En la Langosta, del director griego Yorgos Lathimos, revisamos algunas de las implicaciones más surrealistas que podría llegar a tener en una sociedad distópica esa necesidad tan real como autoimpuesta de tener pareja. Sin embargo, recorrer ese camino marcado con baldosas amarillas hacia la tierra prometida de la familia mononuclear, junto a la persona que quieres, implica aceptar la influencia de una determinada forma de entender el mundo; un modo de conversar y relacionarse; una cierta sexualidad; una manera, en definitiva, de compartir la vida con otra persona, dentro de los márgenes que nos ofrece la sociedad para organizar nuestra vida. A nuestra manera, quizá, pero siempre dentro de unos límites sólidamente definidos.
De esto, de muchas otras cosas y con peculiar estilo, trata Enemy, una de las películas que llevó al canadiense Denis Villeneuve hasta el distinguido estatus por el que no solamente le encargan superproducciones de Hollywood, sino gracias al cual hasta le dan voz y voto sobre cómo rodarlas. Algo debieron ver por tanto esos tipos importantes que se dedican a ganar dinero en California en sus primeras producciones en Canadá, como en esta protagonizada, no obstante y por partida doble, por Jake Gyllenhaal. El angelino da vida en esta película, para cuyo guion adaptó el español Javier Gullón la novela de Saramago El hombre duplicado, a un aburrido profesor de historia y un mucho más interesante actor, idéntico al primero y con una vida repleta de recovecos. Especialmente en todo lo relacionado con el sexo y las mujeres.
Villeneuve levanta sobre estos cimientos una película con una narración fragmentada y una realización en la que la música y el color contribuyen a nuestra desorientación. Enemy pretende no ser absolutamente asequible y, como muchas de su clase, es difícil que deje indiferente al espectador. Pero, entendamos o no todo lo que Villeneuve pretendía contarnos (si es que quiso ofrecernos un único relato), refrescaremos nuestras ideas sobre las relaciones aceptadas por nuestra sociedad, la represión de la sexualidad y sus costes personales y, también, sobre el deseo de depredación sexual latente en nuestras mentes, su efecto sobre nosotros mismos y sobre quienes nos rodean. No son pocos dividendos para ciento diez minutos de cinta que entrenarán nuestro músculo cinematográfico (que como todos tiende a atrofiarse ante la falta de esfuerzo) y que a muchos les dará a conocer la obra de uno de los directores del presente y el futuro.
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