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Cinefórum XXXIV – El moderno Sherlock Holmes

En El discreto encanto de la burguesía, Buñuel decidió reducir su impulso surrealista al sopor del trío de parejas protagonistas, cuyos sueños iban, al mismo tiempo, adueñándose de la trama y el estilo narrativo. Del hedonismo cotidiano transitábamos hacia lo onírico y finalmente hacia una realidad rota por la fantasía de la somnolencia.

Casi medio siglo antes, uno de los grandes de la historia del cine había empleado el mismo recurso para dar forma a una ambiciosa cinta, capaz de romper la cuarta pared y establecer un diálogo con el espectador y (vista desde nuestra perspectiva) con el futuro del cine. Si además añadimos que lo hizo sin pronunciar una sola palabra, la terna de los posibles protagonistas queda reducida a los genios del cine mudo. Y entre ellos siempre destacará el genial Buster Keaton, protagonista, en esta ocasión, de El moderno Sherlock Holmes (1924).

En ella, Cara de Palo (así se le llamó durante mucho tiempo, merced a un estilo pretendidamente inexpresivo) encarna a un proyeccionista que suspira por convertirse en detective (y también por una joven a la que se esfuerza en impresionar). Sin embargo, la brillantez de la película va más allá de un romance que en realidad sirve de excusa para escapar a los límites de la vida de su protagonista cuando, adormilado en el cine, Keaton abandona su cuerpo y entra en la película que él mismo debía proyectar. Es entonces cuando logra al fin convertirse en una versión intrépida y dicharachera del más famoso de los investigadores.

Tras la experiencia extracorporal, pareciera que el ingenio de Sherlock Holmes y la propia magia del cine (a la que en cierto modo se dedica la cinta) persiguen al joven protagonista más allá de sus sueños: su suerte cambia finalmente y tras una sucesión portentosa de persecuciones y números circenses, podremos disfrutar de un final feliz (al fin y al cabo, no se llega a ser tan popular sin saber lo que el público quiere). No obstante, un hilo conductor une todas las dimensiones de Buster Keaton y su(s) película(s): el humor, claro está. Concretamente, un tipo de humor que él mismo contribuyó a estandarizar, pero que incluye matices de los que incontables cómicos han bebido desde entonces. Un humor sencillo y evidente, que al mismo tiempo es capaz de ser sutil, absurdo y un tanto surrealista.

Y es que El moderno Sherlock Holmes es una obra maestra de algo menos de una hora de duración; una pequeña dosis de gran cine, que encierra muchos de los recursos que se emplearían, no solo durante las siguientes décadas de la historia del celuloide, sino que se seguirán usando mientras exista un arte que se parezca a este que nació, por cierto, más o menos cuando vino al mundo un tal Joseph Frank Keaton VI. Buster para los amigos.

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