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Cinefórum CCLXXXII: «Red»

Rojo político era el color del Camarada Drakulich (revolucionario magiar, comunista e ilustre chupasangres) que visitó nuestro cinefórum la semana pasada; y rojo, en este caso cromático, es también el panda gigante en el que se convierte la joven Mei Lee cada vez que se emociona. Pasamos página desde lo más profundo de la Guerra Fría hasta el llamado fin de la historia, aquel momento, allá por el cambio de milenio, en el que no había nubarrones en el horizonte. Y viajamos también en el espacio: de Hungría a la comunidad china de Toronto, el lugar en el que crecieron tanto Domee Shi, directora de Red, como la protagonista de su película.

Nacida en Chongqing (pequeño municipio chino con algo más de treinta millones de habitantes…), Domee Shi se trasladó con su familia a Canadá a principios de los 90. Con su padre, pintor de paisajes, aprendió a dibujar. Con su madre (una mujer «poco afectiva», según la propia directora) todo lo demás. Incluidos los límites que la cultura tradicional china imponía sobre la vida de una adolescente canadiense del año 2002. En Red encontramos, como tantas otras veces, un relato autobiográfico. Su magia descansa en la capacidad de su creadora para conectar su adolescencia con la de toda una generación.

RedPorque la mejor magia es, al fin y al cabo, la que se apoya en las ilusiones (y los miedos) compartidos. Eso es lo que ocurre con la historia de Mei Lee, protagonista disociada entre los deberes familiares (como la exigencia materna de constante perfección) y el impetuoso deseo de la primera exploración. De su cuerpo y de su lugar en el mundo; también de la amistad que le une a un trío de amigas en el que aterriza todo el saber adquirido de Disney y Pixar en el diseño de personajes secundarios. Camaradas que, sin embargo, tienen su propia agenda con respecto a la explotación capitalista del panda rojo gigante en el que se convierte su amiga. Todos quieren algo de Mei, pero ella aprende a quererse primero a sí misma. Y por eso, en menos de media hora, el descaro a la hora de afrontar el tabú de la primera menstruación, el enloquecido plan de las muchachas para lograr acudir al concierto de una boy band decadente (pero al cabo pujante), nuestra nostalgia, sus risas y, por supuesto, también la portentosa animación del imperio del entretenimiento, nos dejan enamorados de Red para siempre…

O quizá enamorados y a la vez pensativas. Quien esto escribe es un optimista empedernido, convencido de que, por más que el parto resulte doloroso, el siglo XXI acabará alumbrando un hombre nuevo. Es reconfortante (en realidad, en términos históricos es incluso impactante) poder ver por fin una buena película que logra divertirnos contando la sencilla historia de una Mei Lee. Pero hay mucho más dentro de Red: porque es ella misma quien está haciendo cine sobre su vida; y porque ha sabido hacerlo, también, contando con quienes crecimos con ella. Uno quiere (mejor dicho, necesita) creer que eso dice algo bueno de todos nosotros.

Víctor Muiña Fano
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