pantalla, lugar de muchas de las grandes muestras de la ciencia ficción británica. En 1953 se emitió en la BBC el que sería su primer serial, un conjunto de seis episodios que le consiguieron elevar a la categoría de mito de la televisión británica. Muchos son los comentaristas que dicen que The Quatermass Experiment fue el primer gran éxito de la televisión inglesa, capaz de vaciar pubs y calles mientras se emitía.

Haciendo un rápido resumen podríamos decir que el profesor Bernard Quatermass es un científico inglés, de avanzada edad, que trabaja como director del llamado British Rocket Group. Esta organización, totalmente ficticia, ha alcanzado el éxito y la fama al conseguir mandar un cohete pilotado al espacio. Todavía faltaban ocho años para que Yuri Gagarin hiciese su viaje en la Vostok 1 y la idea debía resultar casi increíble para los espectadores. Sería a la vuelta de la nave espacial que empezaría la trama.

A día de hoy, apenas hemos conseguido conservar los dos primeros episodios de los seis que formaron el serial. Originalmente la BBC pretendía grabar todos los emitidos para venderlos al extranjero, pero se abandonó el proyecto sobre la marcha. De todos modos, la tecnología aún no estaba preparada para un reto semejante y la grabación del segundo episodio destaca por tener como protagonista invitada, durante parte del metraje, a una mosca que decidió situarse sobre la lente. No es nada extraño: hay que tener en cuenta que esas grabaciones de The Quatermass Experiment son las más antiguas que se realizaron nunca de un serial británico.

Ya hemos comentado que el éxito fue absoluto y rutilante. Apenas pasarían dos años hasta que la BBC decidiera continuar la producción bajo el poco imaginativo título de Quatermass 2. El público respondió de nuevo, a pesar de que se tuvo que cambiar el actor protagonista debido al fallecimiento de Reginald Tate. La cosa se complicaba debido a que el elegido, John Robinson, coincidió con el salto del profesor a la gran pantalla, en la que se le adjudicó un nuevo rostro, el tercero en dos años y el segundo que verían los espectadores en 1955.

Este cambio de actores, en ningún caso intencionado, en un espacio temporal tan corto, consiguió dotar a Quatermass de una cualidad inusual: la capacidad de trascender a su propia apariencia. En un mundo como el audiovisual, en el que el aspecto a menudo parece serlo todo, la creación del guionista Nigel Kneale pasa a convertirse en un arquetipo, una suerte de fondo sobre el que los diferentes actores aportan su interpretación individual para conseguir nuevos matices e ir esculpiendo al personaje final. Esto nos remite a su gran heredero espiritual, el mismísimo Doctor de Doctor Who.

Las sucesivas encarnaciones de Quatermass sirvieron sin ninguna duda para que la BBC estableciese su método de actuación ante la pérdida de un actor principal en un serial. La idea era tan sencilla como genial: simplemente, otro actor cogería el personaje y lo interpretaría a su manera. En el caso de Doctor Who se llegó a crear un motivo dentro de la trama ficticia que lo justificara: las regeneraciones de los Señores del Tiempo, pero en otros ni siquiera hacía falta. No debemos olvidar que en el fondo aquí está el origen de la solución tomada en la saga de películas dedicadas al espía británico por excelencia, James Bond. Pero baste fijarnos en que el estreno de 007 Al servicio de su majestad (On Her Majesty’s Secret Service, 1969), primera película en la que se cambia al actor que da vida a James Bond, tiene lugar catorce años después de que el director del British Rocket Club cambiase de cara por primera vez.

Esta naturaleza cambiante del personaje no lo vaciará, como ya hemos comentado, de su identidad. Esta era tan fuerte que terminaría teniendo su mayor expresión, en un curioso giro del destino, en una versión del guión realizada por un guionista diferente. Ni siquiera la presencia de Kneale era necesaria para que Quatermass se impusiese a su entorno.

Poster The Quatermass Xperiment

Imaginando a Quatermass para la gran pantalla

Ya hemos comentado que apenas hemos conservado un tercio del serial original de The Quatermass Experiment interpretado por Reginald Tate. Sin embargo eso nos basta para ver a que modelo respondía su interpretación. De la pluma de Kneale y la interpretación de Tate surge un profesor ya mayor, dotado de un aire melancólico. Es un hombre sensible y educado, sin llegar a caer en el tópico del científico amable y algo alocado que parece estar separado del mundo real pero recordándolo.

Ese mismo punto de partida para el profesor se encontraba en el guión original para la película de la Hammer, obra de Richard Landau. The Quatermass Xperiment (El experimento del Dr. Quatermass, 1955), que así la llamaron, tenía como mayor dificultad a superar el condensar los seis episodios de cuarenta minutos de duración en apenas ochenta y dos minutos de metraje. El resultado fue que se decidiese condensar la acción pero, aquí estuvo la clave, sin sacrificar el sentido del relato. Se podaron personajes secundarios y desaparecieron tramas secundarias, pero en todo momento con un encomiable respeto por el mensaje original.

Una buena muestra de ello fue la crucial decisión de modificar la naturaleza de la infección sufrida por el astronauta Carroon. En el original televisivo, esa suerte de ser extraterrestre no solamente había absorbido el cuerpo de sus dos compañeros sino también sus recuerdos y sus personalidades. Se había convertido en una suerte de unión de las tres personas. La idea es muy buena y reducir el suceso a una absorción física podría parecernos una pérdida irremediable para la trama, pero no es así. Y no lo es porque tanto Landau como Val Guest, director y encargado de la revisión del guion, hicieron bien sus deberes. Y, claro, porque su Quatermass no es el mismo que el de Kneale.

Brian Donlevy, el tercer y nuevo Quatermass

El funcionamiento de la Hammer no tenía demasiados puntos en común con el de las producciones televisivas de la BBC allá por 1955. La productora cinematográfica británica por excelencia estaba entonces todavía lejos de ser la gran casa del horror gótico y estaba buscando algún éxito. Apostar por adaptar la obra de Kneale debió parecerles una estrategia segura. Sin embargo, no podrían contratar al mismo Quatermass que aparecería en la BBC, John Robinson, por la influencia del productor Robert L. Lippert. Este americano insistía siempre en contratar a sus compatriotas para tratar de mejorar la distribución allende el Atlántico.

El papel le fue adjudicado así a Brian Donlevy. Se trataba de un actor con graves problemas de alcoholismo pero glorioso pasado. Había llegado a ser nominado al Oscar como mejor actor secundario por su papel en Beau Geste (Beau Geste, 1939) y en los años cuarenta había sido un rostro habitual en muchas producciones de serie negra y, sobre todo, había sido el protagonista de El gran McGinty (The Great McGinty, 1940), la primera película dirigida por Preston Sturges. Sus maneras rudas, quién sabe si influenciadas por sus problemas con la bebida, darían una nueva dimensión al personaje.

Val Guest siempre defendió su elección, incluso frente a las quejas de Kneale, dedicando gran parte de su reescritura del guion a adaptarlo a la naturaleza de Donlevy. Su Quatermass no es un ensimismado y amable profesor inglés, sino un hombre de acción, directo y que se impone a quienes le rodean. Kneale llegó a decir que Donlevy lo había interpretado como si fuera un mero mecánico, un hombre con la mente cerrada; Guest, mientras tanto, argumentaba que su actitud le había dado realismo al personaje y lo había enriquecido.

Es difícil juzgar los méritos de ambas partes sin tener más que una pequeña parte del trabajo de Tate en el papel, pero los resultados del trabajo de Guest parecen apoyar su tesis. El Quatermass de Donlevy es casi una fuerza de la naturaleza, un hombre con una misión de la que nada ni nadie conseguirán distraerle. Además el propio guion se adapta a sus manierismos y su identidad, sobre todo en el último tramo de la historia.

En su lugar la solución final tomada por Quatermass pasa por la electrocución del monstruo en que se ha convertido Carroon. Val Guest siempre defendió que esta resolución funcionaba mejor en pantalla y que era más coherente con su Quatermass. Nunca podremos comprobar la primera parte de su discurso, pero sí sabemos que con la ayuda de su versión del profesor consiguió un final cuyo impacto se nos antoja difícil de igualar por otro método.

Final de The Quatermass Xperiment

El final como principio

Recordemos ahora el final orquestado por Landau y Guest. Quatermass se adentra en la Abadía de Westminster para observar el cadáver de Carroon junto al inspector Lomax y el doctor Briscoe. Tras fijar en él su mirada y ante la sorpresa de sus compañeros, echa a caminar con paso firme hacia el exterior. Ignora a todo el que se le acerca y sus preguntas hasta que, ya fuera de la Abadía, habla con su segundo al mando, Marsh. Este le pregunta si hay algo que pueda hacer. Quatermass le dice que así es; va a necesitar ayuda. «¿Ayuda, señor? ¿Qué va a hacer?», pregunta Marsh. «Volver a empezar».

De ahí nos vamos a un plano de Quatermass avanzando, solitario, por una calle desierta. Sube por la pantalla dándonos la espalda hasta que el plano se ve magistralmente sucedido por el de un cohete despegando. Ese es el triunfo de Quatermass, de la ciencia y de la humanidad.

Para Quatermass la ciencia es el único modo por medio del cual la humanidad puede llegar a trascender. No existe la posibilidad de dar un paso atrás; todo posible contratiempo es algo a superar sin que nos frene. Las vidas de Carroon y sus compañeros son un precio que debemos pagar para seguir adelante. Quatermass está dispuesto a cargar con ese peso sobre su conciencia si eso significa que puede seguir adelante con sus experimentos.

Y así es como Bernard Quatermass se convierte en el primer ejemplo de una visión del ser humano, de nuestra condición, que se irá repitiendo en la ciencia ficción inglesa hasta el día de hoy. Una concepción de lo humano que aparece a menudo, por ejemplo, en la nueva serie dedicada de Doctor Who: la humanidad es una especie que debe seguir siempre adelante, sin importar las dificultades que surjan, en su exploración del universo.

Cuando termina la película, nuestro protagonista ha visto los peligros que esconde el espacio, sabe que la Tierra ha estado a punto de ser conquistada por un enemigo hasta ahora desconocido, ha visto el reverso oscuro de sus sueños científicos… pero solamente piensa en seguir adelante, en el siguiente cohete, en el siguiente viaje espacial. No hay lugar para las dudas, no hay otra opción que continuar, salir de este planeta y averiguar qué hay más allá. Nuestro destino está en las estrellas y Quatermass lo sabe.

Un ejemplo perfecto de la pervivencia de esa idea se puede encontrar, por ejemplo, en la etapa de Russell T. Davies en la ya mencionada Doctor Who. Será en el episodio The Impossible Planet, guionizado por Matt Jones, cuando nos encontremos su mejor expresión. Es cuando el Noveno Doctor se encuentra a una expedición humana a un lejano planeta del que desconocen casi todo, pero al que han ido porque… simplemente no debería existir. Ese ansia de saber, esa necesidad vital de conocimiento, hace que el Doctor abrace a su contertulio. Seguramente también haría que Quatermass sonriese, feliz al ver que todavía quedan personas como él.

Porque de Quatermass nació la concepción de la aventura en la mayor parte de la ciencia ficción británica. Hija de un gruñón científico británico; interpretado por un americano alcohólico en la versión cinematográfica de un original televisivo. Obra de Nigel Kneale, pero reescrita por Richard Landau y Val Guest. Un origen tan rocambolesco que solamente podría encontrarse en la ciencia ficción del Reino Unido.

Ismael Rodríguez Gómez
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4 comentarios

    1. Gracias por el halago y por el aviso de semejante metedura de pata. De esta los del British Rocket Group me van a retirar la palabra, esperemos que aún me dejen entrar en el Gun-Club que si no tendré que retirarme al Reform Club, y no es lo mismo…

  1. Me ha gustado el artículo, o más bien me estaba gustando hasta que lo he terminado y me he quedado a medias… ¿Por qué no se habla de las películas Quatermass 2, también de Val Guest y con Donlevy, ni de ¿Qué sucedió entonces? En la que el profesor Quatermass es interpretado esta vez por Andrew Keir? No he visto ningún lugar en el que poder seguir leyendo el artículo.
    Pero como ya dije buen artículo (aunque sea la mitad)

    1. Toda la razón en que podía haber seguido con Quatermass, que además reconozco que era mi idea original en su momento, pero creo recordar que lo dejé porque se me iba de las manos. A las que mencionas (entre ellas mi favorita de largo, Quatermass and The Por) tenía que sumar X The Unknown, apócrifo pseudo-Quatermass de la Hammer del 56, el serial de los setenta y al menos el remate de la BBC modelo teatro en directo de los 2000 del Quatermass original… Se me iba tanto de las manos que al final creo que ni yo sabía de qué hablaba realmente, así que decidí quedarme en cómo se creó la versión más «canónica» del personaje, que al menos me dejaba cerrar el artículo con el tema del nacimiento de esa ciencia ficción tan de los de las islas. Tal vez me equivocara, pero me alegro de que te gustase lo que se llegó a escribir.

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